7 de noviembre 2003 - 00:00
Brillante versión del Chéjov más desparejo
-
Pierce Brosnan opinó sobre Aaron Taylor-Johnson como el nuevo James Bond
-
Francella sobre las medidas del Gobierno de Milei: "Eran más que necesarias"
El espectáculo es de una inusual jerarquía. Jorge Suárez personifica a Platonov, un hombre consciente de su confusión, insatisfecho de la vida que vive, incapaz de huir del tedio y la mediocridad que lo rodean y que se transforma, sin proponérselo en un Casanova que seduce a todas las mujeres provocando situaciones angustiosas, pero que no puede hacerse cargo de sus responsabilidades aunque éstas lo hagan despreciarse a sí mismo. Su trabajo muestra a Suárez en uno de los momentos más altos de su carrera.
María Socas compone a una seductora Sofía Yegórovna: una especie de mezcla entre la Elena Andreiévna de «Tío Vania» y la Masha de «Las tres hermanas». Gustavo Böhm da vida a su patético marido, pariente literario del esposo de Masha. Francisco Nápoli, con su personal estilo, encarna a Guerasim Petrim (un Lopájin más sinuoso) y Beatriz Spelzini anima a una apenas esbozada Liuba. Todos trabajos excelentes. Lo mismo que las labores de Carlos Portaluppi en Nicolás Trilevski (un Astrov en decadencia) y de César Vianco, antecesor del Mérik del «Camino Real».
Pero el elenco íntegro actúa con convicción y el resultado es de una infrecuente vitalidad. Mérito atribuible no sólo a las actuaciones, sino a la inteligente y profunda dirección actoral de Urquijo, al apropiadísmo vestuario, a la escenografía, a la iluminación y a la acertada inclusión de Jorge Bergaglio, un excelente pianista presente en la escena. Por una vez, ganan la belleza y el espíritu.
Dejá tu comentario