14 de febrero 2007 - 00:00
Laiseca: "El humor es la gimnasia de la inteligencia"
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A.L.: Así soy yo, una mezcla de cosas. Y el humor, esa gimnasia de la inteligencia, nos ha sostenido en tiempos terribles.
P.: ¿La «pornografía ontológica» forma parte de ese « realismo delirante» que define como su estilo?
A.L.: Naturalmente, hay delirio pero tambien realidad en el encuentro de personas algo extrañas, que son los encuentros que más valen la pena.
P.: ¿Cómo es Analía, la protagonista de su nueva novela?
A.L.: Es una chica de clase alta perdida en la noche. Yo la quiero muchísimo. Ella se defiende de todo lo que le pasa -y sobre todo de su madresiendo prostituta, cosa que a la vez la destruye. Está totalmente loca, algo que nos pasa a los humanos en general: estar chiflados. Yo quería fabricar un personaje femenino porque la mujer por lo general sufre más. P.: Y es poeta...
A.L.: Es mala poeta, y lo sabe. Sólo escribe buena poesía cuando tiene un brote psicótico. Le pasa de todo, pero... con final feliz: es rescatada por el amor. Soy un romántico incurable. Como Drácula (se ríe).
P.: Junto a Analía está un japonés delirante.
A.L.: Tojo, el jardinero de la mansión de lo Waldorf Putossi, locamente enamorado de esa muchacha. A medida que Analía va cayendo más bajo física y psíquicamente, Tojo más la quiere, más bella le encuentra.
P.: También aparece usted como personaje...
A.L.: Con distintos disfraces. Oscar Wilde dijo que había que revelar el arte ocultando al artista, yo no estoy de acuerdo y revelo al arte y al artista. Si bien soy el personaje Lai, tengo pedazos del pobre Tojo o del El Monitor, entre otros.
P.: ¿El Monitor no había muerto en su novela «Los Sorias»?
A.L.: Tuve que resucitarlo. Necesitaba al Jefe de la Tecnocracia para que le dijera a sus adláteres: «a veces me pregunto por qué me hice dictador y mirándolos a ustedes ya sé: para tener quien me escuche» (risas). En la novela se dedica a contar cuentos, que se suman a los del capítulo «Cuentos pornográficos para niñas inocentes». En mis libros siempre reaparecen personajes de mis otras obras, y en ésta hasta rescato al profesor chiflado de «Viaje al Centro de la Tierra» de Julio Verne. Eso sí, para que se viniera a mi novela tuve que sobornarlo dándole un título nobilario.
P.: En su obra pareciera mezclara Rabelais con Roberto Arlt, a Celine con Marechal, a Kurt Vonnegut con...
A.L.: Arlt y Marechal me gustan mucho, son los fundadores de la nueva novela argentina. Pero no tuvieron influencia en mi obra. Borges decía que «podemos encontrar antecedentes de Kafka porque hemos leído a Kafka». Cada autor construye sus antecedentes, y otros descubren los clásicos que hay tras él.
P.: ¿Cómo se lleva con sus colegas generacionales?
A.L.: Siento respeto por ellos, pero cada uno está en los suyo. Me gustan Piglia, Aira, Fogwil, pero lo mío es el « realismo delirante». Y en eso sólo siento alguna relación con Osvaldo Soriano. «Una sombra ya sólo serás» es un buen ejemplo del género «realismo delirante». Con Soriano no teníamos nada que ver y éramos muy amigos. Desde su ópera prima, «Triste, solitario y final», alcanzó un enorme prestigio. Y para los editores, lo que él dijera era palabra santa. Y una de esas palabras fue: editen a Laiseca. Y así apareció en 1976 mi primera novela, «Su turno para morir». Y ahora ya llevo publicados 18 libros, 17 con «Sí, soy mala poeta pero..», y 18 con «Manual Sadoporno» que también sale este año.
P.: ¿Un manual erótico?
A.L.: No, una novela que comienza con una serie de epigramas sádicos. Algunos pensarán: Laiseca es un tipo terrible que se debe comer una chica frita todos los fines de semana; al final descubrirán que he escrito una dulce historia de amor, que detesto la crueldad y sólo aprecio el teatro, la puesta en escena que arman los amantes para estimularse.
P.: ¿Cómo le apareció la idea estas novelas?
A.L.: Hace unos años se me ocurrió hacer un rescate de mi etapa underground y así escribí, dentro de ese estilo, «El gusano máximo de la vida misma», «Las aventuras del profesor Eusebio Filigranati» y «Sí, soy mala poeta pero...».
P.: ¿Qué lo impulsó a escribir ese ciclo de historias?
A.L.: No sé, el único que decía que tenía todo pensado era Edgard Allan Poe, y nadie se lo creyó. En mi escritura lo fundamental es lo espontáneo, lo que me está oculto. Como dicen la viejitas: el hambre viene comiendo. Uno tiene una idea y empieza a escribir y de pronto descubre que está rescatando cosas de su pasado, de su experiencia, de su historia.
P.: ¿Es eso lo que le enseña a sus alumnos de escritura creativa?
A.L.: Intento enseñarles a tener humildad, sin eso no se llega a ningún lado. Después a tener soberbia, omnipotencia para creer en la obra que se está construyendo. Luego a ser críticos pero no hipercríticos. Busco transmitirles que los reactivos alquímicos del alma de un creador son egocentrismo, humildad y sentido del humor.
Entrevista de Máximo Soto
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