7 de noviembre 2003 - 00:00

Brillante versión del Chéjov más desparejo

Jorge Suárez
Jorge Suárez
«Platonov» de A. Chéjov. Vers.: H. Urquijo. Esc. y Vest.: M. Albertinazzi. Ilum.: E. Sirlin. Dir.: H. Urquijo. Int.: B. Spelzini, C. Portaluppi, J. Suárez, M. Socas, F. Nápoli, G. Böhm y elenco (Teatro San Martín)

Obra de juventud de Chéjov, «Platonov» fue destruida por el autor después de ser rechazada por María Ermolova, a quien había sido dedicada. En 1920 se encuentra, después de la muerte del autor, un borrador que ingresó a los Archivos Culturales de Moscú.

La versión de Hugo Urquijo, perteneciente a la reconstrucción de David Hare conserva las debilidades del original: un excesivo número de personajes cuyos problemas no logran explayarse del todo, falta de concisión en la segunda parte y diferencia de estilos.

Mientras la primera es liviana e irónica, la segunda resulta caótica y más bien melodramática. El germen de muchos personajes y situaciones dramáticas desplegadas posteriormente ya están presentes en la obra: Lopájin y Liuba de «El jardín de los cerezos», el Mérik de «Camino real», el vacilante esposo de Masha de «Las tres hermanas» y el complejo Ivánov se asoman en los bosquejos de los personajes de «Platonov».

La versión atrae por la excelente dirección de Hugo Urquijo, por el refinado vestuario y la sugerente escenografía de Marta Albertinazzi, por la adecuadísima iluminación de Eli Sirlin y en especial por algunos brillantes trabajos actorales. Que un elenco sin fisuras acompaña.

El espectáculo es de una inusual jerarquía.
Jorge Suárez personifica a Platonov, un hombre consciente de su confusión, insatisfecho de la vida que vive, incapaz de huir del tedio y la mediocridad que lo rodean y que se transforma, sin proponérselo en un Casanova que seduce a todas las mujeres provocando situaciones angustiosas, pero que no puede hacerse cargo de sus responsabilidades aunque éstas lo hagan despreciarse a sí mismo. Su trabajo muestra a Suárez en uno de los momentos más altos de su carrera.

María Socas
compone a una seductora Sofía Yegórovna: una especie de mezcla entre la Elena Andreiévna de «Tío Vania» y la Masha de «Las tres hermanas». Gustavo Böhm da vida a su patético marido, pariente literario del esposo de Masha. Francisco Nápoli, con su personal estilo, encarna a Guerasim Petrim (un Lopájin más sinuoso) y Beatriz Spelzini anima a una apenas esbozada Liuba. Todos trabajos excelentes. Lo mismo que las labores de Carlos Portaluppi en Nicolás Trilevski (un Astrov en decadencia) y de César Vianco, antecesor del Mérik del «Camino Real».

Pero el elenco íntegro actúa con convicción y el resultado es de una infrecuente vitalidad. Mérito atribuible no sólo a las actuaciones, sino a la inteligente y profunda dirección actoral de
Urquijo, al apropiadísmo vestuario, a la escenografía, a la iluminación y a la acertada inclusión de Jorge Bergaglio, un excelente pianista presente en la escena. Por una vez, ganan la belleza y el espíritu.

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