25 de junio 2008 - 00:00

"Café de los maestros"

Aunque «El café de los maestros» por momentos parece hecho con piezas incompletas de un caleidoscopio, sus protagonistas, nombres mayores del tango, son impagables.
Aunque «El café de los maestros» por momentos parece hecho con piezas incompletas de un caleidoscopio, sus protagonistas, nombres mayores del tango, son impagables.
«Café de los maestros» (Arg.-Br.G.B.-EE.UU., 2008, habl. en español). Dir.: M. Kohan. Guión: M. Kohan y G. Santaolalla. Documental.

Empecemos por los reproches. Una esructura que parece dispersa, como si fuera hacha con piezas incompletas de un caleidoscopio, o de un par de puzzles, donde se combinan como por antojo las imágenes de un juego y de otro, donde falta información básica de lo que estamos viendo (aunque el hecho es reciente, no todos los espectadores recuerdan ya cuándo y para qué se formó el café del título). Por ahí suenan unos vientos que nunca hemos visto, de pronto al editor le entra el apuro, bueno, a cualquiera le entraría el apuro con todo el material que aquí han recopilado. Este es, cabe recordarlo, el resumen fílmico, mejor dicho un demo fílmico, de las muchas sesiones de charlas, ensayos, y grabaciones, amén de un concierto en el Colón (¿recuerda el lector cuando había conciertos en el Colón?), de una buena cantidad de viejos músicos y cantantes de tango, ex profeso agrupados por Gustavo Santaolalla. Y el problema principal es que hay muchísimo registro, y cada uno de esas viejas glorias da para una película entera.

Alberto Podestá evoca la calle porteña y grita un gol de Cambiasso junto a Ernesto Baffa, quien recuerda cuando, de niño, le abría la puerta del taxi al Gordo Aníbal Troilo. Otro, Carlos Lazzari, recuerda las noches en que el griterío de los admiradores tapaba las indicaciones del director de la orquesta, el inefable Juan D'Arienzo, Rey del Compás. Por su parte, Emilio Balcarce destaca la nobleza de don Osvaldo Pugliese, y Juan Carlos Godoy, burrero eterno, habla de unos caballos que bailaban dopados en Colombia. Ahí están, además, el Chula Clausi, el Marinero Montes, el violinista Suárez Paz, Oscar Ferrari, Leopoldo Federico, Osvaldo Requena, Carlos García, Mariano Mores, muy brevemente Horacio Salgán y Ubaldo De Lio, y aún José Libertella, y Lágrima Ríos, que alcanzaron a grabar, y unos cuantos más, cada uno con sus recuerdos, bromas, y lucimientos.

El más joven de ellos ya cumplió los 80 años, el tema más flojo es antológico, y Virginia Luque, increíble, como su vestido no tiene bolsillos se mete al público en la boa de plumas, pero no sólo al público que aparece en la película, sino también al público que está viendo la película, y que en más de una función suelta las lágrimas y termina aplaudiendo «a telón abierto». Al comienzo, nomás, ¿cómo no aflojarse cuando uno de esos viejos porteños besa su acordeón y dice «éste se va conmigo»?

En suma, el armado de la película es harto criticable, pero los artistas, nombres mayores de nuestra música, son impagables. Y ahí viene otro reproche: este deleite dura apenas noventa minutos.

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