26 de julio 2001 - 00:00

Hombres necios que acosáis

Eckhart y Malloy.
Eckhart y Malloy.
Chad y Howard, dos oficinistas jerárquicos, tienen que viajar a una pequeña ciudad del interior para poner en funcionamiento una filial de la empresa. Son norteamericanos, pero no es difícil imaginarlos entre porteños: serían, por ejemplo, los que gozan hasta las lágrimas las cámaras sorpresa donde escarnecen a algún desprevenido, o los perfectos organizadores de una sangrienta despedida de soltero.

Sobre todo Chad; Howard lo seguiría sumisamente, con tanta diversión como culpa. Chad tampoco tendría inconvenientes en burlarse de Howard a sus espaldas y luego palmearlo con afecto en cada encuentro (en Estados Unidos, los hombres no adoptaron la costumbre femenina de besarse en la mejilla para demostrar cuán amigos son).

Al comenzar el film, nos enteramos de que ambos acaban de sufrir sendos desengaños amorosos. Y Chad, después de largas consideraciones, casi tangueras, sobre el orgullo masculino herido, propone a Howard un plan: acosar por separado a la primera mujer que encuentren y, cuando ella esté bien comprometida emocionalmente, sacar la alfombra de golpe. Dejarla vacía. En lugar de una cita a ciegas, una venganza a ciegas.

La víctima no tarda en aparecer. Se llama Christine y es muy bella, pero también sorda y con dificultades para expresarse (los sonidos que emite, según el gráfico Chad, recuerdan al delfín Flipper). El juego avanza, Chad va ganando, pero Howard, que hasta cierto punto ha venido respetando las reglas, empieza a transitar por ese terreno impreciso que oscila entre la conmiseración por la mujer y el enamoramiento auténtico.

Ingenio

«En compañía de los hombres» no carece de líneas de diálogo ingeniosas y agudas sobre el sexismo, la neurosis social y el poder. El problema es que la película entera es una extensa, por momentos abrumadora catarata de texto, que no siempre funciona según el propósito confeso de espiar los entresijos del discurso y el deseo masculinos. Hasta la curiosidad tiene sus límites cuando a uno lo atan al ojo de la cerradura.

El director
Neil LaBute es un típico exponente del llamado cine «independiente», que si bien prescinde, por fortuna, de lo que tanto declaran disfrutar los adoradores de este cine (cámara epiléptica, montaje esquizofrénico, regodeo en el tedio), en esta película se pasa al otro lado: sus planos suelen ser fijos y asépticos, y su puesta en escena termina convirtiéndose en no poco más que el espacio donde sus personajes tiran ideas. Algunas interesan, otras menos. Pero un poco más de acción no vendría nada mal.

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