20 de noviembre 2023 - 00:00

Una sociedad que le “picó el boleto” a la política y reclama un reseteo general

La necesidad de rediscutir la organización y el modelo productivo del país siempre postergada pasó factura en una elección donde se asumen riesgos. Desafíos, carta blanca, porcentaje volátil y la armada brancaleone.

Beneficiarios. Mauricio Macri y Patricia Bullrich, artífices de la jugada de último momento que apuntaló a Javier Milei, ayer en el búnker libertario para graficar una alianza en desarrollo de cara al futuro gobierno.

Beneficiarios. Mauricio Macri y Patricia Bullrich, artífices de la jugada de último momento que apuntaló a Javier Milei, ayer en el búnker libertario para graficar una alianza en desarrollo de cara al futuro gobierno.

Una porción mayoritaria de la ciudadanía pareció resignificar el “que se vayan todos” de principios de siglo por el “que venga cualquiera”, 20 años después. Pero no se trató de un cualquiera que tenía como único atributo ser un outsider de la política como Javier Milei, sino por el que propuso un ideario similar al de Cambiemos 2019 que afirmaba que había que hacer lo mismo que había intentado durante su gobierno pero “más rápido”.

La velocidad del mazazo y lo profundo a hundir el bisturí fue lo que concitó un apoyo mayoritario que quedó plasmado en el resultado del balotaje. La sociedad le había “picado el boleto” a la clase política que seguía, como quedaba en el dicho popular, “en un cumple”.

Y no es solo atribuible a un partido político, pese a que el derrotado fue el peronismo y las grandes estructuras que le retacearon apoyo como la UCR, sino a un modelo decisional que generó que la experiencia del votante viera en el Estado una estructura sobredimensionda de sojuzgamiento en cuyo seno no puede hallar una sola solución a sus padecimientos. El cachetazo fue equivalente al nivel de ineficiencia que silenciosamente se acumuló. Era una olla a presión por un formato agotado esperando el momento de estallar. Ocurrió.

La necesidad de rediscutir la organización como país quedó crudamente expuesta. Si con Sergio Massa se podía imaginar una transición hacia ese objetivo con plazos y acuerdos más graduales, el triunfo de Milei envía el mensaje de que Argentina se empieza a discutir, profundamente, a partir de hoy.

Un reseteo general que tendrá el desafío de atacar los temas espinosos y las reformas postergadas. Esa fue la propuesta que ganó con más del 55% y cuyo mensaje fue que no existe el gradualismo y la tibieza para los cambios estructurales.

Por otro lado, el temple que deba estrenar el presidente electo para aplicarlas, modelado dentro de los consensos democráticos que le marcó el 44% que votó en su contra precisamente por el pavor a parte de su plataforma, será uno de sus principales desafíos. El otro, mucho más inmediato, es administrar la transición donde lo que se puso en crisis es que la sociedad acepta el riesgo de que sea muy turbulenta.

La carta blanca del presidente electo contempla que los próximos días sean una montaña rusa, luego de que anuncie que asumirá desde las cenizas de lo que quede a partir del 10 de diciembre. Colgarle a Alberto Fernández la última factura de la crisis que puedan deparar los efectos de la elección es gratuita.

¿Este triunfo es una consecuencia de la cada vez más evidente disociación de agendas que tuvo la política durante la última década y las necesidades de una población que acumulaba frustraciones y percibía que la clase política se ensimismaba en prioridades de nicho? Por injusta que esta lectura pudiera ser, una porción mayoritaria expresó que el castigo debía ser ejemplificador.

Resta saber si el cuestionamiento a “la casta” y el “abrazo a las ideas de la libertad” incluyen poner en discusión el modelo productivo de la Argentina, procastinado al extremo por el temor a medidas impopulares. El resultado electoral traduce que lo impopular fue subestimar el nivel de fastidio que esa forma de administrar el riesgo tenía.

El desglose del porcentaje obtenido pone de relieve que empujado por el hastío, la desesperanza, la bronca o la búsqueda de un cambio real ese 55% -en la historia de la Argentina- es lo más volátil que existe y está sometido a cualquier vaivén que lo evapore en la primera de cambio. Esa situación también es un escenario de lo más previsible.

La transición va a servir para medir qué tan rápido puede aprender a ser estadista y abandonar el discurso pétreo de la campaña, donde planteó llevar a la práctica un experimento económico a cielo abierto que no ofrece ningún caso de éxito en el mundo. Y qué tan rápido comprenda que “las fuerzas del Cielo” poco pueden ayudar a encontrar los consensos en un Congreso fraccionado, el tiempo que le demore familiarizarse con la botonera del Estado y con los tribunales consolidando un abroquelamiento que apuntale su propia autonomía para usar la Constitución Nacional como escudo. El desafío es mayúsculo y la “luna de miel” puede ser inexistente.

Párrafo aparte debe destacarse la visión de Mauricio Macri que pareció haber visto todo, antes. Cambió de caballo en medio de la carrera y dotó de continente a un contenido quizás, con la expectativa de moldear los principales tentáculos de la administración en un “segundo tiempo” prestado.

Su “intervención” en la campaña y el Pacto de Acassuso fueron hitos subvaluados. Si su plan es ser un facilitador de gobernabilidad de cara al resto del sistema, restará ver si Milei asume ese apoyo como un compromiso en el reparto del poder o si, por el contrario, hace honor a la tradición presidencialista y montado a la autoridad del cargo, lo tabica. Rendirá examen acerca de qué tan rápido desplaza a “La armada Brancaleone” con la que milagrosamente consiguió la epopeya inimaginable dos años atrás para desplegar funcionarios que sí funcionen en sectores claves. Las urgencias no permiten pasantías.

En este escenario y más allá de los 11 puntos de diferencia entre uno y otro –lo que vuelve histórico este balotaje- la “grieta” seguirá más viva que nunca porque las posiciones se han mostrado tan opuestas en sus ideas fuerza como irreductibles. Ese es otro test para la ciudadanía y sobre todo para el nuevo gobierno ya que la paz social no es una garantía accesoria. Es una condición sine qua non para la gobernabilidad.

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