«El consumo promedio de nafta para calefacción en Europa es de 3.000 litros por familia y por año. Al precio de u$s 0,60 el litro; el costo total suma u$s 1.800 anuales. Quemando una cantidad equivalente de trigo, el costo anual bajaría a u$s 1.000».
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Lo comentó en una entrevista Wolfgang Hilbich, experto en energías renovables de la Asociación de Campesinos de Baviera, Alemania. La idea me ha dejado perplejo y pensativo. Lo que en algunas comunas de Alemania ya se está haciendo es quemar alimentos para calentar las casas. La relación energética por kilo de materia es de 12 KWh para la nafta y 4,4 KWh, o sea, se necesitan 2,7 kg de trigo para obtener la energía que produce un litro de nafta.
Visto racionalmente no existe ninguna diferencia entre quemar trigo y producir alcohol. No cabe duda que la energía liberada en la combustión del trigo corresponde a la eficiencia máxima, mientras que transformarlo en alcohol requiere procedimientos adicionales caros en términos energéticos. La utilización final también es diferente:el uso de alcohol de trigo (como lo está haciendo Europa) o de maíz (preferido por los EE.UU.) es altamente ineficiente en la relación costo energético/ocupación de áreas sembradas/costo económico respecto a la energía que efectivamente libera. Se sabe que actualmente el único biocombustible eficiente es el producido con la caña de azúcar.
Interrogante
El análisis económico también es muy interesante; 2,7 kg de trigo cuestan la mitad de un litro de petróleo y tienen el mismo contenido energético.Nos preguntamos: ¿Es muy caro el petróleo o es demasiado barato el trigo? Puesto en esta óptica, resulta evidente que los productos agrícolas, a pesar de haber duplicado su valor en los últimos años, siguen siendo demasiado bajos en términos reales. Las tierras fértiles no aumentan, al contrario, están desapareciendo en forma acelerada, por problemas de agua, que las torna en desiertos, por la sobreexplotación, el mal manejo y consecuente empobrecimiento y erosión de los suelos. Valorizado a precios actuales hemos llegado cerca del límite máximo de producción mundial. Es más, desde el año 2000 la producción mundial ha sido deficitaria, y hoy las reservas de este alimento básico corresponden a 76 días de consumo.
La lógica dictaría que si continúa está locura no hay razón para que los precios de los granos se eleven aún más. El asunto me preocupa no sólo por una cuestión éticomoral. México ha sido la primera víctima de la nueva política de Bush -hacer sentir «bien» al pueblo norteamericano que de ahora en adelante podrá seguir echándoles millas a sus motores con el sentimiento de ser ecológicosde hacer algo por el medioambiente.El hecho de que la tortilla -el pan de los mexicanos-haya duplicado su precio poniendo en serias dificultades económicas a millones de pobres es considerado un mero efecto colateral. La economía rural tampoco está aprovechando: es un espiral de precios -el perro que se muerde la cola-, los granos suben por su valor energético, pero su producción se encarece por el mayor precio de semillas, fertilizantes, pesticidas y de la energía necesaria para trabajar la tierra y para secar los granos.
Los más cuestionados subsidios de la Unión Europea y de los EE.UU. siempre son causa de serios desequilibrios en precios y en producción; donde es caro producir hay sobreproducción, donde es barato producir, los precios no alcanzan a pagar la producción. Tal vez el nuevo gobierno francés -el mayor defensor de la política de subsidios de la comunidadesté dispuesto a mirar más de cerca el tema. Lo dudo, porque a los políticos siempre les valió la pena intervenir al último momento, cuando su actuación corresponda a la opinión de la mayoría y a una necesidad urgente. Siempre mejor que «quemarse» electoralmente con visiones no compartidas.
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