24 de septiembre 2008 - 00:00

"La profesión de Irina Palm"

Marianne Faithfull interpreta, en «Irina Palm», a una recatadaseñora londinense que encuentra un trabajo algoinusitado para sus costumbres.
Marianne Faithfull interpreta, en «Irina Palm», a una recatada señora londinense que encuentra un trabajo algo inusitado para sus costumbres.
«La profesión de Irina Palm» («Irina Palm», Inglaterra-Bélgica-Almeania, 2007; habl. en inglés). Dir.: S. Garbarski. Int.: M. Faithfull, M. Manojlovic, S. Hewlett, J. Agutter y otros.

"La profesión de Irina Palm", vehículo para el lucimiento de la notable y rubicunda Marianne Faithfull (más allá de que el paso del tiempo haya sido mucho más benévolo para con su ex, Mick Jagger, quien proféticamente, quizá, le dedicó a ella la canción «Sticky Fingers»), juega siempre al borde de los límites aunque nunca tanto como para traicionar su fondo moralista y hasta edificante. En ese sentido, esta divertida comedia dramática de Sam Garbarski reconoce un punto en común con «Muerte en un funeral»: en un caso el humor negro, en otro la farsa sexual, desopilante, casi al borde de lo procaz, pero siempre dentro de una prédica conservadora de los valores tradicionales, que se reafirman sobre el desenlace, y no sólo allí.

Maggie, una honesta y pacífica dama inglesa, devota del five o'clock tea y apegada a los ritos más tradicionales de la clase media londinense, accede a la llamada profesión más antigua del mundo por razones solidarias. De manera repentina, un aciago día, se ve urgida a conseguir un empleo para ayudar a costear la irreversible operación a la que deben someter a su nieto. Ella ya ha pasado el umbral de los 50, carece de experiencia en casi todo y está harta de tocar timbres mientras corre la cuenta regresiva de la enfermedad; pero, una tarde, al volver de una de sus muchas entrevistas frustradas, atraviesa por azar la Zona Roja, y allí toca el timbre correcto. Un rufián melancólico se apiada de ella y decide darle una oportunidad. En realidad, el contrato de Maggie la obliga, para su gran zozobra, a tocar otra cosa que timbres. No es que ella peque de ingenua, sólo que antes de ingresar imaginó que, a sus años, debería servir tragos, lavar pisos, u ocuparse de algún otro menester manual menos expuesto. Pero no. La tarea a la que la destinan es diferente aunque, claro está, circunscripta a una práctica específica sin que el cliente pueda verla (la edad y la apariencia física la tornan poco competitiva para objetivos superiores, al menos para el gusto standard de los parroquianos).

Sin embargo, pese a la comprensible falta de pericia resultante de los largos y tristes años de viudez, y de las tantas tardes plácidas en compañía de sus amigas, en las que no manipuló más que las delicadas asas de las tazas de porcelana, Maggie descubre que tiene un don especial y se convierte, inesperadamente, en Irina Palm, la prestidigitadora de la Zona Roja, la Mozart de su especialidad, y su pase empieza a cotizar al precio de un jugador de fútbol estrella.

Proyectada en la competencia oficial del Festival de Berlín 2007, un espacio tal vez bastante insólito por la naturaleza francamente comercial de la producción, allí se produjo un fenómeno curioso aunque no inhabitual: las carcajadas que se oían en la función de prensa eran casi incesantes, aunque al día siguiente las reseñas tendieron a ser negativas. Pero el público, que no se culpa por disfrutar ni tiene nada que representar, la pasará muy bien. De participar en Cannes, tal vez hubiera ganado la Palma de Oro.

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