El planteo de esta película es tocante: ¿qué hacer si el hijo de la vecina es buen pibe, pero se droga? En la historia que aquí se cuenta, el chico y sus amigos, todos ellos medio desclasados, pueden ser buenos, dentro de lo que cabe, e inclusive más leales que el marido de la protagonista. Aunque luzcan como antisociales, ellos tienen su parte de nobleza. El problema es que son difíciles de entender, y de contener.
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A través de diversas situaciones la película va sugiriendo, entonces, que quizás algunos no tengan recuperación definitiva, pero igual puede alcanzarse con ellos cierta comunicación y convivencia. Pero la comunicación tiene un límite, y lo mismo el compromiso, y las ganas, y las reales posibilidades de ayudar al prójimo. Para decirlo, a la obra le basta, por ejemplo, la simple fuerza de una escena donde el chico no sólo ve frustradas sus aspiraciones en el campo de juego, sino que inclusive se ve expulsado del campo social, a causa de un entrenador malhumorado y prejuicioso. Escena que bien podría ser motivo de debate en reuniones de especialistas, o de autoayuda. Ciertamente es una obra irregular. Un momento puede sonar excesivo, teatral (como la noticia de una muerte), y el siguiente puede ser un modelo de inteligencia descriptiva (el silencio, los tonos fríos y la madurez en el dolor que siguen a esa muerte, todo expuesto con verdadera precisión). Y así también, algunos personajes se hacen desmedidos, y algunas cosas suenan inverosímiles, efectistas, pero otras son bien creíbles e incisivas. Por ejemplo, el primer ataque del pibe (Mariano Torre ha crecido como actor), un gesto de protección, o el plano final, con una de esas situaciones que vemos todos los días, y en las que apenas reflexionamos, tomada -no por casualidad-desde la vereda de enfrente. «Contraluz» no es, entonces, un simple pasatiempo, ni un mero drama artístico. Sus valores son otros. Informate más
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