Es sintomático que la palabra no genere la indignación que sí levanta la imagen; que la tolerancia colectiva no sólo acepte, sino que incentive y demande la proliferación de historias de sexo y morbo, y que súbitamente cuatro fotos enfrenten de golpe con lo real. Ese real insoportable que tal vez estropee, para muchos, la fruición con la que venían leyendo, escuchando e imaginando un interminable folletín escabroso como si fuera ficticio.
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Las alarmas del licenciado Julio Bárbaro apuntaron esta vez al noticiero del canal «América» por la difusión de cuatro imágenes correspondientes a la autopsia de Nora Dalmasso. El COMFER, en su comunicado, se declaró «indignado», y manifestó que esas fotografías no tenían «ningún valor periodístico para el televidente».
No fue el único. Idéntica reacción observó la Asociación de Entidades Periodísticas Argentinas (ADEPA), que pidió en su propio comunicado «un ejercicio responsable de la libertad de prensa» ante la difusión «de aspectos relacionados con la intimidad de las personas». Comprensiblemente, algunos familiares de la víctima (como su hermano Juan Dalmasso), en declaraciones radiales, lamentaron esa difusión e hicieron referencia a posibles acciones legales. Desde el canal emisor, Román Lejtman (director de contenidos del multimedio «América») hizo su defensa, y dijo que esas imágenes sólo tienen «interés periodístico y no interfieren el trabajo de la Justicia. No quisimos con esto generar un show periodístico».
Es curioso: a siete meses del todavía irresuelto asesinato de Dalmasso, la exposición de estas imágenes, que no dejan de ser un elemento documental, ha levantado una reacción que, hasta ahora, ninguna de las apabullantes y despiadadas investigaciones sobre su vida privada (y no sólo de ella, sino del resto de su familia y entorno) había generado.
A pocos días de su muerte, todo pudor pereció. Se publicaron gráficos de los elementos eróticos que habría utilizado la víctima pocos minutos antes del crimen; detalladas infografías que comprendieron hasta el lugar que habría ocupado un frasco de vaselina en una mesa de luz; se habló, sin limitación de detalles, de costumbres sexuales, de perversiones reales o imaginarias.
Más de un programa radial cayó en el humor negro y circularon bromas macabras de toda naturaleza. «Norita» se convirtió en el centro del más escabroso imaginario social, sin que tampoco faltara el «merchandising», porque también empezaron a venderse remeras con leyendas alusivas. Pero nadie protestaba.
La televisión «dramatizó» el crimen de varias maneras y los especialistas de siempreaparecieron, desde luego, a opinar, diagnosticar y profetizar. Y todavía faltaba algo: cuando la fiscalía de Rio Cuarto implicó al hijo de la protagonista en los hechos, el festín mediático fue (y se presume seguirá siendo) incontenible. Sin embargo, anteanoche «América» puso en el aire cuatro fotos forenses, desprovistas -en cuanto imagen- de cualquier otro significado que su propio contenido documental, y estalló la reacción.
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