18 de marzo 2004 - 00:00

Extraños amantes con destino de TV cable

Jennifer Aniston y Ben Stiller
Jennifer Aniston y Ben Stiller
«Mi novia Polly» («Along Came Polly», EE.UU., 2004; habl. en inglés). Dir.: J. Hamburg. Int.: B. Stiller, J. Aniston, P. Seymour Hoffman, D. Messing y otros.

Liviana, con algunos buenos gags y enteramente previsible, «Mi novia Polly» es una de esas películas con claro destino de canal de cable. Hasta parece estar viendo HBO o Movie City en pantalla grande. Es ágil y ocurrente hasta bien promediada la mitad de la historia pero después empieza a perderse, hasta su desenlace, en situaciones reiteradas y con mucha menos chispa.

Aunque su director y guionista, John Hamburg (también libretista de «El padre de la novia» y «Zoolander») no deja de adherir a ese humor cloacal y primario que se está imponiendo en cierta corriente de la comedia americana de hoy, la película es muy moderada en ese aspecto y, comparada con otros productos similares, resulta casi hasta elegante.

Ben Stiller
(un buen y hoy muy repetido actor cuya gracia no alcanza, sin embargo, la de predecesores suyos como Billy Crystal) es aquí Reuben Feffer, un asesor de riesgos en una compañía de seguros cuyo métier se confunde con sus propias inseguridades: necesita que todo, en su vida, quede a resguardo del azar y las imprevisibilidades. Jamás entró en sus cálculos previos, por ejemplo, que su mujer lo engañe, en la misma luna de miel, con un musculoso instructor de scuba en el Caribe (Hank Azaria, desopilante).

La inmediata ruptura conduce de lleno al film a su eje central, el contraste entre un hombre de esas características y la informal, casi setentista Polly (la bella Jennifer Aniston, de la serie «Friends»), antigua conocida suya a la que el azar, ese mismo azar que tanto espanta a Reuben, vuelve a poner frente a él, como bálsamo para olvidar a la infiel. Graciosas son las varias escenas en los restaurantes «étnicos» que fascinan a Polly y descomponen a Reuben, y mucho más eficaces todavía el primer encuentro en el departamento de Polly y la escena del baño, y las confusiones con el instructor de salsa cubano.

Fatalmente, fuerza de las exigencias del mercado o de la inspiración que se agota (y que suele echarle la culpa al mercado), el libro no sabe terminar de contar el encuentro de los insólitos amantes sin caer en las típicas convenciones y lugares comunes con los que también se resuelven centenares de películas.

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