Washington - «Nelson Rockefeller y yo éramos buenos amigos políticos y aliados, porque representábamos el ala moderada del Partido Republicano.» Si Gerald Ford, que fue presidente entre 1974 y 1976, llega a ser un político activo y dice eso hoy, cava una tumba política tan profunda que no sale de ella en la vida. Aunque, por suerte para él, a sus 93 años eso le queda muy lejos. Es, eso sí, una cuestión para ex colaboradores suyos como Donald Rumsfeld o Dick Cheney.
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Desde 2001, Rumsfeld y Cheney nunca han hecho alarde de moderación, como la mayor parte de los candidatos en las elecciones del 7 de noviembre. Ser un centrista en EE.UU. equivale hoy a una condena a muerte política. Los últimos republicanos moderados, como el senador por Rhode Island Lincoln Chafee, están en el nordeste de Estados Unidos, y pueden desaparecer del mapa en estas elecciones. Por su parte, los demócratas del sur ya se han extinguido. Cuando el senador demócrata por Georgia Zell Miller dio su apoyo a George W. Bush en 2004, poco después de anunciar su salida de la política activa, porque «ya no conozco al Partido Demócrata», estaba en realidad escribiendo el epitafio de esa formación en el sur del país, donde históricamente se había destacado por su defensa a ultranza de los valores más tradicionales.
Esa dinámica refleja la ideologización de los partidos. Hoy, el demócrata es cada día más un partido de centroizquierda, urbano, próximo a los sectores económicos más avanzados -como las nuevas tecnologías, los servicios y las finanzas-y con su base geográfica en el nordeste y la costa oeste. Y el republicano es una formación política conservadora, rural y religiosa, que tiene sus apoyos en la economía tradicional -agricultura, energía, minería y controla el sur y el centro del país. Igual que en el siglo XIX pero al revés. En otras palabras: los electores estadounidenses no han cambiado. Han cambiado los partidos.
La ideologización de la vida política de EE.UU. obedece a varios factores. Uno es el cambio de distritos electorales, que ha creado circunscripciones puramente demócratas o republicanas, en las que mostrar pragmatismo es la mejor forma de no ser elegido. El otro, el control de ambos partidos por grupos ideologizados, que obligan a los candidatos a adoptar posturas maximalistas si quieren ser elegidos en las primarias. En el caso republicano, son los grupos antiaborto, los conservadores religiosos y las asociaciones que defienden la tenencia de armas. Los demócratas están dominados por los ecologistas, los grupos feministas y los sindicatos.
Publicidad negativa
Esas diferencias están quedando de manifiesto en esta campaña, en la que los republicanos han avanzado un paso en el arte de la publicidad negativa y han transformado sus anuncios en una forma de acusar a los rivales de perversiones sexuales. Es una estrategia orientada a captar 20% de los votantes que aún se declaran indecisos, y que se concentran en dos grupos sociales que en los últimos años han sido un semillero de votos republicanos: los cristianos conservadores y las personas casadas.
Claro que algunos demócratas se lo han hecho muy fácil. Porque, cuando alguien describe en una novela cómo un hombre adulto toma el pene de su hijo de cuatro años y se lo mete en la boca, tiene dos opciones, que no son excluyentes entre sí: una, ir al sexólogo; otra, no entrar en política jamás. Sin embargo, 16 años después de haber incluido esa escena en su libro «Perfect Match», James Webb está compitiendo en Virginia por el puesto de senador contra el republicano George Allen. Y la campaña de Allen está explotando las presuntas perversiones sexuales de su rival, una estrategia similar a la de otros republicanos, que acusan a los demócratas de tener sexo pagando con dinero público con «prostitutas vietnamitas», llamar a líneas eróticas o favorecer la pederastia.
Las bases demócratas, sin embargo, han reaccionado recurriendo a Google. Los activistas demócratas están pagando para que, cuando se teclea el nombre de algún republicano, los anuncios que aparezcan en la pantalla sean negativos. Por ejemplo, si se busca «George Allen» en Google, el primer anuncio que sale es un link al famoso video en el que el senador llamó «macaca» a una chica de origen indio.
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