3 de septiembre 2008 - 00:00
"No hay nada más temible que alguien real con un arma"
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P.: ¿Hizo un policial a pedido?
L.O.: Esa colección venía con una serie de detectives entre los que los escritores convocados elegían uno y lo llevaban hacia su propio imaginario. Me propusieron tener como investigadora a una parapsicóloga en los años 90. Les dije que ese personaje me era muy ajeno, pero que podía coquetear con el mundo de las brujas que hacen «trabajos de amarre», lectura de cartas, esas cosas. Me pareció un buen contraste con los años de Menem.
P.: Y le dieron vía libre.
L.O.: Sí. Así comencé a contar de Fátima Sánchez, más conocida como La Víbora Blanca. En una de sus « lecturas», ve que va a morir en poco tiempo de forma violenta, y sale a averiguar por qué, dónde y cuándo, porque ya sabe cómo lo van a hacer. Es una carrera contra reloj. Ese personaje me permite jugar con la «santería», con los «santos populares», como el Gauchito Gil y San La Muerte, de los que son todos devotos en la villa Fuerte Apache. Pero del Fuerte Apache que fue la prehistoria de lo que hoy es Puerto Madero. En este momento estoy escribiendo la continuación de «Santería», que se va a llamar «Sacrificio».
P.: Su consagración internacional la consiguió con «Chamamé».
L.O.: «Chamamé» me dio de todo. Con el anticipo me vine para el centro. Viajé dos veces a España. Primero estuve en un Congreso de Escritores en la Primera Trovada Literaria en Ibiza, representando a la Argentina junto a Juan Gelman, que estaba por haber ganado el Cervantes. Me invitaron porque les había gustado el trabajo que hago con la jerga, el lunfardo, la germanía. Mi ponencia fue sobre cómo incorporaba el argot callejero a la literatura. Después, gané el Premio Dashiell Hammett de la Semana Negra de Gijón. Aunque para un ex bibliotecario de Morón volver a España, en viaje profesional, ya era un gran premio. Es extraordinario poder dialogar con colegas de todo el mundo, que por escribir policiales enfrentan los mismos problemas. Conversé con leyendas como Juan Madrid y Jorge Semprún, con Juana Salabert, el chileno Roberto Ampuero, el canadiense Scott Bakker, el inglés Mike Carey, el cubano Lorenzo Lunar, el mexicano José Emilio Pacheco. Y Juan Ramón Biedma, con el que compartimos el premio. Y Ernesto Mallo, otro escritor argentino que estaba nominado, y que es un maestro.
P.: ¿Qué gustó de « Chamamé»?
L.O.: Es para mí un misterio. Es una novela excesivamente localista. Transcurre en nuestra Mesopotamia y tiene muchas referencias a nuestra televisión, a nuestra música. Es un ajuste de cuentas entre dos piratas del asfalto. Se conocían de toda la vida, se cubrían mutuamente,hasta que uno le mejicaneaal otro el botín de un secuestro express, y escapa hacia la triple frontera. El narrador, El Perro, sabe que si llega a la frontera, lo pierde, escapa por Ciudad del Este o por Foz y ya no lo va a poder cazar. Por otra parte está un pastor que sostiene que Dios le habla a través de las canciones del rock nacional. Tergiversa las letras como si fuera un mensaje divino, una orden de Dios. Pero le dicen: pará, que eso no es de Dios, es de la Bersuit. Yo pensaba que la novela sólo iba a interesar a quienes conocen grupos de rock de acá, de Manal a Airbag. Y sin embargo, gustó a los editores, gustó al jurado, gustó a los lectores, gustó en otros países, gustó a quienes en Italia la quieren llevar al cine. Para mí es un misterio.
P.: ¿Qué cuenta en «Hacé que la noche venga»?
L.O.: Es un policial clásico y sucede en un momento histórico, eso me permitió encontrar un estilo definido, pasar a narrar en primera persona, lo que lleva a un mejor trabajo con el género y un vínculo más cercano con el lector. Un ciruja, que nunca sabemos si miente o no, que dice provenir de una familia adinerada, cuenta que el frío invierno de 1939, cuando estaba durmiendo con otro atorrante en las excavaciones que hacían en Plaza Italia para continuar esa línea del subte, su compañero murió de una manera violenta y muy misteriosa. Entonces el ciruja se pone a investigar. Hay más muertes, y un ingeniero está rastreando la causa de la muerte de unos obreros. El ingeniero es racionalista, y va por lo deductivo, considera que tras los crímenes está la mafia. En cambio el ciruja, desde su locura, contempla la posibilidad de que se trate de algo sobrenatural. Me gustaba acercarme al relato fantástico, generar esa tensión que provoca lo desconocido. Busqué enfrentar el temor a lo desconocido, a lo fantasmal, con el temor a lo real, y mostrar que no hay nada más temible que alguien real que empuña un arma o participa de una conspiración.
P.: ¿Para imaginar policiales lo ayuda vivir en una sociedad donde a diario se muestra la violencia y la inseguridad?
L.O.: Eso me lo preguntaron muchos periodistas en España. Lo que escribo tiene que ver con el mundo en que me crié, y en el conurbano bonaerense, como todo el mundo sabe, la violencia es moneda diaria, y hay que aprender a convivir con ella. La policía realmente hace lo que puede.
Entrevista de Máximo Soto
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