Recorrido por las extrañas visiones de Juan Vallejo
Una simbología donde se cruzan culturas diversas, con una impronta fantástica.
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Juan Vallejo. “Espacio tiempo triangular”, una de las obras que integra la muestra “Ultraconceptos”.
El Museo de Arte Popular José Hernández presenta al artista tucumano Juan Vallejo (1944-2014) y sus extrañas visiones. “Ultraconceptos” se llama la exposición, palabra que el artista definía como “aquella idea que elude ser expresada en palabras”. Y, justamente, aunque las palabras no faltan, la condición inefable impide quebrar el misterio. “Es extraño pensar en las circunstancias que determinan que uno sea y haga lo que es y lo que actúa. Pero siempre está uno mismo. En el origen. Y me extraña que pueda salir de mí lo que sale. ¿De dónde viene? Diría que es conmovedor y casi aterrador ver cómo las imágenes de los sueños se repiten en la realidad. Mi nueva pintura, ya la soñé hace un año”.
Mientras en la sociedad global el arte tiende a uniformarse, Vallejo es una rareza. Si bien comenzó pintando paisajes, sus últimas abstracciones no tienen semejanzas. Desde una perspectiva amplia podrían asociarse sin embargo, al imaginario fantástico de William Blake. La complejidad de los cuadros del tucumano está cargada de una simbología donde se cruzan culturas de lo más diversas. Vallejo estudió ingeniería industrial, de allí proviene sin duda el despliegue y dominio de los múltiples materiales no tradicionales: piedra mica, cáñamo, palitos de ramas de árboles autóctonos, maderas teñidas, hilos encerados, cuero crudo, cristales de cuarzo y el hilo henequén o el oro verde de la península de Yucatán.
Cuando obtiene su título emprende un viaje y, en París, encuentra a la escultora tucumana Marie Simon y conoce a su marido, el influyente teórico Jacques Lassaigne, director entonces del Museo de Arte Moderno. Ellos le abren las puertas del ambiente artístico; pero el artista regresa. En 1972 presenta dos muestras en Buenos Aires donde ensaya la “técnica de concentración o dispersión de partículas”, según su propia definición. Al volver a Tucumán, se instala a 90 kilómetros de la ciudad, entre los cerros, en un campo en Colalao. Allí, incansable, construye sus cuadros y escribe. Vallejo es autodidacta y produjo su obra en soledad. Acaso el aislamiento y el contacto con la rispidez de la naturaleza brindaran a sus trabajos la condición de rusticidad y, a la vez, elaborada sofisticación que los distingue.
En sus cuadros llama la atención el trabajo minucioso. Los finísimos tientos, algunos ajustados por clavijas como las cuerdas de un instrumento musical, sostienen infinidad de maderitas pintadas con signos y también objetos convertidos en restos, como el reloj que se destaca en una pirámide. Sin el límite la tela como soporte, la obra proyecta su sombra sobre la pared. Y se potencia el misterio.
Según la curadora Carolina Pampliega, Vallejo supo analizar la “Teoría de los colores” de Goethe y, en consecuencia, el fenómeno de la percepción. “Cuando el ojo ve un color se excita inmediatamente y ésta es su naturaleza…”, sostenía el alemán en el siglo XVIII. En los cuadros de Vallejo predominan los colores tierra y los rojos obscuros, sobre esas superficies hay breves intervenciones con amarillos, blancos y negros. Luego, la percepción también se renueva con el cinetismo de un cuadrado cruzado par diagonales que se entrecruzan y vibran frente a nuestros ojos.
Una marea de relaciones surge del inconsciente estético de cada espectador. Así aparece el imaginario de Xul Solar y de la escuela de Pitágoras, que, según algunos historiadores, convierte a las matemáticas en una ciencia rigurosa, pero con particularidades mágicas y estrecha relación con la geometría y la música. Finalmente, Vallejo expresa su deseo de alcanzar un diálogo con el arte tan extenso como la vida: “Quiero llegar a pintar cuadros que establezcan una comunicación inmediata, pero una compresión que se extienda y refine durante toda una vida, como un interminable relato siempre renovado”. En su última muestra en el Museo Timoteo Navarro de Tucumán, apela al poder del arte, recupera la individualidad y revaloriza el humanismo.



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