24 de abril 2006 - 00:00

Auspiciosa apertura de sala en el Centro Rojas

Auspiciosa apertura de sala en el Centro Rojas
En una ciudad donde los espacios de arte florecen todos los días, celebrar la nueva, bella y blanca sala que el Centro Cultural Rojas estrenó el martes pasado, cobra sentido por varias razones. Por un lado, pesa el interés que reviste su influyente historia, pues allí surgió un movimiento artístico de raíz argentina y la estética peculiar de los años 90.

Por otro lado, la apertura de la sala y su flamante auditorio, demorada durante años por una marea de inconvenientes burocráticos, merece ser festejada sobre todo, porque suma un espacio digno para el desarrollo de una intensa actividad cultural.

Lejos de la fascinación por las actividades marketineras con características de espectáculo, en el hasta hoy modesto edificio del Rojas se dictan más de 690 cursos por cuatrimestre, destinados a todas las áreas culturales y otras cuestiones de interés general, como difundir conocimientos básicos sobre ciencias o capacitación laboral.

Las cifras del Rojas (además de los cursos, más de 180 talleres y un promedio anual de 30.000 alumnos), son ajenas sin embargo al frenesí por las mediáticas escalas numéricas ascendentes que fascinan a los operadores culturales. Los números importan porque reflejan la capacidad de la institución para erigirse en lugar de contención y expansión espiritual e intelectual, porque demuestran que es posible enriquecer la vida de gente con algo valioso como el conocimiento.

Al igual que otras instituciones culturales, el Rojas ofrece la posibilidad de pasar un buen rato, pero además tiene ambiciosos objetivos de largo plazo. La existencia de un plan cultural que funciona es casi un milagro argentino, teniendo en cuenta la inercia y, en ocasiones, la frivolidad que caracteriza las gestiones actuales.

La flamante sala, que reemplaza el antiguo lobby donde iniciaron sus carreras muchos de los artistas que hoy pisan fuerte en el circuito internacional, se inauguró con la presencia del decano de la UBA, Jaim Etcheverry, el director del Rojas, Fabián Lebenglik (quien anunció su inminente renuncia al cargo), el artista y el curador Jorge Gumier Maier, ya retirado como ideólogo de la estética finisecular que rescató la belleza, y el juez Gustavo Bruzzone, que supo ver antes que nadie la importancia del movimiento y contagiar su pasión por el coleccionismode arte emergente, además de una multitud de artistas, galeristas y críticos.

Desde la enorme vidriera ubicada en el edificio adyacente a la sede del Rojas, se divisa la instalación de la joven Noelia Yagmourian, realizada con cintas de raso color rosa en diversas tonalidades. Pese a su rigurosa geometría, deudora de la tradición del arte concreto argentino, la obra ostenta un tono festivo que evoca el cotillón; se puede ver como un homenaje al arte que nació en el Rojas a contrapelo de las tendencias dominantes, o sea el conceptualismo y el arte político o comprometido.

En el interior de la sala y sobre unos andamios, se levanta la obra estupenda de la también joven Valeria Maculán. La instalación parodia la construcción urbana con el afán de llevar a la pintura no sólo el color, sino también el espacio y la estructura. El resultado es un atractivo «cuadro» en tres dimensiones, que reúne materiales diversos de naturaleza orgánica e inorgánica, como plantas, naturales y artificiales, a las que se suman azulejos y tubos de luz fluorescente.

«La estructura modular se repite en una suerte de pequeño bosque de interior, nutrido de tensiones que crecen, como los árboles, de adentro hacia fuera y de abajo hacia arriba», explica la curadora del espacio de Artes Visuales del Rojas, Eva Grinstein, quien padeció más que nadie la ausencia de una sala de exhibiciones. Nombrada para poner a prueba su ingenio cuando se paralizó la obra,tuvo que reducir -literalmente- sus muestras a la escala del poste de alumbrado la calle Corrientes, que desde entonces sirve de curioso habitat y soporte para el arte.

La reunión mantuvo el clima distendido de las inauguraciones habituales. No hubo discursos ni retórica, pero después de cinco años de gestión, Lebenglik rompió con su habitual reserva para hablar de algunos de su logros, como entre otros, las publicaciones del Rojas, o la beca de Guillermo Kuitca, de la cual surgieron muchos artistas talentosos que hoy conquistan el mundo.

Además, si bien la Universidad tiene a su cargo el gasto de infraestructura, servicios y personal administrativo, la acción cultural y la docencia se autofinancian con el dinero que generan los cursos y espectáculos, aunque varios son gratuitos. «Me parece el momento oportuno para dejar la gestión», observó Lebenglik al considerar que el Rojas atraviesa un buen momento, y asegurar que no aceptará ningún cargo. En suma, un funcionario que se quiere ir. Toda una rareza.

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