“Spotify y las plataformas son un ejemplo de la vileza y codicia humanas. Así como ayudan a la difusión, la destruyen. La calidad del sonido es horrenda, excepto en unas pocas. La información que brinda es limitadísima y solo una pequeña parte del dinero llega a los músicos o a los productores. Algunas discográficas hicieron o hacen lo mismo. La gente tiene acceso a todo pero no sabe qué escuchar ni cómo...”, dice Fernando Kabusacki, multipremiado compositor y guitarrista que presenta su nuevo disco “The Legendary Landscapes”, en el que compone, canta, toca guitarra eléctrica, sintetizadores, teclados y cuenta con invitados como León Gieco, Lisandro Aristimuño y Fernando Samalea, entre otros.
Fernando Kabusacki levanta hoy el telón de sus paisajes legendarios
El multiinstrumentista y compositor presenta nuevo trabajo en el que participan León Gieco y Lisandro Aristimuño, entre otros. En el diálogo con este diario tuvo conceptos fuertes contra las plataformas musicales.
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Se presenta hoy a las 20 en El Morán junto a Matías Mango en piano; Uma Kabusacki en voz y teclado; Juan Ravioli en bajo eléctrico y Lucas Herbin en batería. Dialogamos con Kabusacki.
Periodista: ¿Hay algo de las nuevas tecnologías y la IA que irrumpa en la creación?
Fernando Kabusacki: Como en mi disco anterior, Deeper Man, todo comenzó con mi amor a los delays y las guitarras eléctricas. El proceso de este disco se inició con una sorpresiva obsesión por el sonido de las máquinas de ritmo, el sonido de Kraftwerk, Tangerine Dream, Giorgio Moroder, Charly con la 808, Yellow Magic Orchestra y el sonido de los sintetizadores, en particular el uso que les da Brian Eno. Estos sonidos son también para mi legendarios, no sé si son modernos o nuevos, así como no lo son la batería ni la guitarra eléctrica. Pero su uso puede ser nuevo y creativo, siendo un poco más ambicioso. Las nuevas tecnologías en el arte tienen que estar al servicio de lo creativo y somos nosotros quienes tenemos el derecho a expresar lo que sentimos, no las máquinas ni la inteligencia artificial. Creo más en la inteligencia natural, aunque a veces sea tan poco utilizada. Con el animador Pablo Rodríguez Jauregui estamos haciendo una película llamada “Animated landscapes” que es una compilación de animaciones y trabajos de diez artistas visuales argentinos sobre cada canción del disco. Ahí están usando IA porque es mucho más rápido y de lo contrario sería imposible porque animar es un proceso que lleva muchísimo tiempo. Pero los músicos sí tenemos tiempo y algo para decir, algo que expresar, como para dejarle eso a las máquinas. Demasiada técnica o tecnología pueden ser perjudiciales para la creatividad. No cedo esta tarea creativa a las máquinas.
P.: Dijo que se cansó de usted mismo y quiso hacer otra cosa. ¿No hay riesgo a venir gustando con lo de siempre y que no guste lo nuevo?
F.K.: El miedo es uno de los principales enemigos del músico, tenemos que ser valientes y osados, dentro de un campo de experiencia. Admiro la valentía de Charly, la de Dylan cuando se electrificó, la de Ca7riel haciendo Barro después de su éxito con Paco Amoroso, la de Fripp haciendo Discipline en 1981, la de Eno, la de Los Beatles en Sgt. Pepper. Igual yo por suerte nunca tuve un éxito masivo, los intereses comerciales pueden ser letales en esto, ni hay algo que siempre haya hecho. Suelo tener un nuevo impulso, una permanente necesidad de reinventarme. En un momento del proceso sentí la necesidad de llamar amigos, no quería que en este disco fuera solo yo diciendo lo que me parecía. En este tema imagino la voz de Leon, ojalá Haco pudiera hacer algo conmigo en este tema, como extraño las baterías de Samalea, qué capo La Porta, lo voy a invitar, amo como canta mi hija Uma y las Miau Trio. Así los fui invitando y es una alegría que hayan aceptado participar en el disco. El próximo tal vez sea puramente acústico.
P.: ¿Cómo fue la gira por Japón alrededor de 24 ciudades? ¿Cómo lo recibe el púbico?
F.K.: Japón, si bien es un buen trecho en avión, me resulta extrañamente cercano. Los músicos con los que toco allá son mis hermanos, aunque tal vez no pueda conversar mucho con ellos lo hacemos a través de la música. Y es una comunicación más efectiva que la de las palabras, muchas veces en el silencio se puede estar más comunicado. El público que viene a mis conciertos en Japón es muy respetuoso, muy sensible, muy amable, muy atento. Allí hay una cultura de la música que es notable y conocen muchísimo. Ojalá en Argentina hubiera más de eso. Lo que hay es buenísimo pero no suficiente. También es tarea de nosotros los músicos ayudar al público en la medida que nos sea posible. Las giras son agotadoras, pero lo único que hago es tocar, practicar y viajar. No hago turismo ni sociales. Voy a trabajar, economizo energías, es la única manera de responder en los conciertos. No sé qué los cautiva de mi música, tal vez que mi actitud es respetuosa, tal vez la sienten genuina, será que sienten que le pongo amor a lo que toco, será que toco bien.
P.: Tocó con Charly , Bochaton, Epumer, Juana Molina, ¿qué puede decir de esa era dorada del rock nacional y dónde quedó?
F.K.: Admiro muchísimo a todos estos músicos, la vara está muy alta después de ellos, con quienes tuve o tengo la oportunidad de tocar y aprender. Hay veces que escucho las nuevas bandas y pienso que no aprendimos nada aunque hay hermosas excepciones. El coraje, la sensibilidad y el talento de estos músicos es infinito. Esa era todavía esta acá, si la sabemos ver, si podemos estar a la altura de esos valores, no quiero pensar que ya fue. Sigue siendo, espero, en algún lado. Tengo mucha fe en los músicos y músicas jóvenes. En especial, por alguna razón, en las mujeres. Los más grandes somos más temerosos, aunque no debiéramos serlo porque sabemos hacer las cosas, y estamos a veces demasiado formateados. No sé si hay que romper los formatos pero tenemos que poder salirnos y ser libres.
P.: ¿Cómo es la composición para películas animadas, mudas y teatro?
F.K.: En general las animaciones las hacen sobre mis temas ya grabados, pero cuando tengo que hacer música para películas o teatro siempre pienso que lo importante es la película, o la obra, la historia, la imagen, la actuación. La música no tiene que interferir con esa comunicación directa entre la imagen, el movimiento y el espectador. Tiene que montarse sobre el ritmo y la dinámica de lo que está pasando en la pantalla. Tiene que ayudar, nunca competir ni llamar la atención. Tal vez intensificar la experiencia y la emoción del espectador, traerlo al momento. Cuando dicen que “la música de la película esta buenísima” desconfío. La música tiene que ser casi invisible. Cuando tocamos música para películas mudas, un proyecto que tenemos con Fernando Martin Peña hace más de 30 años, y que llevo a cabo junto a mi coequiper Matias Mango, un verdadero maestro de los teclados, tocamos la película como si fuera una partitura. Las imágenes nos dicen qué tocar, nosotros simplemente leemos eso y lo tocamos.
P.: ¿Cómo se lleva con la era Spotify? La música llega con un click a todo el mundo pero cómo se monetiza? ¿Cómo viven hoy los músicos en la era de las plataformas?
F.K.: La retribución económica a los realizadores es simplemente una estafa. Algunas compañías discográficas hicieron o hacen lo mismo y tienen parte de la responsabilidad: los discos demasiado caros, y solo una pequeña parte del dinero llega a los músicos o a los productores, y la gente prefiere la música gratis aunque en realidad pague las suscripciones o consuma la publicidad.
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