9 de julio 2019 - 00:00

Nuestra Independencia

congreso tucuman

“Los pueblos masivamente no pueden obtener grandes logros. Por eso producen grandes creadores”.

Nos decía el periodista Pérez de la Torre, que promediaba 1815, cuando el director supremo, Ignacio Álvarez Thomas de acuerdo a lo estipulado por el Estatuto Provisional- convocó a las provincias a elegir diputados, para el Congreso Constituyente que se reuniría en la ciudad de San Miguel de Tucumán.

El estatuto había fijado esa sede, por 2 comprensibles razones. La primera, es que esta ciudad, estaba próxima al Ejército del Norte, que la respaldaba, y lo suficientemente lejos de Buenos Aires, como para disipar los rencores de mucha gente de tierra adentro hacia los porteños.

La segunda razón, sin duda, de máxima trascendencia fue intención de declarar la independencia de las Provincias Unidas, no solamente de España, sino “de toda dominación extranjera”.

Este pronunciamiento, otorgaba base jurídica inequívoca, al estallido revolucionario producido en Buenos Aires el 25 de mayo de 1810 acaecido hacía ya 6 años.

El ex virreinato manifestaba así su decisión, de sentarse en pie de igualdad con el resto de las naciones.

De forma más o menos tranquila, eligieron sus diputados casi todas las provincias, salvo las del Litoral, obedientes a Artigas.

El 24 de marzo de 1816, se iniciaron las sesiones del Congreso, que adoptó dos providencias fundamentales.

Cronológicamente, la primera, fue el nombramiento de Juan Martín de Pueyrredón como director supremo.

Entre otros aspectos la reunión de ese congreso constituyó un memorable acto de coraje.

En esos momentos, la suerte de la revolución de mayo, se mostraba más oscura que nunca.

España amenazaba con enviar un poderoso ejército para recuperar sus ex colonias.

La revolución independentista parecía vencida en México, Venezuela, Colombia y también en Chile.

En el Norte, la derrota de Sipe Sipe, había cancelado la compaña al Alto Perú y sólo las guerrillas de Salta y Jujuy, contenían momentáneamente el avance de las tropas españolas.

Por el Río de la Plata, las amenazas no eran menores.

Los portugueses se preparaban para invadir la Banda Oriental y, como si fuera poco, estaban las disensiones internas entre los patriotas, la principal de las cuales era el enfrentamiento con Artigas.

El Congreso de las Provincias Unidas, sesionó en Tucumán hasta el 4 de febrero de 1817, siete meses después de la declaración de la Independencia, fecha en la que se trasladó a Buenos Aires. Pero retrocedamos en el tiempo. Y para asiento de las deliberaciones, el gobernador tucumano Bernabé Aráoz, había destinado para el congreso una vivienda que el Estado tenía alquilada y que estaba situada una cuadra y media al sur de la plaza principal.

El caserón ostentaba una fachada, cuya puerta principal la guarnecían dos columnas retorcidas, y ventanas con rejas.

Para habilitar el salón de sesiones, se derribó la pared que unía la sala principal, con otra habitación.

Esta modificación posibilitó un ámbito de suficiente capacidad.

Mientras se efectuaban tales trabajos, las sesiones preparatorias tuvieron lugar en la cercana vivienda del gobernador de Tucumán, Aráoz. Pasaron casi 90 años y en 1903 la sede original fue demolida casi en su totalidad. Sólo se dejó en pie el Salón de la Jura, con un techo de tejas a dos aguas.

Las cosas siguieron así, hasta que una ley nacional de 1941 dispuso la reconstrucción de toda la casa, en torno al Salón de la Jura.

El edificio quedó habilitado con su aspecto actual, en 1943.

Y hoy, quise homenajear a un edificio, un edificio si, pero que representa la concreción de nuestra independencia nacional, protagonizada por hombres, que hicieron de su decisión, valentía y visión, el porque de sus vidas.

Y ya el aforismo final a estos congresales patriotas

“Los muertos ilustres nos siguen enseñando”

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