22 de agosto 2003 - 00:00

La puesta resalta bellísimos textos

Rodolfo Roca y Mariano Rugiero
Rodolfo Roca y Mariano Rugiero
«Paraísos olvidados», de G. Lampedusa. Adap.: R. Roca. Dir.: L. Cáceres. Int.: R. Roca y S. Surraco. Il.: M. Rugiero. Mús.: P. Bronzini. Vest.: M. Uría. (Teatro Anfitrión.)

C uando un texto se impone por su belleza y quien lo dice es consciente del material que maneja, es imposible sustraerse a su fascinación. Esto es lo que sucede en «Paraísos olvidados», espectáculo basado en un cuento de Giuseppe di Lampedusa, en el que un viejo profesor deja como legado a su ocasional alumno, su historia de amor.

Rosario La Ciura,
senador retirado y amante de la cultura clásica, toma todas las noches su café en el mismo bar, al que un joven periodista concurre regularmente. Atraído por la curiosidad, o tal vez porque presiente que entre ellos existe algún inexplicable vínculo, el muchacho desea entablar conversación, pero su timidez se lo impide. Es el hombre mayor quien facilita el acercamiento, solicitándole el periódico que lee. Poco a poco nace entre ellos una amistad como de padre e hijo y finalmente el profesor lega al periodista su historia de amor. El encuentro con una sirena en el sur de Italia en un paisaje que recrea un universo intocado, transforma la existencia del profesor haciéndolo participar de lo divino. En vísperas de participar de un viaje que lo lleva de regreso al paraíso de su juventud, del que sabe que no ha de regresar, el hombre hace depositario al joven no sólo de su historia, sino también de su biblioteca. Más tarde, la guerra arrasará con los tesoros y el paraíso se hundirá en la sombra.

Luciano Cáceres
ha elegido el camino correcto, con movimientos imprescindibles y aprovechando con inteligencia el modesto espacio, ha creado un espectáculo cuya energía fluye de las palabras, disparadas de imágenes perturbadoras que mantienen al público en suspenso.

Rodolfo Roca
vierte con justeza el texto y compone con acierto al profesor, y Sergio Surraco tiene el tipo adecuado para encarnar al periodista, pero su voz es poco expresiva.

Es hermosa la imagen del profesor que parece diluise en el agua, lograda por la iluminación de Mariano Rugiero. La escenografía de Edna Fernández y el vestuario de Mercedes Uría son adecuados, lo mismo que la música de Pablo Bronzini.

En suma: una propuesta noble que demuestra que no son necesarios recursos técnicos deslumbrantes para lograr un resultado conmovedor que, afortunadamente, está atrayendo al público joven.

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