25 de septiembre 2007 - 00:00
Ecos de Marcel Proust en la XI Bienal de Arquitectura
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El hotel Concorde de Berlín, proyectado por el arquitecto alemán
Jan Kleihues, uno de los principales galardonados en
la reciente XI Bienal de Arquitectura.
Distante del mundo cotidiano por su origen social y por su dolencia orgánica, quiso encontrar sentido al pasado, al «tiempo perdido» en su doble acepción: el tiempo del cual él se ha ido, y el tiempo que se ha ido de él. Descubre así lo que denomina «memoria involuntaria», la del sentimiento, opuesta a la «memoria voluntaria» o «pura», la de la razón y la inteligencia. Por asociación accidental de recuerdos, Proust reconstruye una escena del pasadode manera más vívida que cuando ocurrió; lo que fue presente fugaz, se convirtió, una vez recobrado, en parte de un nuevo presente, más real, en una parte de sí.
Su idea clave fue que el tiempo es uno mismo, es cada ser humano; vivimos nuestra vida y la vida de otros, de muchos, de tantos como se han cruzado en nuestras vidas, de tantos como trataron nuestros antecesores, de tantos como aquellos a quienes hemos leído, escuchado, de tantos de quienes hemos sabido por los recuerdos de otros. Estamos hechos de tiempo, el tiempo es nuestra materia, que se transforma, con inaudita plasticidad, en memoria y ensoñación.
Sentía Proust, como lo escribe, que «ese tiempo tan largo era mi vida, era yo mismo, que me soportaba, que estaba yo encaramado en su cima vertiginosa, que no podía moverme sin moverlo conmigo». Por ser tiempo, somos desarrollo, cambio y creación incesantes. Y Proust vivió así la ejecución de su obra. Cada recuerdo, aun el más insignificante, aun el más inadvertido, era punto de partida para sucesivas llegadas. Pero, como él mismo escribió «después de la muerte el tiempo se retira del cuerpo y los recuerdo huyen de la persona que ha dejado de existir».
Con estas sensaciones, con estas certidumbres, con estos pensamientos, lo que hizo Proust, en definitiva, fue referirse a la arquitectura y al artista.
La arquitectura, el arte son una forma del tiempo, las mayores formas del tiempo. Un gran artista, Marcel Duchamp, sostenía que el público, único destinatario de ellas, firmaba los cuadros tres siglos después de pintados. Y Charles Baudelaire, el eximio poeta y pionero de la crítica de arte moderna, conjeturaba que toda pintura, escultura y edificio son el producto de sucesivas creaciones de pintores, escultores y arquitectos de cada época y lugar. Las obras de ayer y de hoy, pertenecen a un tiempo único -más allá de las diferencias cronológicas y estéticas.
El arquitecto es un instrumento del tiempo, del tiempo del arte, del tiempo en que consiste el arte. Se ha dicho que el arquitecto, es hijo de su tiempo, y sin duda lo es, sin duda debe serlo, pero ante todo es hijo del tiempo del arte; de ahí que se unan en él, de alguna manera quizás imperceptible y quizás inconsciente en cada caso, los arquitectos anteriores.
Baudelaire afirmaba que el arte es siempre una insondable, azarosa, recóndita combinación de lo transitorio del hoy y lo permanente del ayer. Y Jules Michelet supuso, hablando de la Historia, que «cada época sueña la siguiente».
Lo expusieron en sus charlas durante la XI Bienal de Arquitectura figuras como el argentino César Pelli (gran Premio de la Bienal a la Trayectoria) o Clorindo Testa y Justo Solsona, maestros locales. Rafael de La Hoz (Premiado por su proyecto para Telefónica de Madrid) volvió a hacernos pensar en esta recuperación del tiempo perdido de Proust. También el peruano Bernardo Fort Brescia cuando explicó su proyecto para «5411» en Puerto Madero para los arquitectos Daniel Mintzer y Gabriel Mayo y sus innumerables proyectos a lo largo y ancho del mundo, con más de seiscientos arquitectos en sus oficinas.
Fue premiado también Paulo Mendes da Rocha (premio Pritzker 2006) por su excelente Pinacoteca de San Pablo, que explicó con detalles.
El último premio, el que sintetiza los cinco días de diálogo de la Bienal, fue para el ex presidente Julio María Sanguinetti, como pensador latinoamericano. Inició su ponencia recordando que Pedro Figari, en su libro de 1912 sentó las bases del regionalismo que luego tomó Kenneth Frampton en la Universidad de Columbia en los '70.
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