A principios del siglo pasado, Walter Lippman, el dos veces ganador del premio Pulitzer, filósofo y crítico de medios estadounidense, dejó absolutamente en claro que en toda sociedad compleja los sujetos entendemos el mundo a partir de imágenes mentales. Esas construcciones, íntimamente emparentadas con lo que George Lakoff, lingüista estadounidense y experto en comunicación política, llamó años más tarde “metáforas”, son reductos cognitivos que nos permiten comprender, hasta cierto grado, la desafiante realidad que nos rodea.
La Política, donde la improvisación y la falta de método rara vez son premiados
La Política es ese patíbulo cruel al que van a morir, marchando en fila india, todas las buenas intenciones.
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Mediante imágenes mentales, metáforas y esquemas, diariamente, enfrentamos un mundo lleno de incertidumbre y nos convencemos de que “entendemos” qué está sucediendo, especialmente en momentos de extrema agonalidad como son los tiempos electorales.
“El horno no está para bollos”, “vamos a volar por los aires”, “argentina está muy bullish”, “no se hagan los rulos”, “hay que pasar el invierno”, “se viene el rodrigazo”, son metáforas, imágenes mentales y esquemas habituales en nuestro imaginario político nacional que señalan rápidamente aquello que intentamos referir
La imagen del león, por caso, ha concentrado a través de gran parte de la historia de la humanidad, ciertos atributos de majestuosidad y fiereza, provocando que decenas de miles de líderes se hayan querido emparentar con ella desde aquella remota e intrigante babilonia hasta hoy.
Paradójicamente, si se trasciende la imagen mental y se la remite a su significante real, nos encontramos con un felino que, más allá de esa llamativa melena, rara vez caza, suele depender para su alimentación de una manada de hembras que lo rodean, y duerme hasta 20 horas por día. El león, por caso, tampoco es el felino más rápido, ni ágil, ni astuto. Simplemente, es el que mejor transmite una imagen de poderío que, muchas veces, no termina siendo tal.
En esa misma sabana africana, habita otro felino menos utilizado en el lenguaje político.
Sin todos esos atributos de imagen que el león detenta, el Acinonyx jubatus, también conocido como chita o guepardo, es un hábil cazador, con una vista privilegiada que le permite predecir el movimiento de sus presas a la distancia, y que, a su extraordinaria agilidad para trepar y perseguir a sus víctimas tanto en el plano horizontal como en el vertical, suma la astucia cruel de los depredadores crepusculares y una velocidad extraordinaria.
Es por eso que algunos, en el último mes y medio de campaña, insistimos en afirmar que “el león es poderoso, pero en los últimos cien metros, el guepardo es letal”.
A horas de terminados los comicios, un colega al que respeto y admiro, que suele lucirse por los cafetines de buenos aires analizando con agudeza la realidad, luciendo su histórica boina y siempre un puro de buena marca en los labios, me escribió: “Lo mejor de este primer lugar de Massa es la vigencia de la política como una actividad profesional y autónoma”.
La frase, que remite inevitablemente a pensadores de la cosa política de la talla de Tucídides, Maquiavelo, Weber o, más contemporáneamente, Carl Schmitt, refiere a esa naturaleza esotérica e inmune a todas las éticas con pretensión de trascendencia que es La Política, así, con mayúsculas; entendida también como ese patíbulo cruel al que van a morir marchando en fila india, todas las buenas intenciones. Un interludio entre mundos en donde la improvisación y la falta de método rara vez son premiados y en donde la persistencia y la voluntad de combate a prueba de toda circunstancia, suelen coronar al vencedor.
Sin aceptar que ese mundo fantasmagórico y oscuro para el profano es un ámbito diferente a todos los demás, resulta imposible comprender como un sujeto político, históricamente aborrecido por el kirchnerismo, con una imagen pública desgastada, que supo desperdiciar varias oportunidades históricas, que hoy ostenta la camisa de plomo de ser el ministro de economía de, quizá, el peor gobierno desde el regreso de la democracia y conduciendo un país que se encuentra en la antesala de una hiperinflación, logra terminar una elección nacional a menos de 4 puntos de ganar en primera vuelta.
Desde esta última perspectiva, y más allá de cualquier otra consideración sobre su persona, la proeza de Sergio Tomás Massa lo señala como uno de los políticos con más voluntad, ambición, persistencia y don de la oportunidad de las últimas décadas, independientemente incluso del resultado que conquiste el próximo 19 de noviembre.
Pero más allá de eso, hoy día representa una muestra palpable de la necesidad imperiosa de que todos aquellos que, desde cualquier ideología u origen, desean hacer política, lo hagan comprendiendo que esta es una actividad profesional con su propio lenguaje, historia, prácticas y códigos y, sobre todas las cosas, una actividad muy poco tolerante a la improvisación, la torpeza, el fanatismo y la ingenuidad.
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