2 de octubre 2001 - 00:00
"Usé la violencia como una forma de catarsis"
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Martin Scorsese: Conmovedor, tremendo. Ha sido una experiencia ciertamente prove-chosa. He reconocido mi propia historia, la historia de mi familia, que vino a Nueva York para encontrarse con un mundo nuevo, con todas las inquietudes que eso supone. El filme está rodado en Nueva Jersey, que para los italianos pobres, como nosotros, era una especie de paraíso, de oasis. Yo tenía un tío norteamericano que vivía allí y que, de vez en cuando, nos invitaba a pasar el día, hasta que me venía el maldito ataque de asma. Era una forma de huir de la rutina y de envolverse en una especie de sueño. Estas cosas marcan mucho de niño. Por eso, cuando vi «Santa Maria Luntana» me acordé de mis abuelos, de mis padres, de mi pasado. Me acordé de aquellas aventuras memorables.
P.: ¿También se ha involucrado mucho emocionalmente en el rodaje de «Gangs of New York»?
M.S.: Creo que hemos sido capaces de remontarnos en el túnel del tiempo. No he salido de los decorados de Dante Ferretti durante meses y meses, hasta el extremo de que creía sentirme en Nueva York. La película estará lista en diciembre, pero he interrumpido el trabajo de postproducción porque quería estar en la Mostra de Venecia para lanzar de nuevo ese grito contra la situación del patrimonio cinematográfico, que resulta realmente dramática, muy delicada.
P.: ¿Se siente muy solitario en esa cruzada?
M.S.: Debo decir que he encontrado puntos de apoyo en la Film Foundation y que me están ayudando muchos directores amigos. Es más, tenemos entre manos una propuesta para que el Congreso de los Estados Unidos acceda a crear una ley sobre la protección del patrimonio cinematográfico. El gran problema radica en hacer que los estudios y las productoras tengan conciencia, que hasta ahora consideran sus archivos como una cueva molesta e incómoda. ¿La gente tiene idea de las películas que se están muriendo? ¿Sabe cuántas obras maestras se malogran día a día porque nadie se preocupa de ellas? Afortunadamente, algunas compañías como la Fox y la Paramount han comenzado a sensibilizarse con el problema, pero la situación es dramática. Hace falta un mayor compromiso social, institucional. Estamos en el vacío.
P.: ¿A qué se refiere?
M.S.: No podemos romper un eslabón en la cadena de nuestra propia historia. Todo es cíclico. El cine ha sido una de los grandes espejos de la humanidad en el último siglo, así es que resulta imprescindible tener conciencia de ese patrimonio cinematográfico. Para saber cómo éramos, para conocer nuestra identidad. Tengo la impresión de que hoy el propio cine pareciera construirse desde el vacío, desde la nada.
P.: Otro realizador italoamericano, Michael Cimino, ha declarado estos días que los jóvenes cineastas actuales no pueden aspirar a hacer nada nuevo ni original si navegan en el cine del pasado, y que es mejor aprender el oficio en las escuelas.
M.S.: Me gustaría tratar este asunto con Michael. Si bien no discuto la importancia de las escuelas, sé que mi generación y las anteriores se curtieron esencialmente en las salas de cine. También sé que la teoría y la práctica no construyen a un cineasta y que enriquece más el pasado o la conciencia del pasado. Creo que uno no puede ser un buen cineasta o un buen espectador si no ha visto «Ladrón de bicicletas» o si desconoce el cine de Akira Kurosawa y de Igmar Bergman. No digo que hoy se haga un mal cine. Digo, simplemente, que no se tiene una conciencia sólida del pasado y que predomina demasiado el punto de vista teórico. Da la impresión de que muchos directores nos están contando cómo es la vida sin haberla vivido, sin emociones, asépticamente. El cine tiene que entrañar un estímulo intelectual, pero siempre acompa-ñado del entretenimiento. Las películas del neorrealismo italiano, por ejemplo, eran entretenidas en la medida que transmitían una emoción y en la medida en que provocaban una rápida identificación con lo que ocurría en la pantalla.
P.: Usted se ha ocupado a fondo del cine italiano en un largo documental que todavía no circula comercialmente. ¿Cuándo se va a poder ver?
M.S.: Se está concluyendo ahora con la edición de una copia con subtítulos en inglés. He llegado hasta el año 1960 y ha sido una experiencia increíble volver a repasar todo ese período esplendoroso del cine. Mire, cuando yo tenía cinco año vi por primera vez «Paisà», y aún recuerdo las emociones que viví. ¿Qué puedo decir de «Ladrón de bicicletas»? ¿O de «Roma, ciudad abierta»? Preguntarme por qué he realizado este trabajo, por qué he hecho este documental equivale a preguntarme por qué me gusta la vida. No existe un motivo concreto, sino un cúmulo de circunstancias. El cine es mi propia sangre.
P.: Ha mencionado la palabra «sangre», aspecto muy reflejado en su propia filmografía, como sucede en «Buenos muchachos» o «Casino». ¿No cree haber contribuido a consolidar el camino del cine violento?
M.S.: La violencia forma parte de la vida, así es que care-ce de sentido esconderla o maquillarla. En eso siempre ha habido demasiada hipocresía. Sin embargo, creo que en mis películas la violencia no es un fin, sino una forma de catarsis. Todas mis películas, curiosamente, tienden a finalizar con una moraleja, con un mensaje como broche: los malos nunca ganan, nunca tienen la razón, nunca se salen con la suya. La dificultad no radica en usar la violencia, sino en saber hacerlo. Ocurre igual que con los efectos especiales: no deben notarse ni resultar expresivos por sí mismos. Gracias a ellos he podido reconstruir la Nueva York del siglo XIX, pero es imposible revivir las emociones con un pu-ñado de efectos especiales.
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