15 de agosto 2001 - 00:00
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P.: ¿Cómo inicia su aventura?
E.B.R.: El globo, debido a una maniobra desafortunada, se pierde con el norteamericano a bordo, como castigo los obligan a ir por la selva a buscarlo al brasileño Bebeto y al argentino, a los que se une un desertor paraguayo y la hermana del brasileño, una mulata llamada Silvaninha. Es una empresa descabellada.
P.: ¿Es una novela histórica?
E.B.R.: Es una historia de amor, de aventuras y sobre la adolescencia perdida. Es actual porque los chicos soldados, que entran en combate, son hoy un problema mayor que en el pasado. En 1999 había 300 mil chicos, entre 8 y 16 años, bajo bandera en más de 30 países, de Colombia a Uganda. Estaban condenados a un destino espantoso, eran obligados a combatir bajo la influencia de la droga, y para que pierdan cualquier escrúpulo acerca de la matanza, una de las primeras actividades que se les hace cumplir es una operación en su propia aldea, matar a gente conocida, cuando no de su propia familia.
Esto es mucho más terrible en el presente que en tiempos de la Triple Alianza porque la armas modernas son más fáciles de transportar por chicos y chicas, y mucho más mortíferas. Y cuando esos muchachos son dados de baja no tienen adónde ir, son odiados por su comunidad, porque se han vuelto criminales de guerra. Tienen terribles problemas psicológicos. La niñas, convertidas en concubinas de los soldados, por si la guerra fuera poco, muchas veces son condenadas, a través de atroces violaciones, a llevar encima al hijo del enemigo.
P.: ¿Esto está en su novela?
E.B.R.: Uno de los personajes, el desertor paraguayo Universo Morales, es un maestro de escuela cuyo único objetivo de pasarse al enemigo es recuperar su escuela perdida. Poco le importa la guerra, nada le interesa la suerte del globo, pero tiene el alocado sueño de que, a través de ese mirador, va a poder recuperar su escuela. En realidad, se ha convertido en soldado. Y los soldados jóvenes son muy buenos para las emboscadas, no tienen problemas de valentía como los soldados adultos y, por tanto, son capaces de operaciones que ningún mayor en su sano juicio sería capaz de realizar.
P.: ¿Cómo consiguió el ritmo narrativo?
E.B.R.: «Setembrada» está escrita bajo el influjo de la música, me pasé dos años escuchando bossa nova porque el argentino, el narrador, está perdidamente enamorado de la mulata. Eso hace que su lenguaje se vaya transformando por obra del amor y termina describiendo todo con un portuñol. En esta novela de amor está presente el conflicto racial apagado que hay en Brasil, cubierto con cortesía, donde todos quisieran ser blancos. En «Setembrada» están los mulatos, los hijos claros de una familia de negros, y su religiosidad, la macumba. La marcha por la selva, en determinado momento, se convierte en una especie de des-file de escola do samba. Muestra a seres duros, marginales, que no saben para qué están peleando.
P.: ¿Cómo aparece la Guerra de la Triple Alianza?
E.B.R.: En detalles básicos de aquella guerra, que fue atroz, peor que la de Vietnam, una opera-ción de aniquilamiento. Un acto imperial de la Argentina de algo que se podía haber arreglado en dos meses, cuando se recuperó Corrientes, y que nosotros en nombre de la libertad y la democracia convertimos en el asalto y el saqueo de Asunción. No se me ocurre una comparación más atinada que la recaptura de Puerto Argentino por los ingleses. Es como si luego hubieran entrado en el continente y arrasado Buenos Aires. Eso ocurrió en aquella guerra, que terminó cuando no quedó ningún paraguayo vivo mayor de 12 años. En «Setembrada», que está en las antípodas de «Noticias secretas de América», de esa guerra sólo se cuenta lo indispensable. Me importó lo que pasa por la emoción de esos cuatro adolescentes, que entre todos no suman más de 100 años.
P.: Dice que no tiene nada que ver con «Noticias secretas de América», algunos creen que se trata de un capítulo perdido...
E.B.R.: Tengo suficientes milagros sobrantes como para hacer «Noticias secretas...» 2 y 3, pero no me voy a dedicar a eso. Esta es la última novela que escribo sobre el pasado. Escribir me interesa en cuanto es un desafío. Repetir lo que ya hice no me causa placer, no tiene misterio, no me entretiene porque ya sé toda la historia. Dejé de lado dos novelas sin escribir porque sabía hasta los menores detalles y eso las convertía casi en un trabajo de oficina. Las perdí voluntariamente cuando me di cuenta de que el excesivo trabajo sobre ellas las fue enfriando. Se pensará: ¿cómo las abandonó cuando las tenía tan trabajadas y decidido cada capítulo? Es que eso en vez de convertirse en una ventaja fue la muerte de esas novelas.
P.: ¿Se va de la novela histórica cuando ese género sigue teniendo muchos lectores?
E.B.R.: Discrepo sobre que mis libros sean novelas históricas. El único que podría llegar a serlo es «Noticias secretas...», pero tampoco sé si es una novela, una crónica periodística o una mezcla de ficción y no ficción. En «Fuegia» no está nombrada Tierra del Fuego ni los onas ni los yamanas ni siquiera la Argentina. No podemos tener dudas de que «el país de las lluvias perpetuas» es el Cabo de Hornos, que «el canal de mucha nieve» es Magallanes, pero está todo armado para que tuviera absoluta libertad para escribir una historia que no estuviera atada a la biografía de éste o aquél.
P.: ¿Por qué lo ponen en el catálogo de las novelas históricas?
E.B.R.: Es un error. Jamás he escrito una novela histórica. Nada más alejado que «Fuegia», «No se turbe vuestro corazón» o «El náufrago de las estrellas». «Noticias secretas de América» es una crónica, género del cual no hay muchas obras. Pero para los editores era suficientemente novelesca como para declararla novela. Y si es muy argentina, según me reprochan, es porque yo lo soy al escribir. Mi ámbito es nuestro país, por eso abandoné a los personajes de «Fuegia» cuando Darwin los lleva a Londres, aunque supiera al detalle lo que históricamente les había sucedido. Esto creo que ratifica que no soy autor de novelas históricas.
Salvo que lo sea narrar sobre un lugar. Entonces «El extranjero», que ocurre en Argelia, «El viejo y el mar», en Cuba, y «Los desnudos y los muertos», en la Guerra Mundial, son novelas históricas, y cualquier cosa es novela histórica. Eso sí, si «Memorias de Adriano» es novela histórica, me anoto.
P.: ¿Por qué «Fuegia» no es aún una película?
E.B.R.: Hubo muchos interesados en filmarla, pero yo les decía: hay maneras más fáciles de perder plata en la Argentina que filmar «Fuegia», miren que no me privo de nada, si hay que poner 10 mil extras, bosques nevados, lobos marinos, perros cazadores de indios, piraguas, paquebotes con pasajeros que venían de Europa, los pongo. Era de locos pensar en hacerla en un país que no tiene industria cinematográfica. Otra cosa que preguntaba en esas charlas amables era: ¿cómo van a hablar los indios?
Me decían: todavía no firmaste contrato y te preocupás por eso. Yo insistía: ¿van a hablar como nosotros, como Tarzán, les vamos a inventar un lenguaje, van a hablar en francés porque es una coproducción con Francia, van a hablar en off? Esto es capital porque si a los dos minutos de comenzar la gente se mata de risa, se terminó la película. Los ensayos de mostrar indios en nuestro cine fueron patéticos. Lograr verosimilitud contando sobre indios fueguinos me fue más difícil que si hubiera escrito sobre venusinos. Eso explica el silencio sobre historias de los indios que hay en la literatura argentina.
P.: ¿Qué está por escribir?
E.B.R.: Siempre tengo varios platitos bailando al mismo tiempo para no saturarme. Yo publico sólo aquello que me convence. Tengo mucho que no he publicado y que no voy a publicar jamás. Ya bastante problema tiene la Argentina como para que uno ande mortificando gente publicando todo lo que se le ocurre.
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