“No eres Dostoievski, aunque es evidente que te gustaría serlo. Incluso él tenía un gran sentido del humor, como Kafka. Pero ¿para qué hablar de genios? No lo eres. Seguro que lo sabes. No pretendo insinuar que no tengas un don limitado, con destellos ocasionales de ingenio e imaginación. Mi opinión sincera es que tienes demasiada ira y esa es otra razón por la que tu escritura se vuelve aburrida.”
"¿Qué pasa con Baum?": el testamento de un artista abatido
A los 90 años Woody Allen publicó su primera novela, un relato decepcionante con sólo pocas chispas de su viejo ingenio, en la que insinúa responder a las acusaciones que cayeron sobre él, pero renuncia a hacerlo
-
Andrés Barba: la política de hoy en el cuerpo de un conejo
-
Shakira regresó a Buenos Aires y saldó cuentas pendientes en un show repleto de guiños al público argentino
Woody Allen con su esposa Soon Yi Previn. A ella le dedica “¿Qué pasa con Baum?”
La frase, dicha por su editor en la ficción a Asher Baum —alter ego de Woody Allen en su primera novela, “¿Qué pasa con Baum?”—, es la más sincera de este libro, que si bien no es aburrido resulta insustancial. Los incondicionales seguidores del director de “Manhattan” y “Annie Hall”, tras su lectura, podrían plantear otro interrogante: “¿Cuál era la necesidad, Woody, de publicar esta novela a los 90 años? Ni siquiera se dio el gusto de llevar esa ira hasta sus límites; apenas la insinúa en el primer tercio y luego la abandona.
La ira tiene que ver, aunque él lo niegue —como lo hizo en una reciente entrevista con Bill Maher—, con el efecto devastador que tuvo en su carrera, y en su persona pública, la grave denuncia de Mia Farrow sobre su presunta conducta sexual. Esa acusación, jamás probada (y se lo investigó mucho) lo exoneró judicialmente pero lo sepultó en vida.
Se le cerraron las puertas de los estudios importantes, Amazon Prime entre ellos; varios actores que habían trabajado a sus órdenes abominaron de él, otros lo defendieron (como Scarlett Johansson); las campañas en su contra se fueron acumulando, incluido un documental de amplia difusión, y desde entonces sus películas declinaron en calidad y difusión. En su propio país es casi mala palabra, aunque Europa y América Latina lo siguen admirando. No como en sus buenos tiempos, desde luego.
“¿Qué pasa con Baum?”, desde su propia edición, es un ejemplo más de su ocaso, y a la vez el mejor chiste: la novela fue publicada en los EE.UU. por una pequeña editorial de Nashville, Post Hill Press, un sello especializado en temas evangélicos y en literatura de propaganda trumpista, lo cual para un ateo liberal judío, simpatizante histórico del Partido Demócrata, es la peor pesadilla. Ni en sus guiones concibió una ocurrencia semejante. En España, en cambio, lo publicó la prestigiosa editorial Alianza.
En cuanto a la ira, esa ira que él se obstina en negar, asume la forma de una insinuación argumental que luego desaparece sin dejar rastro. Baum, escritor “ingenioso pero no genial”, es entrevistado por una periodista asiática por la que se siente atraído, y a quien en un rapto irracional besa y toquetea en un ascensor. El lector se prepara entonces a encontrarse con un desarrollo que expondría, simultáneamente, el catastrófico efecto de su acto en tiempos de MeToo, su defensa y, sobre todo, la culpa, esa culpa que fue eje central de varias de sus películas más famosas, como “Match Point” (2005) y, en especial “Crímenes y pecados” (1986), su indiscutible obra maestra.
“Los diarios probablemente gritarán violación”, le dice un amigo a Baum. “¿Violación? ¿Compraste esto?” “Definitivamente no, Asher, pero ¿qué importa lo que yo piense? En la cultura actual, una acusación vale tanto como una condena.” “Voy a demandar a esta mujer por difamación”. “Puedes, pero es una batalla cuesta arriba. Sé que es horrible sufrir una calumnia o una difamación, pero a veces es mejor esperar el momento oportuno y no hacer nada en lugar de tomar las armas contra un mar de problemas y, al oponerse, empeorarlos mucho más”.
Con esta cita del monólogo de “Hamlet”, Woody Allen da por terminado el tema. Obedece a Shakespeare: no hace nada, no toma armas contra su mar de problemas. Los expone y los deja sin resolver. Del “silencio de Dios” pasa, sin transición, al silencio del hombre.
La novela
“¿Qué pasa con Baum?”, que está dedicada a su esposa Soon Yi Previn, es, entonces, el debut (y seguramente despedida) de un novelista abatido que, incapaz de transformar su material en un nuevo film, lo convierte en una obra narrativa donde flotan, no sin chispa en algunas páginas, sus temas de siempre, formato que cuenta con dos cosas a su favor: en primer lugar, ahorrarse las penurias y costos de la producción de un largometraje, y en segundo término, quizás el más importante, rejuvenecer 40 años y hacer de Asher Baum su personaje típico, el neurótico inseguro, cincuentón apasionado y atribulado por bellísimas mujeres, asocial y bromista, culposo, siempre en la búsqueda de esa obra magna que nunca llega. O mejor aun, esperando siempre algo que no llega, como una criatura de Beckett.
¿Atraerá esta novela a lectores nuevos que desconocen su trayectoria? Difícil. Lo seguro es que sus admiradores, más allá de la decepción, no dejarán de advertir la presencia de decenas de aquellos tópicos que transitó, central o tangencialmente, en sus años de esplendor. En particular el del plagio, que se convierte imprevistamente en el tema conductor de la trama, una vez que desecha el del acoso a la periodista japonesa.
Baum transita, al empezar la novela, su tercer matrimonio. Su pareja es Connie, una mujer de familia rica a la que le atraen los hombres brillantes, y que no tarda en advertir que su nuevo compañero no es exactamente quien imaginó. En cambio, a quien admira Connie es a su propio hijo Thane, un jovencito hermoso y pedante cuya primera novela está a punto de ganar el Premio Nacional de Literatura (es fácil imaginar en ese papel, si fuera una película, a Timothée Chalamet, quien ya actuó con Allen en la anacrónica “Un día lluvioso en Nueva York” (2019), donde los jóvenes no usaban celular y amaban la música de Cole Porter. Y, en otros tiempos, Connie habría sido Diane Keaton.
Thane es el objeto de envidia para Baum: no sólo se siente incapaz de emularlo, sino que además la novia del joven, Samantha, es de una belleza abrumadora, y por si fuera poco le recuerda a su segunda esposa, Tyler, que lo plantó del día a la noche para irse con otro hombre a criar ovejas en Nueva Zelanda.
Pero Baum, por un azar del todo inverosímil (la obra del azar fue mucho mejor expuesta en películas como la citada “Match Point”), se encuentra con una poderosa arma para contraatacar y, eventualmente, destruir la incipiente carrera de Thane: su tan elogiada novela, ¿es original o el burdo plagio de un escritor muerto y olvidado? Sin embargo, como los más allenianos no dejarán de advertir, tampoco éste es un asunto original. En una subtrama de “Conocerás al hombre de tus sueños” (2010), tal vez una de sus últimas buenas películas, el personaje de Josh Brolin le robaba una novela inédita a un amigo moribundo y la convertía en un éxito, con el inconveniente de que ese amigo terminaba sanando.
De todas formas, la novela trasciende esa intriga central y se recuesta en un tapiz que entreteje sus obsesiones de siempre, ahora asordinadas como en un sueño, un monólogo (lo que refuerza la estructura de diálogo interior que Baum sostiene consigo mismo), o un testamento en el que no sólo ya no hay Dios, sino tampoco psicoanálisis: “Cuando no surgió ningún mensaje, ninguna instrucción sagrada que acompañara su inefable intuición de algo mayor y Dios no apareció, comenzó a extrañar la ciudad donde los indicios de inmortalidad eran escasos, pero en apuros se podía llamar al 911.”
Esos destellos de humor no atenúan la fatiga creativa. Es cierto que un artista reitera, a lo largo de una obra, los mismos temas. Y es bueno que así sea. Pero cuando esa reiteración se transforma en una repetición sin variaciones, a veces mecánica, el resultado puede ser doloroso. En “Hannah y sus hermanas” (1986), otro de sus grandes títulos, el temperamento hipocondríaco del protagonista se esbozaba en un par de escenas admirables. Ahora, esa misma paranoia que sufre cuando le aparecen unos lunares en la espalda no es más que un autoplagio.
“Cuando Baum salió de la fiesta y caminó hacia su auto, se imaginó a sí mismo no en una caricatura sino en una pintura con las manos sobre sus oídos, la boca abierta y firmada por Edvard Munch.” Esta frase, que dio lugar al motivo de la portada, acaso sea la más definitoria de un nonagenario sabio que nos dio felicidad durante muchas décadas, y que nunca la encontró para sí.
“¿Qué pasa con Baum?, de Woody Allen. (Alianza Voces, Madrid, 2025).
- Temas
- literatura
- Libros
- Novela
- Woody Allen




Dejá tu comentario