Si a un chatbot se le propone imaginar cómo sería una inteligencia artificial para “el desarrollo humano de América Latina y el Caribe”, respondería algo así: “No quiero otra IA que maximice ganancias de accionistas lejanos. Quiero una IA que sepa lo que es subir una loma sin luz o que entienda la resiliencia de una madre soltera en una favela”.
Nuevo libro propone convertir Inteligencia Artificial en un "bien público global"
A través de la publicación de “Atlas de Inteligencia Artificial para el desarrollo humano de América Latina y el Caribe”, especialistas regionales abren un debate regional para rediseñar la convivencia con la tecnología en medio de la revolución digital.
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Imagen artificial generada con el promt: "Crea una imagen que te remita a Inteligencia Artificial para el desarrollo humano de América Latina y el Caribe.
Más allá de las convenciones y las inverosimilitudes (como que un ente digital practique escalada) que aún son la característica de los generadores artificiales de texto, la necesidad de pensar una IA desde la región, y ya no sólo en correspondencia con los “accionistas lejanos”, se evidencia como una urgencia mucho más geopolítica y estratégica que tecnológica o empresarial.
Desde allí es que se piensa la publicación de “Atlas de Inteligencia Artificial para el desarrollo humano de América Latina y el Caribe”, una compilación de ensayos técnicos multidisciplinarios, encabezada por Gustavo Béliz pero con la autoría de referentes tecnológicos del continente. La edición de colección, bajo el cuidado de Siglo XXI, tiene la ambición de no caer derrotado por el vértigo de las constantes innovaciones del sector.
Así este libro se constituye como un instrumento de discusión pública pero, más aún, como un registro de lo que se piensa de la IA en este momento de la historia en nuestra región, en una convivencia de las discusiones en donde -sin importar las posturas- predomina la incertidumbre acerca de cómo sobrevendrá la revolución digital.
El punto de partida es el inevitable advenimiento de una nueva era: el de la IA-Ceno, en donde el invento se volvió inventor y la humanidad ve alterado los efectos sobre su entorno, la configuración de sus vínculos, la configuración de referencias simbólicas y la proposición de ideas por las dinámicas de la tecnología.
Es necesario, sin fundamentalismos tecnológicos pero tampoco con negación de una realidad que se asemeja al futuro, modificar los criterios de análisis hacia la IA que aún sostienen las instituciones de la modernidad, para prepararse al cambio civilizatorio que está frente nuestro. Más aún cuando el diseño de esa revolución se preformatea con patrones de las potencias globales, en donde la ciencia regional aún no puede sentarse en la mesa de decisiones.
“Un Nuevo Constitucionalismo Digital”, proyecta el libro, que se pregunta qué lugar le quedan a los humanos con este desarrollo irrefrenable. Pese a que se abraza a ciertos desafíos ya fallidos (que la IA desplace su concepción comercial o que la devoción por los tecnolíderes se revierta), es el tono de cautela lo más revulsivo que se presenta, proponiendo que los debates propios de los humanos (pro mercado o pro intervención estatal) puedan dejarse de lado a la hora de pensar tecnologías sociales en donde prime el sentido civilizatorio para acompañar a la IA. ¿El objetivo? Que se puedan detener ciertos usos maliciosos cada vez más degradantes (eficiencia armamentística, deepfakes, campos de trolls) para que tiende a ser una herramienta de bien público global que perfeccione la convivencia social en el ámbito digital.
Bajo esa concepción general, la publicación -cuyo carácter enciclopédico recuerda al siglo XX, como otro gesto político desde su edición- no elude la necesidad de ahondar en los campos específicos. La salud pública, la justicia, la publicidad, la educación, la agroecología, la minería de datos: los sectores profesionales que están atravesados por la IA son abordados por especialistas internacionales, con casos de seguimiento destacados de toda la región. Así la postura de una tecnología al servicio del humano no se queda con lo declamativo y se traza bajo dos preguntas, tan sencillas como desafiantes, para pensar nuestra relación con estas tecnologías autónomas: ¿quién decide y con qué fin?
“Se puede llegar al abismo de que las máquinas terminen diseñando seres humanos en función de los datos que ellas mismas producen a partir de sintetizarlos”, se leé en “Atlas…” y no deja de abrir puertas de ensayos sobre las subjetividades que sobrevendrán para los IA nativos. Es entonces que un gesto civilizatorio terrenal (un libro, por caso) debería abrazar la idea del desarrollo y perfección de la IA, pero desde un mundo de humanos para los humanos, en donde se diseñen máquinas alfabetizadas con patrones de buena conducta. ¿Aún cuando la propia humanidad es la que eleva conflictos y toma decisiones opuestas a su bienestar? El límite entre lo moral y lo civilizatorio es una pregunta que, más temprano que tarde, es necesario afrontar.






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