24 de diciembre 2025 - 13:40

Lácteas en crisis: el año en que se quebró la cadena y cayeron empresas históricas

ARSA, La Suipachense y Verónica colapsaron, mientras SanCor pelea por sobrevivir. Detrás de los casos, consumo en caída, deudas impagables y una cadena productiva que se está reconfigurando.

La quiebra de ARSA, la producotra de postres y yogures marca SanCor fue un duro golpe para el interior productivo. 

La quiebra de ARSA, la producotra de postres y yogures marca SanCor fue un duro golpe para el interior productivo. 

La industria láctea argentina cerró 2025 atravesando uno de los peores años de su historia reciente. Quiebras, concursos preventivos, plantas paralizadas y conflictos laborales se sucedieron a lo largo del calendario y dejaron al descubierto el deterioro de un sector clave para el interior productivo. El colapso de ARSA, La Suipachense y Lácteos Verónica, junto con la situación crítica que atraviesa SanCor, terminó de confirmar que la crisis dejó de ser coyuntural y pasó a ser estructural.

Detrás de esos casos aparece un denominador común: consumo interno en retroceso, precios rezagados frente a la inflación, costos en alza, falta de financiamiento y una cadena de pagos que se fue rompiendo eslabón por eslabón. En ese contexto, algunas compañías no lograron resistir y cayeron en quiebra, otras quedaron atrapadas en concursos preventivos y varias debieron paralizar su operatoria por falta de materia prima y liquidez.

Aunque cada empresa tuvo su propio recorrido, el año mostró un patrón claro. ARSA y La Suipachense colapsaron tras procesos de deterioro acelerado bajo la gestión del grupo venezolano Maralac. Verónica quedó asfixiada por deudas y pérdida de proveedores. SanCor, en tanto, logró seguir operativa bajo concurso, pero con un modelo productivo reducido y muy lejos de su escala histórica. Cuatro trayectorias distintas que confluyeron en un mismo resultado: una industria más frágil, más chica y sin margen para absorber nuevos shocks.

ARSA: de “joya” industrial a liquidación total

El golpe más contundente del año llegó con la quiebra de Alimentos Refrigerados S.A. (ARSA), la compañía que producía yogures y postres SanCor. La empresa había nacido en 2016, cuando Vicentin compró esa división por unos u$s100 millones, y durante un tiempo fue presentada como uno de los activos más valiosos del grupo. Sin embargo, el deterioro financiero de Vicentin y el posterior desembarco de Maralac marcaron el inicio de un declive sin retorno.

En octubre, la Justicia Comercial decretó la quiebra tras fracasar el proceso de salvataje previsto en el concurso preventivo iniciado en 2024. El expediente expuso un pasivo reconocido de $49.700 millones, garantías por otros $67.300 millones, más de 540 cheques rechazados por $6.500 millones y una operatoria completamente paralizada. Las plantas de Arenaza, en Buenos Aires, y Monte Cristo, en Córdoba, cerraron sus puertas, dejando a más de 500 trabajadores sin actividad ni indemnización.

En localidades pequeñas como Arenaza, de apenas 2.500 habitantes, el cierre de ARSA significó mucho más que la caída de una empresa: implicó la pérdida del principal motor económico local. La quiebra puso fin a un proyecto que nunca logró estabilizarse y que terminó atrapado entre el derrumbe del grupo Vicentin, la falta de financiamiento y una gestión incapaz de revertir el deterioro.

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La Suipachense: el derrumbe de una marca emblemática

Apenas días después, la crisis volvió a sacudir al sector con la quiebra de La Suipachense, otra histórica láctea bonaerense. El Juzgado de Mercedes ordenó la liquidación total de Lácteos Conosur S.A., titular de la marca, al constatar que la empresa no generaba ingresos y había incumplido el acuerdo preventivo homologado.

La firma acumuló más de 1.000 cheques rechazados por $8.500 millones, salarios impagos, deudas con productores y actividad totalmente paralizada. En su momento de mayor expansión, la planta de Suipacha llegó a procesar 250.000 litros diarios de leche. En 2025, ese volumen desapareció por completo. Los 140 trabajadores quedaron sin tareas y unos 180 tambos interrumpieron los envíos ante la falta de pago.

Al igual que ARSA, La Suipachense estaba bajo la gestión de Maralac. El deterioro financiero, la pérdida de proveedores y las denuncias gremiales marcaron un proceso que se fue profundizando hasta dejar a la empresa sin margen de maniobra. Entre ambas compañías, el colapso dejó más de 1.500 cheques rechazados por encima de $15.000 millones, configurando uno de los fracasos empresariales más severos de la industria láctea reciente.

SanCor: sobrevivir bajo concurso y con un modelo reducido

Distinto es el recorrido de SanCor, que atraviesa su propia crisis, pero aún logra sostener actividad. La cooperativa ingresó en concurso preventivo en febrero, luego de años de conflictos financieros, cierres temporales de plantas y tensiones con el sindicato. A lo largo del año, el deterioro quedó expuesto también en el plano judicial, con el procesamiento de dos ex presidentes por apropiación indebida de aportes previsionales por más de $1.600 millones.

Hoy, SanCor sigue en pie gracias a acuerdos de producción a fasón, que le permiten utilizar su capacidad instalada para terceros. Mantiene seis plantas activas, con niveles de ocupación cercanos al 75%, y procesa entre 550.000 y 600.000 litros diarios, muy lejos de los volúmenes históricos. El esquema salarial continúa siendo frágil, con pagos en tramos, y el futuro depende de la evolución del concurso y de la capacidad de sostener esos acuerdos.

El caso de SanCor refleja una crisis más estructural, ligada a la pérdida de competitividad y a un modelo cooperativo que quedó tensionado por años de endeudamiento y reestructuraciones fallidas.

Lácteos Verónica: plantas paradas y una cadena de pagos rota

El cuarto gran foco de conflicto fue Lácteos Verónica, que cerró 2025 con sus tres plantas santafesinas paralizadas, sueldos impagos y sin leche para producir. La empresa acumuló cheques rechazados por más de $10.900 millones y una deuda con productores estimada en torno a u$s60 millones, de los cuales entre u$s18 millones y u$s20 millones corresponden a leche cruda entregada y no pagada.

La falta de pagos provocó una pérdida total de confianza de los tamberos, que dejaron de remitir materia prima y redireccionaron su producción a otras usinas. Sin insumos, la firma logró estirar su supervivencia apenas con contratos de fasón, principalmente en la planta de Lehmann, con ingresos insuficientes para sostener la estructura. Los productos desaparecieron de las góndolas y las versiones de venta de activos nunca se concretaron, en un contexto de tensiones internas que trabaron cualquier salida de fondo.

Un cierre de año que deja señales de alerta

El cierre de 2025 deja una industria láctea más concentrada, con menos empresas, menos tambos y una estructura productiva cada vez más compleja. En los últimos años se profundizó la salida de pequeños y medianos productores, mientras la industria quedó en manos de menos jugadores, con mayor escala pero también con mayores exigencias financieras y operativas.

A ese proceso se suman costos en alza, un mercado interno que no logra recomponerse y una estructura laboral que presiona sobre los márgenes, en un contexto donde trasladar precios resulta cada vez más difícil. La crisis no solo dejó empresas en el camino, sino que aceleró una transformación silenciosa del sector, con menos actores y mayor concentración.

El colapso de ARSA y La Suipachense, la parálisis de Verónica y la supervivencia ajustada de SanCor no fueron episodios aislados, sino señales de un cambio más profundo. La cadena láctea se está reconfigurando.

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