No es la primera vez que Eduardo Costantini se relaciona con la colección Daros de Latinoamérica. Pero en esta ocasión, con la compra de todo su patrimonio, 1.233 obras contemporáneas de 117 artistas latinoamericanos, Costantini posiciona el Museo, entre los más importantes del mundo, con alrededor de 3000 obras de primer nivel. Hoy, a las celebridades de la vanguardia como Tarsila, Frida Kahlo, Xul Solar, Leonora Carrington, Diego Rivera, Joaquín Torres García, Wifredo Lam, Matta, Cándido Portinari, Di Cavalcanti y Antonio Berni, entre otros, Malba suma obras cumbre de la contemporaneidad latinoamericana.
Malba adquiere la valiosa colección Daros Latinoamérica
Con la compra de las 1.233 obras de la Colección Daros Latinoamérica, Eduardo Costantini posiciona al Malba entre los museos más importantes del mundo.
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La Colección Daros fue creada en Zúrich en el año 2000 y tuvo sedes y exposiciones emblemáticas en Europa y Río de Janeiro antes de su desembarco definitivo en Buenos Aires.
De Zúrich a Buenos Aires
La Colección Daros Latinoamérica fue creada en Zurich en el año 2000 por Stephan y Ruth Schmidheiny junto al director artístico y curador, Hans-Michael Herzog. Las obras adquirieron cierta visibilidad en algunas muestras europeas y en marzo de 2013, se abrieron las puertas de la formidable sede del barrio de Botafogo de Río de Janeiro con la muestra “Cantos Cuentos Colombianos”, 75 obras de los artistas Doris Salcedo, Fernando Arias, José Alejandro Restrepo, Juan Manuel Echavarría, María Fernanda Cardoso, Miguel Ángel Rojas, Nadín Ospina, Oscar Muñoz, Oswaldo Macià y Rosemberg Sandoval. Daros cursó invitaciones a los argentinos y el viaje nos dejó una lección: “Los lazos que unen a los artistas de Latinoamérica son débiles todavía”. Así lo observó Herzog, el curador. Lo cierto es que la muestra permitió conocer la intensidad dramática del arte colombiano.
La exposición cortaba el aliento. Hoy, Costantini confirma aquellas palabras de Herzog, cuenta que buscó durante años la obra de Doris Salcedo, porque su presencia es escasa. Ahora es dueño del escalofriante armario sellado que contiene otro también bloqueado y que es metáfora de lo impenetrable e irreversible: de un lugar que no ofrece salida ni retorno posible. Salcedo exhibió ese prisma rectangular de madera, una cárcel inviolable. Su puerta está sellada con cemento y transmite la sensación de que algo ominoso y siniestro se esconde en su interior.
La segunda exposición en Río de Janeiro, la del mendocino Julio le Parc, giraba en torno de la luz en movimiento. “Le Parc Lumière”, era un mágico universo construido durante los años 60 con viejos motores de electrodomésticos y aparatos en desuso que en Daros decidieron recuperar y restaurar apenas descubrieron su potencial. Pronto la exposición llegó al Malba de gira. El público agradeció las cualidades de un arte excepcional. Le Parc era capaz de agudizar la percepción del espectador, desestabilizarlo y transmitirle energía. A Costantini le interesa Le Parc y también las obras de Kuitca, que son numerosas.
Entretanto, los curadores Rodrigo Alonso y Katrin Steffen preparaban en la sede de Ginebra una exhibición para la Fundación Proa. La muestra llegó en 2015 a La Boca junto a la triste noticia del cierre de la Casa Daros de Río de Janeiro. Nadie sabía si volvería a ver esas obras o si un oscuro depósito sería su destino.
Financiada con la fortuna Schmidheiny, la colección suiza más importante de Europa parecía hasta entonces inexpugnable. Durante años se estuvieron restaurando los más de 12.000 metros de un edificio decimonónico de Río de Janeiro escoltado por soberbias palmeras imperiales de 40 metros de altura. Fue un trabajo sofisticado, como el del inmenso patio central donde las baldosas de granito tenían las juntas abiertas para filtrar el agua de lluvia y reciclarla. Las escalinatas de piedra y la solidez de los muros, acentuaban la sensación de ingresar a una fortaleza. Pero la fortaleza cumplió su función durante dos años apenas. Stephan Schmidheiny tan conocido por su labor filantrópica como por los problemáticos materiales de construcción de la empresa Eternit, sobrellevó varios juicios. Ruth Schmidheiny murió en 2019.
A pesar de esta historia novelesca, si se pone el foco en la procedencia de las obras de la colección Daros, el origen es impecable. Dato para subrayar al saber que ingresan al Malba, museo que desde su origen cumplió con las reglas más estrictas y casi siempre adversas para la cultura que impone el estado argentino. A pesar de todo, Eduardo Costantini, decidió que, si bien el Malba no es una institución estatal, el museo debe trascender a su fundador. Costantini donó el edificio y la colección para que pertenezcan a la comunidad. El modelo es de gestión privada con impacto público. Es un proyecto que busca ser un legado para el país, más allá de quién sea su dueño original. Para expresar sus ideas con sus propias palabras, dijo: “Las personas pasan y las instituciones quedan”. Con esta ambición dejará fondos para sostenerlo algunas décadas.
No obstante, hay cuestiones por aclarar todavía. Para comenzar, el Malba alberga dos colecciones, la de Eduardo Costantini que está en préstamo y la que es propiedad del Museo. Nada autoriza a decirlo, pero la dimensión pública y el criterio del coleccionista están presentes en la totalidad de las obras que podrían terminar unidas.
Por otra parte, hay un tema crucial: el Malba necesita espacio. Según se informa, retomarían el plan de ampliar las salas en la plaza adyacente al museo. “La nueva construcción duplicará la superficie del museo actual, pasando a tener aproximadamente ocho mil metros cuadrados”.
Cuando se inauguró Malba Puertos, en Escobar, conocimos la llamada “Reserva técnica”, el espacio donde se resguardan las obras cuando no están en exhibición. Allí estaba, en la pequeña sala diseñada por los arquitectos españoles, parte de la colección de arte argentino. La visión de las obras de Cristina Schiavi, Magdalena Jitrik, el Zapatito de la Cenicienta de Alejandra Seeber y un dibujo de Emilio Renart, despertaban el deseo de ver una genuina exposición. Tal vez los arquitectos argentinos, como suele suceder con los curadores también argentinos, conocen mejor que los extranjeros las necesidades y el gusto del público local.
Cuando se inauguró el Malba, Buenos Aires no tenía ningún museo donde ir a ver arte argentino. El Moderno no tenía colgada su colección permanente y el Bellas Artes tampoco. El único lugar que exhibía arte argentino era el Malba. Los gestores de los museos consideraban que las colecciones importantes eran las internacionales y no las locales.
Hoy, cabe preguntarse: ¿Cuándo veremos la ampliación con la anhelada sala del arte argentino de los 90? Malba formó la colección de los años 90 cuando en los demás museos no existía. Los artistas tenían entre 45 y 50 años, integraban un ciclo histórico y sus precios resultaban accesibles. Salvo Siquier, Pombo y Macchi, los demás tenían precios bajos. Malba posee una colección única en el país que desde hace años no se exhibe.
La obra de ampliación tiene un costo millonario y si se respetan los viejos planos, es subterránea. El Malba está al lado del río, al perforar un metro ya hay agua. En el edificio Renault, el Museo Nacional de Bellas Artes y el Fortabat tienen bombas de extracción de agua. La Fundación Proa flota.
Hasta hace muy poco tiempo los críticos nos ocupábamos del arte y de los artistas, y en un lugar distante estaban los coleccionistas. Ahora, estos personajes, cuyo poder va en aumento, ocupan un espacio crucial en el sistema del arte, porque defienden a capa y espada el arte que coleccionan, se ocupan de legitimar el valor de sus obras, apoyan sus exhibiciones y favorecen la edición de libros y catálogos.
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