8 de agosto 2022 - 14:22

Kon-Tiki: la misteriosa relación entre la Polinesia y el Perú

Kon-Tiki fue una pequeña embarcación protagonista de uno de los episodios simultáneamente audaces y científicos más curiosos que registra la historia de la navegación.

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“La ley del mar no tiene infractores”. Un amanecer a fines de abril de 1947, comenzó a cristalizar una hazaña casi increíble, que culminaría exitosamente 3 meses después, un 31 de julio de 1947. Fue uno de los episodios simultáneamente audaces y científicos más curiosos que registra la historia de la navegación. Ese día, partía del puerto de “El Callao”, en el Perú, una pequeña balsa de unos 9 m de largo por 4 m de ancho. La llamaron Kon-Tiki.

Su propósito era, unir el Perú, aquí en Sudamérica, con La Polinesia, el la remota Oceanía. La tripulación la componían 6 científicos de diferentes especialidades, 5 eran noruegos y uno, sueco. El motivo principal de la expedición no era la aventura -¡que también lo era y en qué medida!- sino el deseo de demostrar un hecho histórico-científico.

El Capitán, de nombre Thor Heyerdahl, un hombre de 45 años, era un estudioso de las antiguas civilizaciones.

Heyerdahl había estado dos años antes, en la Isla chilenade Pascua, en el Pacífico y poco tiempo después en varias islas de la Polinesia, también sobre el Océano Pacífico.

Y allí había encontrado, dos coincidencias que le llamaron la atención: una, que las esculturas y construcciones de piedra de las islas Polinesias, se parecían mucho a las ruinas de monumentos peruanos del tiempo de los Incas, quehabía encontrado a miles de kilómetros enla Isla de Pascua.

Y el otro hecho, es que halló en la Polinesia, hombres de tez no muy morena, con rasgos muy parecidos a los antiguos incas peruanos.

Dedujo entonces, que una cantidad de indígenas de América habrían llegado a la Polinesia desde la América del Sur, expulsados por los españoles de sus tierras, haría 500 o más años.

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Pero ¿cómo habrían podido viajar a tanta distancia, si no había en aquel tiempo motores para impulsar los navíos?.

Supuso inteligentemente, que esos hombres, habrían navegado en balsas –el nombre surge de la madera balsa, liviana y muy resistente que abunda en Perú- y ayudados por corrientes marinas favorables, se habrían reinstalado allí en la Polinesia.

Pero la suya era sólo una tesis, con la que disentían casi todos los científicos.

Además, los conocedores del mar, le manifestaban a Heyerdahl, que recorrer en su frágil embarcación 4.000 millas, con los peligros de tormentas, tiburones, etc., sólo podría conducirlos a una muerte segura.

Pero Heyerdahl y un experto en meteorología, otro en radiotelegrafía, otro en navegación, ya no retrocederían. Comprendían que iniciar un camino, era acercarse al final. Todos ellos habían encontrado el suyo. Lo sabían difícil, pero ya no querrían otro.

“Kon-Tiki” reconstruye espectacularmente no sólo la aventura oceánica de Thor Heyerdal para llegar a la Polinesia en una balsa, sino la forma en que logró financiarse el viaje.
“Kon-Tiki” reconstruye espectacularmente no sólo la aventura oceánica de Thor Heyerdal para llegar a la Polinesia en una balsa, sino la forma en que logró financiarse el viaje.
“Kon-Tiki” reconstruye espectacularmente no sólo la aventura oceánica de Thor Heyerdal para llegar a la Polinesia en una balsa, sino la forma en que logró financiarse el viaje.

Y partieron desde Perú, un 27 de abril de 1947. Irían por rutas que no eran las usuales. No ignoraban que aún con un final feliz, en los 3 ó 4 meses que les demandaría el recorrido, no encontrarían barco alguno. Los primeros días, los vientos les fueron propicios. Una vela les daba impulso.

El principal temor, era que los troncos que formaban la balsa –unidos por una especie de lianas- no resistiesen. Ellos no usaron hierro ni acero al construir la pequeña nave, para poder confirmar su teoría, que los antiguos navegantes –que no habían usado tampoco los metales- obviamente no los conocían y habían recorrido el mar en idénticas condiciones.

Heyerdahl relataba en su famoso libro, titulado también Kon-Tiki, como su balsa, las peripecias que tuvieron que soportar. Escasez de agua potable, de alimentos, lucha contra un pulpo gigantesco, rotura de un mástil, huracanes y sobre todo… soledad. Pero los tripulantes sintieron que era mejor vivir por algo que morir por nada.

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Descubrieron pájaros de especies no conocidas hasta entonces. Y cuando la sed los agobiaba, la misma lluvia que los amenazó con una catástrofe, les traía la salvación. Entendieron en la inmensidad, el mínimo valor de la vanidad, del egoísmo, de la ambición.

En las noches, observando las estrellas, descubrían la verdadera claridad, la de la vida. Y un 31 de julio de1947, a los 104 días de navegación se oyó un grito: ¡una isla!.

Habían cristalizado un sueño y demostrado una verdad científica: Que los primitivos habitantes de la Polinesia, habían llegado navegando en aquella lejana época desde la América del Sur, como ellos mismos lo hicieron, en el siglo XX.

Los había ayudado a los valientes de la balsa Kon-Tiki, su valor, su inteligencia, sus conocimientos científicos.

Pero también la naturaleza. Esa naturaleza que los impulsó con los vientos, que los alimentó con sus peces, que sació su sed con las lluvias. Que les permitió concretar algo que parecía imposible y que ellos, hicieron posible.

Y esa aventura del Kon-Tiki finalizada con felicidad por esa hermosa hermandad de esos hombres con el mar, inspiró en mí este aforismo

“Las leyes de la naturaleza no necesitan redactarse”.

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