Donald Trump vuelve a estar en el centro del escenario político y económico mundial. Su influencia, junto al rol de Scott Bessent —el financista señalado como su futuro arquitecto económico— y las condiciones que impone el Fondo Monetario Internacional, son piezas que pueden definir el rumbo de la economía global en los próximos años. En la Argentina, ese tablero internacional se sigue con atención: la deuda externa, el tipo de cambio, las tasas de interés internacionales y las negociaciones con el FMI marcan límites y condicionan las decisiones de cualquier gobierno.
¿Qué lugar le vamos a dar a nuestras pymes en el proyecto de país?
Mientras Trump, Bessent y el FMI definen la agenda global, las pymes argentinas —que generan más del 80% del empleo formal— luchan por sobrevivir en un contexto de recesión, falta de crédito y cierres masivos.
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Ser competitivos hoy

En los últimos años cerraron más de 16.000 pymes en la Argentina.
Pero frente a semejantes nombres y organismos, surge la pregunta inevitable: ¿dónde quedan las pymes en todo este debate?
Las pequeñas y medianas empresas no son un actor menor. Representan más del 80% del trabajo en blanco del país y constituyen, en la práctica, el verdadero motor productivo y cultural de la Argentina. Sin embargo, parecen invisibles en la discusión de la gran política económica. Mientras se habla de acuerdos de deuda, de tasas de interés internacionales y de equilibrios fiscales, en los barrios y en los parques industriales las pymes sobreviven en condiciones extremas.
La situación es alarmante. Según datos recientes, las pymes trabajan apenas al 60% de su capacidad instalada. Fábricas con máquinas apagadas, talleres con menos turnos, comercios que venden muy por debajo de lo que podrían. El impacto se mide en empleo, en pérdida de ingresos familiares y en un freno a la movilidad social. Porque, no hay que olvidarlo, las pymes son la puerta de entrada al mundo laboral para miles de argentinos: el primer empleo, el aprendizaje del oficio, la construcción de una carrera.
En los últimos años cerraron más de 16.000 pymes en la Argentina. No estamos hablando de números fríos, sino de proyectos truncados, de historias familiares que quedaron en el camino, de comunidades que se debilitan. Cierran negocios, talleres, fábricas que eran parte del entramado social. Y lo más grave es que la tendencia no parece haberse revertido: las pymes siguen esperando políticas activas, acompañamiento, financiamiento, crédito razonable. Siguen esperando que alguien las ponga en el centro de la discusión.
La situación se refleja en casos concretos, cercanos y dolorosos. Hace unas semanas me tocó conversar con el dueño de una pymes del partido de 3 de Febrero, en pleno conurbano bonaerense. Una empresa con más de 120 empleados, que supo exportar a distintos mercados y que era un orgullo para su barrio. Su dueño me dijo: “No sé cómo llego a fin de año”. En los últimos meses tuvo que despedir a 50 trabajadores, y está haciendo malabares para sostener a los que quedan. Las ventas se derrumbaron, los costos en dólares no paran de subir, el financiamiento es inaccesible y la incertidumbre lo paraliza. Ese empresario, que siempre apostó a crecer, hoy solo piensa en cómo sobrevivir. Esa es la realidad que no aparece en los titulares de la macroeconomía, pero que define la vida de cientos de miles de familias.
Mientras tanto, el contraste es brutal. Se discute en los diarios sobre Trump, sobre Bessent, sobre el FMI, sobre la macroeconomía internacional. Pero la realidad de la Argentina se define en otro lado: en una pyme que no puede acceder a financiamiento, porque las tasas de interés rondan niveles imposibles, están por las nubes, lo que hace inviable tomar un crédito para producir. La realidad se ve en un comercio que ve caer su consumo, porque los salarios no alcanzan; en una empresa familiar que decide apagar las máquinas porque la energía, los impuestos y la incertidumbre hacen inviable seguir produciendo.
Las pymes son mucho más que un número en el PBI. Representan la cultura del trabajo. Representan la idea de que el esfuerzo y la producción son el camino para salir adelante. Son la cara más cercana de la economía real: el empresario que conoce a sus empleados por nombre, el vecino que genera empleo en su barrio, la empresa familiar que se sostiene con sacrificio.
El problema es que hoy esa cultura está en riesgo. El discurso público habla de equilibrios fiscales, de superávit, de deuda externa, de escenarios internacionales. Pero poco y nada se escucha sobre cómo se va a cuidar al sector que genera la mayor parte del empleo formal. Esa ausencia es, quizás, la más peligrosa de todas. Sin pymes no hay empleo; sin empleo no hay consumo; y sin consumo no hay economía que funcione, por más que las cuentas macro cierren.
El país necesita que las pymes dejen de ser las grandes olvidadas de la política y pasen a ser protagonistas. Necesita que se piense un plan concreto para que puedan producir más, contratar más, exportar más, innovar más.
Trump, Bessent y el FMI marcarán la agenda internacional, sí. Pero para la Argentina la verdadera pregunta es otra: ¿qué lugar le vamos a dar a nuestras pymes en el proyecto de país? Si seguimos discutiendo solo el mundo de las grandes finanzas y olvidamos la economía real, corremos el riesgo de perder no solo empresas, sino también el tejido social que sostiene a millones de familias.
Las pymes son el corazón de la Argentina. Y cuando el corazón no recibe oxígeno, todo el cuerpo empieza a fallar.
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