11 de abril 2001 - 00:00
"En el Tibet pude ver el fin del sueño comunista del mundo"
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Pedro Molina Temboury.
P.: Comienza su libro «Viaje a los dos Tíbet» como un ensayo, y de pronto pasa a narrar, a mostrar personajes...
P.M.T.: Hay una construcción. Uno hace su viaje y además piensa en el lector. Entonces, hay que dosificar: la acción, las cosas que le pasan. Dosifica narrativamente. El libro empieza con la visita al Tíbet y termina con el Dalai Lama. Esto sucedió realmente así, pero si no hubiera ocurrido de ese modo, lo hubiera escrito de esa forma, porque es el orden lógico.
P.: Usted tuvo la posibilidad de visitar el Tíbet no por novelista, sino por guionista de TV. ¿Eso en que lo ayudó?
P.M.T.: Tenía que tener muy claro cómo contar el Tíbet, y eso me sirvió mucho para el libro. El libro «Viaje a los dos Tíbet» apareció en forma conjunta con la serie para televisión «El Laberinto del Tíbet», que acaba de estrenarse en España. Esa serie es una aproximación a dos puntos de vista, el viaje al Tíbet, más los exiliados, opinando, buscando qué queda del viejo mundo del Tíbet y también cuál es la posibilidad de futuro. Los puntos de conflicto entre el mundo arcaico, tradicional, religioso, la invasión comunista, la dependencia de China, la etapa actual poscomunista, la diferencia de un mundo donde no entraban las mujeres y hoy que están presente o pueden visitarlo sin problemas.
Me pasó algo muy valioso: llegué a un monasterio y el abad estaba exiliado. Al abad lo entrevisté afuera, después. Entonces él aparece actuando como nexo con el exterior cuando ya han pasado más de 50 años. Todo eso de dos mundos con conexiones hasta cierto punto secretas me parece muy literario y va mostrando el laberinto del Tíbet: exiliados que llevan mucho tiempo afuera, que sueñan un país que ya no existe; y el interior, que tiene nostalgia de los que se fueron y que representa lo que les quitaron.
P.: ¿No sintió el exotismo?
P.M.T.: Buscaba descubrir cuál podía ser el interés para un español, porque el Tíbet es completamente ajeno a nuestra cultura, no a la francesa, ni a la inglesa, ni más recientemente a la norteamericana. Entonces, para justificar qué aporta la mirada de un español, voy intentando descubriendo cosas que nos vinculan. Por ejemplo, el peso de la religión en la sociedad tibetana recuerda el de la religión católica en nuestra sociedad. Ambas tienen gusto por las procesiones y el barroquismo de las imágenes. Otro tema está en la cuestión del exilio, la invasión china, el debate sobre los restos del comunismo, la desaparición del sueño comunista del mundo. Hablando con gente y me di cuenta que en general está a la defensiva, porque se ha perdido esa legitimación que les daba un dogma. Durante la Revolución Cultural, cuando se destruían los templos, los fanáticos jóvenes comunistas creían que cumplían una labor histórica. Hoy los comunistas, y hasta la gente común, tratan de ocultar la realidad, también a mí, que la estoy buscando y me encuentro con esa pared.
P.: ¿Sintió frente al exotismo del universo tibetano que usted para los tibetanos era, a la vez, exótico?
P.M.T.: A veces tenemos una mirada de lo exótico que nos hace olvidar que nosotros somos igualmente observables. Yo me hice este tipo de preguntas: ¿Qué pensaría un viajero tibetano que llegara a Roma? ¡Que se reúna un colegio cardenalicio a esperar al espíritu santo en forma de paloma! Seguramente se asombraría porque «éstos creen que una paloma les va a inspirar». Casi le resultaría igual de esotérico, que para nosotros muchas de sus costumbres. Traté de asomarme con respeto, porque a veces en la literatura de viajes anglosajona, en escritores extraordinarios, hay una mirada de «vengo de sitios organizados, cultivados y ahora tengo que reflejar el desorden». Y yo no estoy tan seguro de eso.
P.: Cuando un libro estampa en la tapa el nombre Tíbet se piensa casi de inmediato que va a tratar de budismo, esoterismos varios, lamas omnisapientes, el tercer ojo...
P.M.T.: Lobsam Rampa. Esa serie de libros es una de las supercherías más curiosas que hay. A los tibetanos, les cae fatal, pero es increíble cómo ese señor que dijo llamarse Lobsam Rampa llegó a documentarse para crear un mundo semejante al Tíbet, donde nunca estuvo. Era un plomero galés, pero él sostuvo que era hijo de una de las grandes familias aristocráticas del Tíbet, desconocida para quienes habitan o han vivido en el Tíbet. Rampa usó los libros de viaje al Tíbet escritos por los integrantes de una expedición en 1904 para inventarse una personalidad tibetana.
P.: ¿Qué está ocurriendo con el orden comunista?
P.M.T.: El «Libro Rojo», como las insignias de Mao en el Tíbet son souvenirs que se venden a los turistas. Aunque no hay que olvidar que todavía en las zonas campesinas, Mao Tse Tung está incorporado como una especie de padrecito, conserva ese mito. Pero la verdad es que China poco tiene que ver con el Tíbet. El Tíbet está lejísimo, es mucho más pobre o es tan pobre como ciertas provincias del interior de China, y no tiene nada que ver con esa costa que es increíble, Shangai. Pero el régimen es comunista, aplica una forma económica localista y mantiene una fuerte ideologización social. Pero su discurso es cada vez más nacionalista. Es parecido a lo que sucedió en Rusia. De ser un país plurinacional, unido por una ideología, se divide en miles de pequeños países.
P.:Antes del guión para esta serie sobre el Tíbet usted escribió algunos de la serie policial Pepe Carbalho, de Manuel Vázquez Montalbán...
P.M.T.: Fue una situación muy curiosa, hubo guionistas españoles, italianos y franceses visitando la obra de Montalbán y cada uno viéndola a su manera. Esto era a ratos interesante, pero a veces desesperante. Montalbán siempre se queja de sus adaptaciones, como es lógico. Y, por lo menos, con mis guiones parece que estuvo contento.
P.: ¿Ha vuelto a la novela?
P.M.T.: Terminé una que transcurre en Buenos Aires. El título provisional es «Por pasiones, así». Mi desafío fue intentar que los personajes se expresaran con su lenguaje e identidad.
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