Gore Vidal « Navegación a la vista» (Bs. As., Mondadori, 2008, 303 págs.)
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Hoy el cine ha reemplazado a la literatura. Tanto si la Décima Musa actúa en una pantalla de cine o dentro del tubo catódico, no puede haber otra realidad para nosotros porque la realidad no empieza a tener significado hasta que se ha hecho arte a partir de ella. Para el Agora, el Arte es ahora imagen y sonido, y los libros están cerrados. De hecho, la lectura de toda clase está de capa caída", este párrafo de Gore Vidal concentra buena parte de los que desplegará en «Navegación a la vista», que él ha sostenido será la última parte de su autobiografía, iniciada con el libro «Una memoria».
Si aquella primera parte de la muy mediática vida del gran escritor norteamericano era sistemática y por momentos ferozmente irónica, ésta es una andanza «sin brújula» por hechos de su vida que no había contado o a los que le faltaban detalles. Aquí está la presencia constante del mundo del cine en quien «lo que realmente quería era ser una estrella de cine», y conjuntamente del «agora», es decir
del mercado. Cada tanto, como al pasar, anota un dato o un chisme sobre la amanerada Katharine Hepburn, la viril Greta Garbo, el inapreciable Marlon Brando o se enorgullece de ser padrino -»no el padre»- del hijo de Susan Sarandon y Tim Robbins; anota fragmentos de sus charlas con Federico «Fred» Fellini, Martin Scorsese o Francis Ford Coppola, habla de las «payasadas» de su despreciado Truman Capote y de la recuperada envidia por el genio de Tennessee Williams, «el pájaro glorioso»; están -obviamente- los «sólo un mito» hermanos Kennedy, y «el desastre Bush» en la inevitable parte que dedica a la política de los Estados Unidos.
Ningún lector podrá decir que al libro le faltan chispa y color. Como buen texto de Gore Vidal es una suma de sarcásticas reflexiones a los saltos sobre política, sexualidad, literatura, jet set, la fama. Es un álbum de instantáneas, flashes, retazos (por lo tanto, por momentos abrumadoramente superficial) de la vida de un narrador, guionista y ensayista que es, además una estrella mediática, alguien considerado, tras la muerte de Susan Sontag y Norman Mailer, «el último escritor intelectual norteamericano». A Gore Vidal lo decepciona que luego de haber tenido como antecedentes a veteranos como Mailer, Vonnegut y él, «los escritores jóvenes no sepan de historia, ni les interese, y sólo quieran escribir sobre ellos mismos».
A los 83 años, tras la muertede Howard Auster, su compañero de toda su vida adulta, Gore Vidal trata de mantener el estilo, su antigua gracia, pero no logra esconder su melancolía. El drama para quien escribe su autobiografía es que tiene mucho de un adiós, algo de testamento, de un testigo privilegiado de gran parte del siglo XX.
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