La historia reciente de la Argentina puede leerse como una secuencia de rendiciones parciales frente al capital financiero global. Sin embargo, lo ocurrido en octubre de 2025 bajo la administración de Javier Milei trasciende el molde del endeudamiento o la dependencia; constituye la tercerización explícita de la soberanía financiera. Cuando el ministro Luis Caputo -extrader del Deutsche Bank y del J.P. Morgan- cede la ejecución de la política monetaria al Tesoro estadounidense mediante la figura de Scott Bessent, el país cruza una frontera inédita; la del outsourcing del Estado nacional.
La Nación en manos del mercado: cómo Wall Street capturó la economía argentina a través de Scott Bessent y Luis Caputo (Parte I)
30 años después, Bessent regresa al escenario, ya no como especulador externo sino como gestor delegado de un Tesoro soberano. Primera parte de una historia sobre la soberanía financiera.
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Bessent no es un funcionario cualquiera. Fue la mano derecha de George Soros; el operador que en 1992 contribuyó a derrumbar al Banco de Inglaterra durante el “Miércoles Negro”, generando ganancias por más de mil millones de dólares para el fondo Quantum (Mallaby, 2010). Aquella operación -basada en la convicción de que la libra esterlina estaba sobrevaluada y de que ningún banco central podía sostener su paridad- se transformó en el mito fundacional del capitalismo financiero contemporáneo; la demostración empírica de que el poder de los mercados podía doblegar la voluntad de los Estados.
Treinta años después, Bessent regresa al escenario, ya no como especulador externo sino como gestor delegado de un Tesoro soberano. En octubre de 2025, mientras la economía argentina se precipitaba en una corrida cambiaria, el Tesoro de EE. UU. -bajo su coordinación- vendió dólares y compró pesos … ¿para contener la crisis?, al tiempo que formalizaba un swap por 20.000 millones de dólares (Scott Bessent anunció…, 2025). Esa operación, presentada por Caputo como “apoyo técnico”, implicó un salto cualitativo; la intervención directa de un Estado extranjero en el mercado doméstico de divisas.
La hipótesis de este trabajo -en dos entregas- es clara; la política financiera de la Argentina 2025 no responde a una racionalidad nacional argentina, sino a una coherencia geopolítica extranjera. Donald Trump ha proyectado públicamente sus ansias imperiales; habló de anexar a Canadá, controlar Groenlandia y Panama. La instrumentación de Argentina comienza con la lógica institucional de Wall Street, encarnada en una red de ex traders -Caputo, Bausili, Quirno, Daza, Werning- cuya formación, lenguaje y horizonte de pertenencia reproducen la cultura financiera neoyorquina. A partir de fuentes documentales, declaraciones oficiales y literatura especializada, se demostrará que este entramado configura una nueva forma de dependencia; la subordinación informacional-financiera, donde los flujos de datos, las decisiones de inversión y las intervenciones cambiarias son gobernadas por algoritmos, bancos y fondos de cobertura radicados en Estados Unidos.
Scott Bessent y el poder financiero depredador: “de Londres a Buenos Aires”
Scott Bessent se formó en la escuela más radical del capitalismo financiero, la de los macros hedge funds. En Soros Fund Management aprendió que la riqueza no se produce; se captura en el momento preciso mediante el apalancamiento de la información. Según Mallaby (2010), fue Bessent quien identificó que la exposición hipotecaria británica, dependiente de tasas variables, haría imposible sostener el tipo de cambio dentro del Mecanismo Europeo de Tipos de Cambio. Esa intuición analítica derivó en la apuesta de 10.000 millones de dólares que, el 16 de septiembre de 1992, quebró la resistencia del Banco de Inglaterra.
El éxito de aquella operación no fue casual sino estructural; marcó el paso de una etapa industrial a una financiera en la acumulación global. Desde entonces, la figura del trader-macro sustituyó al banquero tradicional; el riesgo dejó de ser una anomalía para convertirse en el instrumento central de rentabilidad. Lo que Mallaby denomina “la invención del hedge fund” constituye, en realidad, la institucionalización del desequilibrio como modelo de poder.
Bessent internalizó esa lógica. Décadas más tarde, su perfil de “gestor técnico” oculta una trayectoria de operaciones especulativas contra monedas soberanas. La londonización de su método -apostar contra bancos centrales y luego ser convocado para “asesorarlos”- se replica hoy en Buenos Aires. El informe oficial de octubre de 2025 detalla que el Tesoro de EE. UU. intervino en el mercado cambiario argentino “mediante la ejecución de órdenes para vender dólares y quedarse con pesos”, canalizadas por J.P. Morgan, Santander y Citi (Scott Bessent anunció…, 2025). En términos operativos, se trató de una reversión del Miércoles Negro; ahora el Banco Central argentino aceptaba de manera voluntaria la presencia del depredador.
Las motivaciones no eran puramente financieras. Como recordó Reingold (2005), la industria de Wall Street se construye sobre un entramado de incentivos perversos donde la información privilegiada y la venta de influencia son tan valiosas como los activos que se transan. Bessent representa esa cultura; la del intermediario que convierte cada crisis en oportunidad de control. En palabras de Ney (1974), “el mercado no es un mecanismo neutro de asignación de recursos, sino un sistema de transferencia de poder”.
En ese sentido, la Argentina contemporánea repite el esquema de la Gran Bretaña de 1992, pero con una diferencia crucial; no es objeto de un ataque externo sino sujeto de una alianza subordinada. Caputo no enfrenta a Bessent; lo contrata. Esa tercerización del trading de divisas -presentada como “optimización de procesos”- equivale, en la práctica, a un traspaso de control político. Las decisiones sobre cuándo, cuánto y cómo intervenir en el mercado cambiario argentino dependen ahora de una oficina en Nueva York.
El resultado es un nuevo tipo de dependencia; la dependencia algorítmica. Los modelos de riesgo, las proyecciones de flujos de capital y las órdenes de ejecución son procesadas en sistemas que responden a las normas de la Reserva Federal y a los intereses del Tesoro. Así, la autonomía del Banco Central argentino se diluye en la nube de un mercado global que decide, en milisegundos, el valor de su moneda.
Luis Caputo y “la privatización del Tesoro”. El nexo argentino de Wall Street
Luis Caputo encarna la síntesis perfecta entre tecnocracia doméstica y finanzas globales. Su trayectoria -del Deutsche Bank al J.P. Morgan, y de ahí al Ministerio de Finanzas durante el macrismo- muestra una continuidad ideológica; la convicción de que el mercado es más eficiente que el Estado, incluso para gobernar el Estado. Bajo su dirección, la economía argentina adopta un modelo que puede describirse como privatización de la soberanía fiscal y monetaria.
Este episodio de octubre de 2025 resume esa filosofía. Cuando el Tesoro de EE.UU. ejecuta órdenes de venta de dólares por intermedio de tres bancos globales, Caputo celebra el hecho como “señal de confianza internacional”. Pero lo que parece un rescate es en realidad una cesión. La operación fue acompañada por la concesión de un swap de divisas por 20.000 millones de dólares, de uso condicionado (Scott Bessent anunció…, 2025). Es decir; Caputo tercerizó no solo la intervención en el mercado, sino la propia disponibilidad de reservas.
Esta dependencia funcional se refuerza por afinidad cultural. Caputo pertenece a una generación de financieros locales formados en el ethos de Wall Street. Su equipo -Bausili, Quirno, Daza, Werning- comparte la misma matriz; traders, no planificadores. En ese entorno, la macroeconomía se reduce a un portafolio de activos; la política fiscal, a una estrategia de marketing para inversionistas. La noción de bien público desaparece; todo es performance, reputación, spread.
La transferencia de racionalidad empresarial al campo del Estado no es nueva, pero en el caso argentino alcanza una intensidad inusitada. El propio Reingold (2005) advertía que la cultura corporativa de Wall Street fomenta la irresponsabilidad estructural; “cuando todos cobran comisión, nadie asume las pérdidas”. En esa lógica, Caputo puede presentar un rescate extranjero como una victoria nacional; mientras los bonos soberanos suben 8 %, el Tesoro pierde control de sus instrumentos.
Más que un tecnócrata, Caputo actúa como broker de soberanía. Su rol consiste en intermediar entre las necesidades de liquidez del Estado argentino y los intereses estadounidenses, ofreciendo a cambio políticas previsibles, disciplina fiscal y alineamiento geopolítico. Hay ideología y, arbitraje; transformar la debilidad económica en activo negociable.
Lo que se ha presentado como “apertura al mundo” es, en realidad, la consumación de una asimetría. La Argentina ya no negocia con Wall Street; forma parte de Wall Street. Su Tesoro, sus reservas y sus tasas están integrados en la arquitectura financiera norteamericana, salvo el oro que se envió a Gran Bretaña. De acuerdo con Ney (1974), este tipo de captura se sostiene por tres mecanismos: el dominio de la información, el control de la liquidez y la legitimación simbólica. Caputo cumple las tres funciones: provee datos, garantiza flujos y otorga discurso.
El resultado es una mutación profunda del Estado. El Ministerio de Economía se transforma en una desk de trading; la política monetaria, en una serie de órdenes ejecutadas por bancos extranjeros; el presupuesto nacional, en una carpeta de riesgo. Cuando Bessent anuncia desde Washington que “Argentina enfrenta un momento de grave iliquidez”, no lo dice un analista externo; lo declara el operador que administra las cuentas del país. En ese momento, la Argentina deja de ser sujeto económico. El mercado se vuelve su nueva sede de soberanía, y los antiguos traders -ahora ministros- actúan como sus intérpretes privilegiados… (continuará… la Parte II)
*Doctor en Ciencia Politica, en YouTube: @DrPabloTigani, en X: @pablotigani
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