Después de títulos ganadores como “Refugiado” y “Una suerte de familia”, media docena de series y producciones para otros, un buen puñado de obras de teatro, variada actividad docente y destacada labor como jurado oficial en Venecia, Locarno y La Habana, Diego Lerman estrena ahora “El suplente”, película que ya presentó en Toronto, San Sebastián, Biarritz (donde abrió el Festival) y San Pablo. La historia se ocupa de un profesor suplente (Juan Minujin) en un secundario de un barrio peligroso, que en determinado momento se ve obligado a intervenir activamente cuando uno de sus alumnos es amenazado por un narcotraficante.
“El suplente”, el dramade un docente en peligro
Diálogo con el director Diego Lerman y el productor Nicolás Avruj sobre
la película que se exhibió en San Sebastián y que ahora se estrena en el país.
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Dialogamos con Lerman y con su socio, el productor Nicolás Avruj.
Periodista: ¿Es cierto que recién hace poco obtuvo su título universitario?
Diego Lerman: Estudié formalmente entre 1996 y 2001 en Diseño de Imagen y Sonido, pero antes de recibirme hice “Tan de repente”, que se vio hasta en el Japón, y ya seguí trabajando. Recién hace poco rendí las materias que me faltaban y me recibí con todas las de la ley. Lo gracioso es que, entretanto, varias veces fui a dar charlas y seminarios como docente invitado.
P.: La moraleja es bastante clara. Ahora vuelve a la secundaria con “El suplente”. ¿Cómo nació esta obra?
D.L.: La idea inicial es del productor y director Juan Vera, inquieto por el estado de la educación en la Argentina. Me puse a investigar, en algunas etapas me acompañó mi coguionista habitual María E. Meira, en otras Luciana De Mello, escritora. Y luego, los docentes y estudiantes que elegimos para filmar, porque, salvo Rita Cortese y María Merlino, todos los que aparecen en la película en actividades y discusiones como docentes, lo son de veras. Lo mismo los estudiantes, pero aclaro que son de distintas escuelas, y no de aquella donde filmamos, que en realidad fueron dos: los interiores en una de Parque Patricios, los exteriores en otra de Villa Lugano.
P.: Pero pareciera que esto transcurre en el Dock Sud...
D.L.: Si, filmamos en sus calles. La gente del barrio nos la hizo fácil, es muy colaboradora. Isla Maciel, La Boca, pese a eso que rodamos en medio del enésimo brote de covid.
P.: ¿Y los que hacen de gendarmes? En los créditos hay quienes figuran como “asesores de allanamiento”.
D.L.: Ah, soy muy riguroso, en todo me gusta ir a las fuentes. Y ya que estaban, también les propuse que actuaran.
P.: ¿Y los chicos qué tal se portaron? ¿Indisciplinados como sus personajes?
D.L.: Al contrario, fueron muy aliados con nosotros, aportaron un montón. Todos muchachos de barrio, elegidos por María Laura Berch y su hermana Mariana para el casting, donde participó muy generosamente Juan Minujin, el protagonista. Ahora, a algunos les estoy dando un taller de actuación, para que sigan adelante
P.: Es llamativa la cantidad de coproductores, siete...
Nicolás Avruj: Siete, de seis países: Suiza, México, España, Italia, Inglaterra, El Campo Cine, que somos nosotros, y Patagonik, por Juan Vera. ¡Y un distribuidor histórico, ya retirado, Bernardo Zupnik, vuelve a las canchas con 80 años cumplidos! Es como un dream team de gente dedicada al cine.
P.: ¿Eso cómo se logra?
N. A.: Por vínculos y buena fama. Si en una experiencia anterior te llevaste bien y ninguno le robó al otro, y si le ven potencial al proyecto, entonces es poner cada uno un poquito (sonido, horas de edición, figuras) y saber que, aunque nos vaya mal, nadie va a sucumbir y en cambio habremos hecho algo bueno. En esto hay algo de inconciencia, yo creo, pero también es compartir un universo.
P.: Alfredo Castro actúa como padre de Minujin, pero no hay ninguna empresa chilena.
N.A.: No, no es coproducción con Chile, pero lo trajimos solo por el gusto de laburar con él, que es un grande, lo mismo que no es coproducción con Polonia pero trajimos al director de fotografía Wojciech Staron, un genio. Ya es la tercera que hacemos con él, que ni te das cuenta cuando va cámara en mano por la calle o por los pasillos.
P.: ¿Cómo empezaron ustedes con su empresa?
N.A.: Nos habíamos cruzado en alguno de los primeros Bafici, donde cada uno iba como voluntario. Después nos encontramos jugando al fútbol, él estudiaba en Fadu y yo bioquímica, y de noche cine. Era editor, productor, cámara, un día dijimos “¿y si hacemos una productora?”, y alquilamos un P.H. en el Abasto. Adelante vivía un fletero y dealer, al medio 18 personas en dos habitaciones, y al fondo estaba nuestra primera oficina, yo dormía en el entrepiso. Y le pusimos El Campo Cine porque, si alguien llamaba, podíamos decirle “Estoy en el campo”. Allí preparamos “La guerra de los gimnasios”, desde ahí empezamos a dar vueltas por el mundo, también a producir películas de otros, y hacer coproducciones. Se me dio, pero nunca me creí productor. Aparte, acá siempre aparece alguien diciendo que el productor es un garca, como una lógica directa. Una vez decidimos repartir las ganancias de una película con los técnicos y los artistas. No era mucho pero quisimos repartirlo. Y un tipo, en vez de apreciar la buena voluntad, salió diciendo “nos hicieron una maniobra”. Con ese, no vuelvo a trabajar.
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