10 de octubre 2025 - 11:54

Narcotráfico y decadencia: la bomba social que fabricamos

El narcotráfico avanza como poder paralelo en Argentina. Degrada instituciones, economía y cultura mientras el Estado pierde soberanía territorial.

La expansión del narcotráfico coincide con el deterioro educativo, con la desocupación juvenil y con la crisis de la autoridad estatal. 

La expansión del narcotráfico coincide con el deterioro educativo, con la desocupación juvenil y con la crisis de la autoridad estatal. 

El Objetivo

El narcotráfico se ha convertido en uno de los principales factores de degradación social, económica y cultural de la Argentina contemporánea. No se trata solo de un problema policial ni de una cuestión de frontera: es una red que penetra los tejidos de la vida cotidiana, aprovechando la fragilidad de las instituciones, las brechas económicas y la desesperanza de amplios sectores sociales. Mientras el país discute su rumbo macroeconómico, en silencio, un poder paralelo avanza en los márgenes del Estado y del territorio.

Las fronteras del norte y del litoral son hoy zonas críticas, con pasos desprotegidos, controles escasos y una corrupción endémica que facilita el ingreso de organizaciones extranjeras. La Argentina, históricamente ajena a la producción masiva de drogas, se ha transformado en un corredor logístico para carteles regionales que encontraron aquí un terreno fértil: debilidad estatal, desigualdad creciente y una juventud sin horizontes laborales ni educativos. Esa combinación es explosiva. Donde el trabajo escasea, el narco ofrece ingresos. Donde la educación fracasa, el narco ofrece pertenencia. Donde el Estado se ausenta, el narco impone su ley.

El impacto social es devastador. Barrios enteros quedan sometidos al dominio de organizaciones que reemplazan la autoridad pública por un sistema de miedo, favores y silencios. En esos territorios, el narcotráfico no solo corrompe, sino que redefine los valores: el dinero fácil sustituye al esfuerzo, el poder armado al diálogo, la violencia a la ley. La pérdida de autoridad moral y educativa es profunda, y sus consecuencias se proyectan en generaciones que crecen naturalizando el delito y la desigualdad.

En el plano económico, el narcotráfico distorsiona los mercados locales, infiltra circuitos de lavado y crea una economía paralela que erosiona las bases de la producción legítima. Cada peso que circula en la sombra es un golpe a la industria, al comercio y al trabajo formal. La cultura del dinero rápido y sin esfuerzo se opone frontalmente a la ética del trabajo que fundó a la clase media argentina. Es una corrosión lenta pero implacable del sentido de mérito y de comunidad.

Culturalmente, el narcotráfico impone un imaginario de poder asociado a la ostentación y la violencia. Desde la música hasta las redes sociales, el modelo del “narco exitoso” seduce a quienes se sienten expulsados de un sistema que ya no les ofrece movilidad ni reconocimiento. Es un síntoma de una sociedad que ha perdido referentes éticos y que, al degradar la educación y el empleo, deja campo libre a la idolatría del dinero sin límite ni origen.

Estamos frente a una bomba de tiempo. La expansión del narcotráfico coincide con el deterioro educativo, con la desocupación juvenil y con la crisis de la autoridad estatal. Y si no se enfrenta con una estrategia integral, que combine seguridad fronteriza, inteligencia, cooperación internacional, inversión educativa y oportunidades laborales, el país puede ingresar en una espiral de violencia difícil de revertir. No se trata de militarizar los barrios, sino de reconstruir el Estado allí donde fue expulsado: en la escuela, en la fábrica, en el club, en la cultura.

La Argentina aún está a tiempo de desactivar esa bomba. Pero para hacerlo debe asumir que el narcotráfico no es un problema ajeno: es el espejo más brutal de nuestras propias fallas como nación. En un mundo donde el narcoterrorismo ya se proyecta como amenaza global, el desafío es recuperar la soberanía sobre el territorio, sobre la ley y sobre el sentido mismo de la convivencia. Porque cuando la educación se derrumba y el trabajo se evapora, la violencia encuentra su lugar. Y en ese punto, ya no se trata solo de seguridad: se trata de supervivencia.

Exdiputado en la legislatura de la Ciudad de Buenos Aires en dos oportunidades y presidente de la Sociedad Argentina de Escritores (SADE), actualmente preside el Partido de las Ciudades en Acción.

Dejá tu comentario

Te puede interesar