30 de diciembre 2020 - 00:00

La Argentina y "La invención de Morel"

La pandemia ha trastocado todo y se teme que en el mediano plazo la economía argentina o bien no pueda arrancar, o bien solo lo haga lenta y fallidamente. Aunque a primera vista no parezca, esto luce muy paradójico hoy por hoy.

Mauricio Macri y Alberto Fernández.

Mauricio Macri y Alberto Fernández.

Agencia Noticias Argentina

Nunca como esta vez los pronósticos que suelen hacerse acerca del futuro económico argentino de mediano y largo plazo por parte de muchos estudios económicos muy respetables son circunspectos, por no decir sombríos. La pandemia ha trastocado todo y se teme que en el mediano plazo la economía argentina o bien no pueda arrancar, o bien solo lo haga lenta y fallidamente. Aunque a primera vista no parezca, esto luce muy paradójico hoy por hoy. En épocas previas a un verdadero caos como lo fue el bienio 2000 y 2001 abundaban los pronósticos acerca de que el ministro Cavallo en su apoteósica “rentré” iba a tener éxito en sacar a la convertibilidad de su crisis y que la Argentina iba a volver a crecer en breve. Para no ir tan lejos en el tiempo, es fácil recordar como en 2017 abundaban los pronósticos que vaticinaban que a consecuencia de la victoria de Cambiemos en las parlamentarias de ese año el macrismo se encaminaba a estabilizar definitivamente la economía del país y que 2018 iba a ser el año del definitivo gran despegue de la economía argentina. No hace falta recordar en qué terminaron ambos episodios ni adónde fueron a parar las fallidas predicciones para despojarse definitivamente de prejuicios acerca del futuro económico argentino.

Cabe preguntarse: ¿acaso el hecho de que la economía argentina haya estado entre las que más cayeron en 2020 no habilita suponer que a la hora de manifestarse la recuperación mundial de la crisis del coronavirus se encuentre entonces entre las que más deberían crecer?, ¿acaso el hecho de que el crédito barato se haya extinguido por completo para Argentina pero no para una infinidad de países no indica que al retornar el mismo Argentina debería contar con un motor adicional de crecimiento? Estas cuestiones suelen ser ignoradas por los pronósticos que suelen efectuarse y solo se ve al futuro como un “continuum” del presente: como si estuviéramos encerrados en un espacio en el que estamos condenados a repetir en forma infinita el pasado. Como si fuéramos protagonistas de aquella novela corta de Adolfo Bioy Casares, “La invención de Morel”, en la cual los fantasmagóricos habitantes de una isla repetían todos los días exactamente lo mismo, uno tras otro sin fin, por la sencilla razón de que no eran seres reales sino personajes de un film tridimensional proyectado en el espacio real.

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¿Somos los argentinos acaso habitantes de la isla de Bioy? Veamos: es posible que el muy corto plazo no depare todas las sorpresas agradables que nos gustaría esperar para la economía argentina. Ocurre que el mundo recién está comenzando a realizar vacunaciones que, al deber realizarse en masa cuesta mucho saber a ciencia cierta cuándo van a terminar y qué grado de éxito pueden llegar a tener. Ocurre que hay una gran cantidad de vacunas experimentales que deben fabricarse contra reloj en dosis planetarias. Muchas de ellas no pueden entrar en un proceso industrial tan rápido, y muchas otras aunque pueden hacerlo poseen problemas de logística, de temperaturas requeridas y de transporte posible que mueven a pensar que las cosas no pueden salir en el muy corto plazo a pedir de boca para erradicar la pandemia.

A su vez, como la pandemia no puede erradicarse de otra manera que no sea global -dado que aunque los países del Primer Mundo salgan primero de ella por mejor y mayor disponibilidad de vacunas, al poco tiempo sería el turno de los países del Tercer Mundo que no van a caer en la epidemia eterna si hay una solución muy eficaz para la misma- se puede suponer que tanto al planeta -como también a Argentina- les va a llevar un cierto tiempo solucionar este problema. Por lo tanto, como varios factores indican que el país está ingresando en una segunda ola de coronavirus en forma más o menos inmediata porque los casos diarios vienen creciendo de forma acelerada, y cuando no lo hacen es solo porque los testeos son inferiores, todo mueve a pensar que en el corto plazo deberemos -nos guste o no- seguir conviviendo con este virus, por lo que es de suponer que nos espera un inicio de 2021 que no puede ser demasiado diferente del fin de 2020. Por supuesto que esto no es grato, pero lo cierto es que para una economía que ha caído tan apreciablemente como Argentina lo hizo en 2020, a la cual se le ha cortado el crédito aún cuando renegoció con gran éxito su deuda y salió de la categoría de “default”, no puede pronosticarse otra cosa que una apreciable reactivación recién después de erradicarse -o al menos controlarse de manera muy eficaz- la cantidad de casos diarios de contagios.

Por lo tanto, lanzar predicciones muy cautas para el corto plazo no luce descabellado: es muy probable que estemos ingresando a un segundo ciclo ascendente de casos en pleno verano, por lo que no pueden hacerse predicciones ciertas para el otoño y el invierno. Sin embargo, ¿es justo suponer lo mismo para el mediano y largo plazo? La verdad es que no. Y en forma rotunda puede decirse que no. En solo meses el mundo cuenta con entre cinco y diez vacunas experimentales que dieron muy buenos resultados en estudios parciales. Vale decir que en solo meses ya empiezan a haber no una sino muchas soluciones parciales. Alguna de ellas, o en todo caso alguna otra que esté por llegar, ha de ser la real solución a este tema. Cuando eso ocurra al país se le facilitarán mucho las cosas desde el punto de vista fiscal, monetario y externo. El mero fin -o al menos el control a gran escala- de la pandemia van a producir un gran aumento en el crecimiento del consumo y la inversión en una gran cantidad de países y no hay causa para no incluir a Argentina dentro de ellos.

Además va a haber un fuerte aumento en las cotizaciones de muchos activos financieros que han quedado a cotizaciones bajísimas. Entre estos no están las cotizaciones de muchos países del Primer Mundo, que al haber bajado sus tasas de interés de largo plazo a casi cero tienen a sus bonos volando en las alturas y a muchas de las principales acciones del planeta también en la estratósfera por la fuerte suba de cotizaciones que ha habido en las acciones tecnológicas globales como consecuencia del auge de las ventas a distancia ocurridas en la pandemia. Van a ser muy seguramente los activos financieros que fueron más castigados en 2020 los que más van a subir y entre ellos están -qué duda puede caber- las acciones y los bonos argentinos que se encuentran en el octavo infierno del Dante. Esa suba en el valor de gran cantidad de activos financieros reafirmaría el crecimiento del consumo y la inversión dado que las subas de acciones y bonos aumentan la confianza del consumidor y de las empresas.

Así dadas las cosas, no hay lugar para predecir un mediano y largo plazo parecido al pasado reciente o al conflictivo futuro de corto plazo que puede esperarnos. No somos personajes de “La Invención de Morel”. Tal como ocurre al final de la excelente novela de Bioy Casares se descubre la verdad y la proyección indefinida y enigmática de todos los días, uno tras otro, de una realidad tridimensional virtual que es solo una fantasmagórica repetición del pasado, cesa. De manera tal que lo que en la novela parecía ser una isla maldita y condenada a repetir siempre la misma historia pasa a ser nuevamente un territorio habitable y apetecible. Como toda isla que tiene playas y selvas, una isla agradable para estar.

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Walter Graziano y Asociados

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