31 de enero 2003 - 00:00

Desafiante muestra viaja de "hotel tomado" a Recoleta

Boquitas pintadas de Eleonora Filippi
"Boquitas pintadas" de Eleonora Filippi
Desde el año 2000 una vieja casona con terraza, pérgola, piscina en la esquina de Estados Unidos y San José se convirtió en hotel y todo éste en un Espacio de Arte que lleva el curioso nombre de Pop Hotel Boquitas Pintadas. Sus dueños alemanes han hecho un lugar donde confluyen la gastronomía, la música, la poesía, el pensamiento, las fiestas y también el arte.

El curador permanente, Julio Sánchez (1960), licenciado y crítico de arte, organiza las exposiciones de artistas de diferentes disciplinas, sin distinción de edad y trayectoria, algunos provenientes del interior del país y que asisten a talleres de artistas como Juan Doffo, Héctor Médici, Fabiana Barreda Marisa Varela. Sánchez los elige de acuerdo a su único criterio, no hay preconceptos estéticos salvo el de que «el arte es un medio de crecimiento espiritual». Boquitas Pintadas es un «hotel tomado».

Las obras no se exhiben en un lobby, por otro lado inexistente. Están en el bar-restaurante, en el rellano de las escaleras, el hall al que dan las habitaciones, en éstas y en sus baños.

Al decir de sus dueños, arte en un «espacio vivible». ¿Qué arte? ¿Bajo, alto? ¿Complaciente, identificatorio, significativo, conceptual, banal, político, espectáculo, comercial? Como las certidumbres se han desvanecido, el arte es un espacio autónomo, en permanente transformación.

Parafraseando al teórico Carlos Espartaco, una estética provisoria. Sólo indicios, ni oculta ni dice del todo, que puede cambiar en la próxima exposición, un desafío para la crítica de arte en general como observadora de un trabajo que se está haciendo y rehaciendo permanentemente.

•González Baez

Máximo González Baez (1971) realiza una refinada instalación lumínica inspirada en los halos de los santos de obras renacentistas. Eleonora Filippi (1974) y sus irónicos ex votos en pinturas a la manera barroca colonial con inclusión de esqueletos como los del mejicano Guadalupe Posada. Y si de barroquismo se trata María Kusmuk (1964), instala sus fotografías sangrientas en un marco que no lo escatima. Carlos Oñatibia (1970), finalista del Premio Federico Klemm a las Artes Visuales 2001, monta en estructuras alargadas sus fotos de 10x15cm. que tienen como protagonista a Ken, compañero de Barbie. Son secuencias de una historia de amor que señalan el patético distanciamiento carnal de los protagonistas.

Mauro Giaconi (1977), modifica e inutiliza una cama al atravesarla con un material tan poco atractivo o romántico, el de Duchamp tampoco lo era, como caños o rejillas, quizás su intención sea jugar con cierto erotismo. Diego Ranea (1964), fotografía cielos y mares, de aquellos que conmueven al fotógrafo amateur, recuerdos de viaje, cámara en mano. Puede imaginarse el desconcierto del radiólogo del hospital adonde Fabian Bercic (1969) llevó sus juguetes de plástico para ser radiografiados. Todos tienen nombre y el conjunto revela su preocupación por el mundo del consumo en el que nadie se salva. Muñequitos de plástico de sus hijos o elementos adquiridos en «todo X 2 pesos» son la base de las mandalas de Martina Lorenzutti (1959).

•Schufer

Diana Schufer (1957), artista de vasta trayectoria trata el tema del amor. Recordamos las instalaciones de cartas escritas sobre sábanas, las voces de hombres y mujeres sin eufemismo alguno que se escuchaban detrás de las paredes y las almohadas, «el amor por los padres, hijos, parejas, amantes, encuentros y desencuentros...» De Gabriel Baggio (1974), se muestran testimonios fotográficos de una performance en la que se degustó una sopa a partir de una receta hecha por su abuela, su madre y por él mismo.

Resultado: dulce, contundente, ácida, en ese orden ,según la personalidad de los protagonistas.
Rodrigo Medeiros (Brasilia, 1963), realiza esculturas o volúmenes en rollo industrial de lija, un contraste entre el áspero material y la idea de fragilidad. ( Boquitas Pintadas se trasladó a la Sala 4 del Centro Cultural Recoleta hasta el 16 de febrero.)

•Varela

Marisa Varela no acaba de descubrir a piqueteros, cartoneros y la pobreza instalada en nuestras calles desde hace mucho tiempo. Tampoco especula con un discurso moralista ni siente que ahora hay que salir a mostrar la realidad urbana. Pero, como artista sensible, fue conmovida por un hecho real.

Un hombre de su amistad -clase media-, en razón de su divorcio debió dejar a su familia su único bien, el departamento que compartía con ella. No tuvo otra salida que dormir en la calle. Hasta aquí una anécdota más de las miles que constituyen el trasfondo de los sin techo.

La muestra que exhibe en el Centro Cultural Borges hasta el 28 de febrero está compuesta por 17 fotografías-pinturas, una selección de casi 300 tomadas por una fotógrafa profesional que seguía las instrucciones de la artista.
Marisa Varela es pintora y, como tal, primó su visión estética, muy alejada de lo panfletario, de lo oportunista.

Recorrieron zonas céntricas y alejadas a altas horas de la noche, muchas veces fueron hostigadas por aquellos que consideraban su intimidad vulnerada y en otros casos, esos seres que pertenecen a distintos sectores sociales, les descubrieron sus secretos.
Muchos, provenientes del interior eligen Buenos Aires por la comida asegurada. Otros no aceptan el sistema de planes oficiales, como dormir hacinados en un galpón, comida e higiene a una hora determinada. El resultado es este conjunto de fotos compuestas, digitalizadas y pintadas con óleo.

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