A quienes crean que los monjes tibetanos son como aparecen en las películas hollywoodenses, esos tipos solemnes, que viven como en otro tiempo, y cada tanto dictan trabajosas moralejas, les hará bien ver esta comedia hecha por auténticos religiosos, exhibida exitosamente en una paralela del último festival marplatense, y que ahora se estrena entre nosotros. En ella, un grupo de seminaristas, entusiasmados por el Mundial '98, no sólo ven los partidos en el boliche del pueblo (y son tan bochincheros que los terminan echando), sino que hasta consiguen un televisor para ver la final en el convento. Graffitis, fotos de jugadores casi tapando un retrato de Buda, una latita de gaseosa como pelota de ocasión, camisetas futboleras bajo la túnica, e incluso revistas deportivas, y de las otras, son parte de la vida cotidiana en el convento, cuyos habitantes hacen, de paso, muy llamativas observaciones políticas sobre los chinos, los hindúes, y los norteamericanos. Y si todo esto parece un poco irreverente, hay que ver las escenas de los rezos, con monjes que se duermen, se tiran papelitos, o hacen papirolas, igual que tantos de nuestros seminaristas católicos, y también algunos curas. ¿Irreverencia? Cabe suponer que no. El autor del film, Khyentse Norbu, es, él mismo, un lama bastante respetado (se perdió venir a Mar del Plata porque justo estaba dirigiendo un retiro espiritual), y también los protagonistas son monjes consagrados, o seminaristas. Según confiesan en lejano reportaje, les gusta estar de buen humor, y se descostillan de la risa viendo «Siete años en el Tíbet», especialmente la escena en que los supuestos monjes, con grandes aspavientos, dejan de cavar para no lastimar a los gusanos, que podrían ser almas reencarnadas. Para ellos, eso es simplemente ridículo.
Diálogos
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
Es fácil, sus vidas demuestran ser más cercanas a las nuestras. Y es delicioso el diálogo del abad, cuando le pregunta a su asistente qué es el fútbol («¿Y hay sexo?»). Pero que nadie se confunda. Ligereza no quiere decir frivolidad. Bajo un espíritu risueño, la obra también tiene sus enseñanzas morales y espirituales. Una, que define el argumento, está relacionada con la imposibilidad de disfrutar algo a costas del sufrimiento ajeno. Otra, indica la diferencia entre el hábito del monje y la ropa trucha del momento, entre la imagen piadosa de Buda y los fanatismos pasajeros. Y hay más: la posibilidad de los goces ingenuos, por encima del espectáculo televisivo, el saber que una historia importa más que su final, o el tener siempre en cuenta las siguientes preguntas. Primero: «¿Cuál es la utilidad de ser infeliz?». Segundo: «Si el problema tiene solución, ¿para qué afligirse?Y si no tiene solución, ¿para qué afligirse?». Informate más
Dejá tu comentario