29 de agosto 2001 - 00:00
"Hice un libro moral con las reflexiones de un insolidario"
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P.: Pero proclama «la revolución de los solidarios»...
P.O.: Es un lindo subtítulo, pero yo hubiera preferido (perdí en la puja con la editorial): «reflexiones de un insolidario». Trasladado a un hecho más colectivo y nacional, creo que este libro consuena con la actual tragedia argentina donde, a riesgo de parecer voluntarista o ingenuo (alguien que por lo general no lo ha sido, pero que me parece que es bueno serlo en estos momentos) nuestra crisis actual es básicamente una crisis de valores. Las crisis económica, política, social tiene por base algo más importante: la de valores. El valor de la dignidad, del estudio, de la constancia, del ahorro, de la espiritualidad (si puede considerarse un valor) y el fundamental, el de la solidaridad, son la columna vertebral de una sociedad que organiza, que sabe lo que si y lo que no, lo que sirve y lo que no sirve, lo que se puede y lo que no se puede, lo que se debe y lo que no se debe. Creo que nuestra sociedad ha perdido esto y eso nos vuelve una masa informe, sin rumbo.
P.: Dice que lo impulsó a escribir una crisis...
P.O.: La primera frase de «El prójimo» nace del impacto desgarrador que me produce la actividad política. Es muy fácil encontrar la relación entre una crisis personal y una crisis colectiva. Soy enemigo de la queja estéril, uno de los grandes vicios argentinos, practicado con entusiasmo por la clase intelectual, sector descomprometido que considera que su función en la sociedad es criticar, y que cuanto más disconforme se está, más inteligente se es. No es ésa la huella que marcaron los protointelectuales: Sarmiento, Mitre, Alberdi, José Hernández, absolutamente comprometidos con la realidad, que se metieron hasta el tuétano en la política y sufrieron intensamente los vaivenes de la política. Mi compromiso con la política tiene que ver con el hecho de que si a uno no le gusta la política, tal como la ve, tiene que meterse en ella.
A la clase política degradada, insensible, que tenemos, no le molesta nada una columnita en un diario que diga que son «malos, feos y sucios». Si se piensa que la política es una porquería y no hacemos nada, dejamos la política a la porquería. Y cuando no se tiene la piel gruesa para llevar adelante una actividad permanentemente desgarradora como es la política, es muy posible que uno entre en crisis.
P.: ¿Por qué en su libro incluye desde citas de la Biblia a chistes, desde Dorrego a Kafka?
P.O.: Creo que el pensamiento se construye fragmentariamente. Dejo al lector construir sus propias conclusiones a partir de esos fragmentos. Otra cosa que diferencia al libro de los de «autoayuda» es una posición ideológica. Los «libros de autoayuda» transmiten la sensación de que uno solo puede resolver sus problemas y descontextua, por ejemplo, el actual proceso de «bobalización», como lo llamo en el libro, que es que los argentinos compramos lo peor de la globalización. Es nuestra pasión por considerar civilizado lo de afuera y bárbaro lo nuestro, ideología que viene de lejos, fue la posición que triunfó en Caseros en última instancia. Eso nos ha llevado a la constitución de una sociedad basada en los modernos pecados capitales: frivolidad, pragmatismo, relativismo, aparentar, el sálvese quién pueda, el volverse un cliente y no una persona.
P.: Los fragmentos de su libro parecen, a veces, ser elegidos, además de desde la política, desde sus diversas profesiones...
P.O.: Este libro, si tiene algo positivo para mí, es que me permitió juntar esa trayectoria tan disímil que he tenido en mi vida consecuencia de una búsqueda afanosa. Cuando me quiero definir, digo que soy un buscador. Creo que en «El prójimo» está mi parte de médico, de diplomático, de psicoanalista, de escritor y de político.
P.: ¿No fue muy lejos en sus autocríticas?
P.O.: Es coherente con la intención de rescatar los valores. Vivimos un momento de demasiado cinismo e hipocresía. Yo busqué no jugar ese juego. Cuando en el libro Diógenes busca un hombre honesto, me mira a los ojos y sigue de largo; pero, por algo, no lo encontró nunca. Cuando recuerdo como Jesucristo cura a diez leprosos y uno solo vuelve a agadecerle, me pregunto: ¿y nosotros?, y contesto: yo sería uno de los nueve. Como en la parábola del hombre que a Jesús le pregunta: ¿cómo puedo ganarme el Reino de los Cielos? Y Jesús le contesta: cumple con los mandamientos. Creo que los he cumplido. Entonces Jesús le dice: deja todos tus bienes, dáselos a los pobres, y sígueme. Y yo pregunto: ¿quién acompañaría a un barbudo medio extraviado que dijera: deja tu casa, tu auto, el colegio privado de tus hijos, y sígueme? No hay necesidad que conteste, ya sabemos qué haría cada uno de nosotros. Y es cierto, es así.
P.: ¿Cómo manejó las ideas religiosas que aparecen en su libro?
P.O.: Creo que aparece por momentos un Dios extraño. Está la paradoja de un Dios muy presente en el Antiguo Testamento que negocia, comercia, interviene activamente, habla con las personas y a veces las castiga o las somete a pruebas que son casi torturas; y un Dios en el Nuevo Testamento que se comunica a través de un intermediario. En la fantasía de un literato, vaya a saberse si no es un Dios decepcionado de esta creación. Creo que la reflexión que planteo es cómo justifica uno estar vivo, esta cosa tan extraordinaria, tan ridícula a veces y otras tan grandiosa. Hay una frase que para mí es fuerte: Los seres humanos nos preguntamos si hay vida después de la muerte, creo que otra pregunta muy significativa es si hay vida antes de la muerte, si lo que vivimos es vida.
Ese es casi el eje de «El prójimo». Y si bien hay mucha cita bíblica, yo no soy un católico de comunión diaria, ni siquiera de misa dominical, pero tengo una formación católica y estoy convencido de que uno tiene que conferir dimensión espiritual a la vida, encontrar un sentido a lo que se hace. Si el mandamiento fundamental es «amar al prójimo como a ti mismo», no matar, no robar, honrar al padre y a la madre; el valor fundamental es la solidaridad, es lo que signa claramente el debate ideológico del momento, y no es poco, porque se trata, de la única esperanza que podemos tener.
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