«El arco» (Hwal, Corea del Sur-Japón, 2005, habl. en coreano). Guión y dir.: Kim Ki-Duk. Int.: Yeo-reum Han, Seong-hwang Jeon, Si-jeok Seo, Gookbwan Jeon.
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A esta altura de su vida, Kim Ki-Duk es realmente un poeta. Si después de semejante película aparece con alguna cosa medio prosaica debe ser por pura distracción. Pero, considerándolo desde otra perspectiva, quizá no pueda volver sino a la prosa, después de haber extremado su oficio con lo que ahora vemos, una obra delicada, de pocas palabras, simple pero muy jugada, que sugiere las pulsiones humanas y las tensiones entre amor, posesión, y muerte con una exquisitez digna de elogio.
Hay cierta relación con una película anterior del mismo autor, «Samaria» («Samaritan Girl», para el mercado occidental, donde se consigue en video), pero lo que allí transcurre en un ambiente urbano, un tanto soez y confuso, aquí sucede en un ambiente despejado, más limpio, el medio del mar, lo que, de todos modos, no significa que el alma de sus personajes sea del todo límpida.
La protagonista es la misma, Yeon-reum Han, con un personaje más inocente que el anterior, pero no menos inteligente. Menudita (aunque ya veinteañera, esta actriz bien parece menor de edad), de labios carnosos, naturalmente coloridos, pollerita al viento, y una mirada capaz de combinar la ingenuidad, la coquetería y la malicia, ella es el centro de la historia.
Y la historia, ya se dijo, es bien simple, sólo que de muy difícil resolución (y es en esa resolución donde el autor más se arriesga y más alcanza). A varios kilómetros de la costa, en la soledad de su barco, un viejo pescador ha criado una niña, casi como si fuera su hija, y espera que ella cumpla los 17 para hacerla su esposa. Ambos viven de los pescadores de la ciudad, que llegan en un barquito a pasar el día. El viejo y la chica les proveen un buen lugar de pesca, y les adivinan el futuro con un método bastante inquietante. Todavía más inquietante es el modo en que el viejo establece las debidas distancias entre algunos clientes y la muchachita. El la protege. El también la mantiene separada del mundo.
Hasta que, como es natural, ella conoce a un muchachito prácticamente de su edad.
Faltan pocos días para la boda, y justo pasa eso. Así de simple, así como siempre ha sido. Hay acá algunos cuantos símbolos de fácil lectura. Por ejemplo, el arco es un arma, un instrumento musical, y además un símbolo. Y hay gestos que son muy simbólicos, en cualquier cultura. Por otro lado, hay hechos concretos, hay cosas que uno teme que se concreten, porque se vienen tensando de una forma que nadie sabe qué puede ocurrir, hay sentimientos contradictorios, extraños, porque las mujeres son seres extraños, y también los viejos, y hay, con todo eso, momentos de sublimación y consumación que pocos se esperan.
Un reproche razonable: la inmediatez con que alguien declara la verdad de otra persona. Pero eso ocupa apenas unas mínimas líneas de un diálogo que se queda en monólogo que nadie escucha. Lo que se oye, casi a todo lo largo, es sólo una música antigua, extraña, envolvente.
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