Mientras se escribe esta nota, en decenas de mesas del país se tejen y destejen alianzas, se conforman frentes y se barajan nombres. Así, de espaldas al ciudadano, un conjunto de armadores, punteros, operadores y demás interesados, cierran acuerdos de última hora para definir quiénes serán aquellos que integrarán luego la oferta electoral.
La derecha argentina y su otra vía
La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo planes, supo afirmar John Lennon. Parafraseándolo, podríamos decir que la Argentina es eso que pasa mientras los políticos juegan a la política.
-
Cuáles son las siete alianzas que se presentaron para competir en las PASO
-
Maqueda, con mensaje velado: "Estoy preocupado porque se están debilitando las instituciones de la democracia"
Como prolegómeno, la misma escena se ha repetido hasta el hartazgo los últimos meses, toda vez que cada jurisdicción ha optado por diferentes fechas para su calendario electoral, llegando al punto de casos como el de la Provincia de Mendoza que tuvo comicios diferenciados incluso para sus departamentos. Al mismo tiempo, algunas jurisdicciones provinciales optaron por cumplir con las Primarias Abiertas y Simultáneas (PASO) y otras no, por tanto, en algunos casos ya se conoce quién habrá de gobernar durante los próximos cuatro años y en otros aun deberán esperarse varias semanas más.
Así las cosas, mientras los argentinos de a pie se esfuerzan por concentrar su atención en la resolución de las vicisitudes propias de sobrevivir en un país permanentemente amenazado por las crisis económicas y la inseguridad, la política inunda el escenario público durante meses enteros proveyendo a todos aquellos que debiera representar únicamente de inestabilidad, confusión, desamparo y hastío.
“La vida es eso que pasa mientras estás ocupado haciendo otros planes”, supo afirmar un ya legendario John Lennon. Parafraseándolo, podríamos decir que la argentina es eso que pasa mientras los políticos juegan a la política.
Como ocurre con el cobro de impuestos y tasas en nuestra patria, cuya arbitraria complejidad es ya mundialmente reconocida, la multiplicación permanente de candidatos, partidos, frentes y lemas, en el marco de un calendario electoral absurdo y eterno, en conjunto con prácticas políticas oscuras (sobre la que volveré luego), solo favorecen el distanciamiento de un electorado cada día más frustrado por los magros resultados de la gestión de lo público y la caída estrepitosa de su nivel de vida.
Como si fuese adrede (tal vez de hecho lo sea), la clase política insiste en potenciar personalismos, en cruzar límites legales, en manipular partidos y cartas orgánicas, mientras impone al electorado una batería de nombres sobre los que, en la gran mayoría de los casos, se sabe poco y nada. Esta endogamia supina, explica en gran medida también porque en nuestro país se ha impuesto el concepto de “casta” para describir a un conjunto de argentinos cada día más distanciados de la realidad que vivimos todos los demás.
El reconocido politólogo argentino Osvaldo Iazzetta, supo afirmar alguna vez que la vuelta de la democracia en 1983 no había sido garantía de que el Estado Argentino haya dejado atrás un conjunto de prácticas más propias del proceso autoritario que del actual. Casi del mismo modo, podría afirmarse que la clase política argentina, con sus mecanismos políticos habituales, poco ha hecho por fortalecer desde las bases esa conquista trascendental que fue el regreso a una república democrática y ha sostenido en la práctica una visión del quehacer político más propio de los autoritarismos que de las democracias realmente transparentes y competitivas.
Esta última afirmación, señala ese conjunto de maneras de hacer política que incluyen la compra de sellos partidarios, las altísimas barreras de entrada que enfrentan los ciudadanos que intentan participar, la arbitrariedad de la justicia electoral y su permanente manipulación, la corrupción del sistema a través de la multiplicación de lemas, la necesidad absurda de contar con decenas de miles de fiscales para que no se cometa fraude, la baja transparencia a la que nos acostumbran los partidos al momento de elegir a sus candidatos, y su ya señalada renuencia a una real democracia interna, entre otros factores.
En conjunto, aunque no se diga, aquello que conquistamos en 1983 aun se encuentra lejos de ser una democracia plena y una de las principales razones de ello es la aversión manifiesta que parecen tener aquellos que dicen representar el juego democrático a su práctica real.
De este modo, la genuina adhesión de cientos de miles de simpatizantes se diluye y transforma en desilusión mientras observan pasivamente como aun aquellos candidatos que pretenden ser una renovación del vetusto sistema político, son arrastrados a las mismas prácticas perversas que se le atribuyen a los demás, provocando que día tras día, dicha desazón, ya no se vuelque únicamente sobre candidatos o gobiernos sino sobre todo el sistema en sí mismo.
Aun así, aunque poco pueda hacerse mientras nos encontramos en el clímax de todo lo que aquí se describe, cabe decir que existe otra vía: un modo genuino y diferente de hacer las cosas que, probablemente, favorezca un fortalecimiento real de la democracia, la transparencia del sistema político, la dotación de esa gobernabilidad que muchos han salido a buscar con alquimias ridículas de última hora y, sobre todo, la llegada al poder de ciudadanos más capacitados para generar la perentoria vuelta de página que el país necesita.
La “fórmula mágica” para revertir esta tendencia decadente está, paradójicamente, en su razón principal: la política. Es justamente este factor el primero que habrá de transformarse si queremos realmente abandonar este derrotero decadente. En este sentido, en primer lugar, es fundamental que los diferentes partidos políticos que tienen como verdadero fin la vuelta a un sistema de valores que garantice el progreso económico y social de nuestro país, se animen a transformarse internamente, impidiendo que éstos queden bajo el yugo arbitrario de cualquiera de sus miembros.
A su vez, ese temor por momentos razonable a que una mayor participación espontánea se transforme en una desvirtuación de sus idearios puede gestionarse con cartas orgánicas que tengan requisitos más permanentes de participación y períodos escalonados de carencia para el acceso a los cargos directivos de los partidos. Como supo observar Aristóteles, hace más de 2400 años, son las “constituciones”, entendidas éstas como el conjunto de todo aquello que se puede y no se puede hacer, las que dan forma a los bríos cívicos favoreciendo en algunos casos prosperidad y en otros, decadencia. Es justamente allí entonces, en esas pequeñas constituciones que representan las cartas orgánicas partidarias, desde donde debe transformarse todo el sistema político actual.
Algunos me dirán que el intento de potenciar la vida cívica desde las bases es simplemente un anhelo nostálgico, máxime en los tiempos de redes sociales y virtualidad que imperan. Por el contrario, del otro lado del Atlántico, en esa España que tanto nos interpela por similitudes obvias, puede observarse como el partido conocido como VOX, ha dado muestras de una transformación profunda del espectro político, que ha facilitado la llegada de verdaderas caras nuevas a la oferta electoral ibérica y de un conjunto de políticas públicas que los españoles parecen abrazar de forma creciente. A su vez, ha sido también este partido el que ha posibilitado al amenazar su primacía, una renovación necesaria de aquel Partido Popular otrora representado por José María Aznar, que tantas transformaciones llevó adelante para que España ingresara al Siglo XXI de una forma que desde aquí solo podemos envidiar.
En íntima relación con lo anterior, quién dude que el camino es el que aquí indico, que se tome el tiempo de analizar la conformación originaria de la Alianza Popular en 1976, antecesora ineludible de ese posterior Partido Popular, y que observe cuán similares son los desafíos de la derecha española de aquél entonces con los que enfrenta este mismo espectro ideológico en la Argentina de hoy.
Dicen por allí que la locura es intentar siempre lo mismo y pretender obtener resultados diferentes. Si alguien duda que la locura en Argentina ha sobrepasado incluso las fantasías de aquél “realismo mágico” que la literatura supo inmortalizar, que se atreva a observar con espíritu crítico estas últimas semanas en general y los cierres de listas en particular.
Quizá entonces se comprenda por qué lo que puede parecer imposible es justamente aquello que debemos intentar. -
- Temas
- democracia
- Elecciones
Dejá tu comentario