Hace apenas unos años WeWork era sinónimo de la fiebre por las startups: oficinas con estética cool, socios millonarios y valorizaciones que decían que cualquier espacio flexible era el futuro del trabajo. La burbuja explotó cuando la empresa mostró que su modelo —arrendar a largo plazo y subalquilar a corto plazo— no resistía una caída de demanda ni contratos inmobiliarios gigantescos. El proceso de reestructuración fue público y doloroso: WeWork pasó por un capítulo de quiebra por deuda masiva.
La startup que de ser la más prometedora en el mundo fue a la quiebra en solo 4 años: ¿qué pasó en Argentina?
De la euforia inversora al pedido de bancarrota en cuatro años: los errores en el modelo de negocio de la startup que fue a la quiebra y que debió revisar su estrategia para poder subsistir.
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A pesar de un inicio prometedor, esta startup entró en quiebra al no poder ajustar sus ganancias frente a las obligaciones inmobiliarias.
La startup revisó su modelo en los tribunales hasta poder recomponer su balance y salir del Chapter 11. Esa etapa obligó a la firma a replantear prioridades: menos metros cuadrados y más foco en el bolsillo, no en la fama.
En la Argentina la historia no fue exactamente la misma: tras la crisis global la compañía recuperó control sobre la operación regional, rediseñó su oferta y ahora inaugura una etapa más chica y centrada en la rentabilidad. Ese movimiento local tiene datos concretos detrás —edificios, ocupación y clientes—, aunque la lectura sigue siendo compleja y con riesgos pendientes.
Por qué el negocio de We Work fue a la quiebra
La combinación fue letal: contratos de arrendamiento a largo plazo, crecimiento acelerado financiado por capital de riesgo y una caída súbita en la demanda por la pandemia. Las obligaciones de alquiler siguieron corriendo mientras muchas empresas optaron por modelos híbridos o redujeron su superficie. El resultado: un descalce entre pasivos y ventas que terminó en un proceso de quiebra que implicara una reestructuración masiva.
Además, la estrategia original apostó por expansión agresiva y por contar con activos propios frente a alternativas menos riesgosas (por ejemplo, acuerdos de gestión o revenue share con propietarios). Cuando los flujos se tensaron, el endeudamiento y algunos juicios por alquileres complicaron la salida. Estas cuestiones muestran que no hubo una sola causa sino una acumulación de decisiones y condiciones de mercado que se combinaron mal.
Esa quiebra no fue el fin cultural de la marca: sirvió de bisagra para que la compañía reestructurara su deuda, renegociara contratos y cambiara su enfoque operativo hacia formas menos intensivas en capital. Pero el aprendizaje quedó claro: el modelo de crecer por crecer sin alinear plazos y riesgos tenía fecha de vencimiento.
En Argentina, un relanzamiento estratégico
En la región latinoamericana —y en la Argentina en particular— WeWork hizo una jugada pragmática: recompró parte del negocio regional, redujo la escala y concentró esfuerzos en los activos que «valían la pena». En el país opera cuatro espacios (Corrientes 800, Catalinas, Vicente López y Panamericana) y, según la compañía, la ocupación local ronda el 80%, con unos 5.000 miembros activos y cerca de 200 empresas radicadas allí. Un dato clave: el 86% de esos miembros son empleados de compañías, no solo freelancers.
El nuevo discurso apunta a la rentabilidad: no habrá una apertura masiva de edificios en 2025/2026; la prioridad es consolidar y profesionalizar los productos locales, elevar estándares y ofrecer contratos más adaptados a clientes empresariales que buscan flexibilidad sin comprometer flujos. Al mando de la reapertura regional están Claudio Hidalgo y Diego Kexel, nombres que ya suenan en comunicados y notas locales.
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