El 23 de septiembre de 1820, José Gervasio Artigas, el llamado Protector de los Pueblos Libres, perseguido con saña por su antiguo lugarteniente Francisco Ramírez, decidió cruzar el río Paraguay para entregarse al gobierno de José Gaspar Rodríguez de Francia. No fue una decisión fácil, Artigas se exponía a los caprichos del Supremo, pero se alejaba de la certeza asesina de Ramírez, a quien, curiosamente, también lo llamarían el Supremo Entrerriano.
José Gervasio Artigas, un héroe del federalismo argentino
En un nuevo aniversario de su muerte, es menester reconocer la influencia del jefe oriental en la organización nacional y recordar las opiniones de Juan Bautista Alberdi sobre Artigas.
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Antes de cruzar este Rubicón criollo, Artigas entregó los escasos bienes que poseía a sus seguidores, dando instrucciones de asistir a los oficiales orientales cautivos del Imperio. Después, se adentró en su destino americano, dejando atrás diez años de luchas para consagrar lo que él llamaba “la independencia absoluta de España y la independencia relativa de cada provincia”.
Fue Artigas, y no otro, quien dio forma al federalismo argentino, a imagen y semejanza de la constitución norteamericana que había estudiado con detenimiento.
Exactamente treinta años más tarde, otro 23 de septiembre, el prócer oriental cruzaba un río que no permite volver atrás. Llevaba a cuestas 86 años que lo convertían en dueño de un larga experiencia resumidos en esa máxima que regaló a la posteridad: “Nada tenemos que esperar sino de nosotros mismos”.
Viendo que la enfermedad de Artigas se agravaba, la esposa de Carlos Antonio López, el hombre fuerte del Paraguay, pidió al presbítero Cornelio Contreras que le administrara el Santo Viático. Cuando el prelado entró en la habitación del anciano prócer, éste pidió ser asistido para ponerse de pie. Después de ese esfuerzo, Artigas quedó tendido sobre su catre de tientos y permaneció un largo rato con los ojos cerrados hasta que, abruptamente, se incorporó y pidió su caballo, ese noble morito oriental con el que había cruzado las cuchillas al frente de sus tropas, que incluían a los feroces charrúas. Artigas no sabía que, para entonces, esa raza indómita se había extinguido y su antiguo jefe, Vaimaca Pirú, descansaba sus huesos en un museo en Francia...
El negro Ansina y Manuel Ledesma, los morenos orientales que lo acompañaron en su largo ostracismo, se encargaron de introducir sus restos mortales en el féretro de petiribí que habían hecho para “su” general. Un breve cortejo condujo ese ataúd desde la Quinta Ybyray a la parroquia de la Recoleta, donde reposaría hasta la vuelva a su patria en 1856. La urna que hoy contiene sus restos lo nombra “el fundador de la nacionalidad oriental”.
Sin embargo, la grandeza de José Gervasio Artigas no puede cobijarse bajo un solo título. Interpretaciones simplistas de la historia le restan dimensión americana al Protector de los Pueblos Libres.
Juan Bautista Alberdi sostenía que “hay dos modos de escribir la historia: o según la tradición y leyenda popular, que es de ordinario la historia forjada por la vanidad, una especie de mitología política con base histórica, o según los documentos, que es la verdadera historia pero que pocos se atreven a escribir por miedo a lastimar la vanidad del país con la verdad”.
Los Artigas lucharon por la independencia del antiguo virreinato, y un primo de José Gervasio yace frente a la Pirámide de Mayo por ser el primer oficial caído en las luchas libertarias.
López y Planes exaltó su gesta en nuestro himno cuando menciona “las dos Piedras” por las batallas homónimas libradas a miles de kilómetros de distancia. Una de ellas fue la victoria de Artigas que obligó a los realistas a refugiarse tras los muros de Montevideo.
Artigas se había adherido a la postura de Mariano Moreno, afín a proclamar la autonomía de cada provincia. ¿Y qué obtuvo a cambio de defender el federalismo? Fue perseguido y el gobierno de Buenos Aires le puso precio a su cabeza.
Para librar la contienda emancipadora, el gobierno porteño le había concedido en 1810 apenas 200 pesos para afrontar los gastos de la revolución en la Banda Oriental.
Tres años más tarde, al reclamar la autonomía de las provincias, su cabeza pasó a valer seis mil pesos y la oprobiosa acusación de traidor...
Artigas jamás quiso dejar de ser parte de las Provincias Unidas; sólo reclamó la independencia de los intereses porteños, que veían con suspicacia el poderío comercial de Montevideo y Santa Fe. Esta última fue atacada 4 veces por tropas de Buenos Aires, y la Banda Oriental quedó librada a su suerte cuando el Imperio portugués la invadió, a pesar de los reiterados pedidos de ayuda del Protector.
“Hay dos Artigas”, cuenta Alberdi, “el de la leyenda creada por el odio de Buenos Aires y el de la verdad histórica”. Este desdén subsistió por más de 150 años, cuando se comenzó a construir su monumento sobre la avenida Libertador, obra de Zorrilla de San Martín. Tardaron 12 años en concluirlo, y en el pedestal de granito sobre el que se alza la figura de Artigas (obra del arquitecto Alejandro Bustillo) está la razón del desprecio: las imágenes de la Libertad y el Federalismo, con las instrucciones de Artigas a la Asamblea del Año XIII, reclamo que fue desoído y causó la detención de sus diputados.
Una parte del Río de la Plata idolatra al jefe de los orientales, mientras que la Argentina, después de dos siglos de controversias, reconoce que fue su prédica la semilla del federalismo, razón que convierte a Artigas en un héroe de las dos orillas.
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