«Un casamiento inolvidable» («Casomai», 2002; Italia, habl. en italiano). Dir.: A. D'Alatri. Int.: S. Rocca, F. Volo, G. Nunziante y otros.
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El título local de este film adjetiva como la fiesta con Peter Sellers, sustantiva como un reciente éxito griego, y de paso, por contraste, deja inferir que la mayoría de los casamientos serían olvidables pero el de Stefania con Tommaso no (en rigor, el inolvidable es el cura y no tanto los novios). El original italiano, «casomai» («dado el caso...»), es mucho menos vendedor pero más preciso.
Su argumento es una eventualidad que destruye la idea de Sacha Guitry de que «toda comedia romántica que termina en boda es el inicio de una tragedia». Aquí el orden está subvertido: la película comienza y termina con una boda, y las idas y venidas en el tiempo, hacia atrás y hacia adelante, liberan a lo cómico y lo trágico de seguir esa secuencia habitual. Todo viene junto.
El cura (Gennaro Nunziante, un Nanni Moretti de buen humor) es quien da la voz de alarma; va a casar a dos profesionales ajetreados por el stress y el bienestar del primer mundo (creativo publicitario él, maquilladora top de otra agencia ella), y no puede reprimirse una advertencia en el momento cumbre: gran consumidor de estadísticas, los llama a ser fieles hasta que la muerte los separe o, al menos, a tratar de serlo, ya que el alto porcentaje de divorcios, separaciones y adulterios en Italia es un dato que no se puede soslayar ni en el altar.
La estupefacción de novios y convidados da lugar, de inmediato, a la puesta en escena de las escenas de la vida conyugal como tales. Una vida conyugal que, cuarenta años después de «Matrimonio a la italiana», ya no se reconoce, aun en plena comedia, ni en las voces, los gestos altisonantes, el humor franco y los añorados cuerpos con curvas en los que abundó un cine con tradición hoy errabunda, sino más bien en estilos más impersonales, televisivos, con personajes sometidos a la habitual neurosis de clase media alta yuppie. En una palabra, como si el lugar que tuvieron Sofia Loren y Marcello Mastroianni hoy lo ocupara la licencia italiana de la serie «Friends», y naturalmente en Milán y no en Nápoles.
La película de D'Alatri sabe cómo ocuparse, indudablemente, del reloj biológico del derrumbe de una pareja, y lo hace además en un tiempo cuya peculiaridad el espectador sólo descubrirá sobre el final. Su examen de esa convivencia, a la que la llegada del hijo sólo reportará una felicidad ilusoria, para terminar hundiéndose más, no carece de lucidez. Se lamenta, sin embargo, la falta de una mayor concisión, y ese sentido del humor que tanto se insinuaba al principio y que más tarde se desgasta. Como cualquier matrimonio, diría el cura.
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