11 de febrero 2008 - 00:00

Rosario se afirma como centro del arte contemporáneo nacional

Una de las obras de Liliana Maresca, artista de culto que el Museo Castagnino de Rosario rescata de las sombras con una estupenda muestra que después se verá en el Recoleta de Buenos Aires.
Una de las obras de Liliana Maresca, artista de culto que el Museo Castagnino de Rosario rescata de las sombras con una estupenda muestra que después se verá en el Recoleta de Buenos Aires.
Rosario - El escenario rosarino consolidó la semana pasada su papel de centro del arte contemporáneo de todo el país, al inaugurar en el Museo de Bellas Artes Juan B. Castagnino y antes de su presentación en Buenos Aires, «Liliana Maresca. Transmutaciones». La muestra descubre una artista de culto que ha permanecido hasta hoy en la sombra, venerada por un pequeño grupo de teóricos y, sobre todo, por los artistas que la conocieron.

Maresca murió de SIDA a los 43 años, en 1994 y a los pocos días de abrir su retrospectiva «Frenesí» en el Centro Cultural Recoleta. Desde el título, «Frenesí», que ahora es el punto de partida de la exhibición rosarina, se anuncia la determinación de la artista de beberse la vida de un tirón. «Es ahora o nunca», es su frase más citada. Curada por Adriana Lauría, la muestra subraya desde el comienzo la estrecha relación que existe entre la obra y la vida; entre una obra compleja y extraña que se abre a múltiples interpretaciones y que oscila entre lo sensible, conceptual y político, y una vida que se consuma aceleradamente, dedicada tanto a la propia producción como a gestar proyectos artísticos colectivos que ya son una leyenda, como «La Kermesse» o «La Conquista».

La exhibición incluye documentos, poesías, dibujos, esculturas,fotos y fotoperformances, instalaciones y objetos, varios de ellos restaurados o rehechos, dado que gran parte de la obra de Maresca fue destruida o desapareció. Las 35 piezas de la muestra pertenecen a su hija Almendra, a sus amigos Marcos López o Marcia Schvartz, al crítico Fabián Lebenglik y el editor Gabriel Levinas, a un par de coleccionistas y, entre otros, al Museo Castagnino +Macro, el único Museo que posee obras de Maresca. Una de ellas es «Imagen pública. Altas esferas», un collage con los rostros de Menem y Alfonsín rodeados por un marco recargado de ornamento; la otra, «Carrito blanco» de 1990, es la copia fiel de un carrito de basura que la artista pidió prestado en el albergue Warnes, idéntico a los que una década más tarde inundarían Buenos Aires, pero pintado de blanco.

La pureza del blanco, al igual que los engarces dorados que aplica Maresca a los objetos más simples y las naderías de las que se sirvió para construir sus obras, son recursos peculiares que contribuyen a afianzar el status de obra de arte. Así, con la jerarquía de una joya, replicó el carrito de basura en oro y también en plata, y lo montó sobre un pedestal.

Con la misma estrategia y con sobrado humor e ironía, plantó dos hueveras sobre una base de fórmica y las tituló «Ella y yo». La sorprendente combinación de los elementos más ruinosos o sencillos con metales bruñidos, alcanza su mayor expresión en las ramas antropomórficas que evocan manos o cuerpos retorcidos y que en 1988 exhibió en la muestra «No todo lo que brilla es oro».

  • Símbolos

    Estos gestos sofisticados, además de denotar un gusto evidente por la belleza, parecen responder al afán de estetizar algo que va más allá de la obra, y que bien puede ser la vida que se le escapa. Mirada su obra desde este punto de vista, cobra sentido la reluciente esfera (símbolo divino) y el cubo (símbolo terrenal) que descansan sobre el «Séptimo escalón» que le brinda el título a la pieza. En esta línea, la escultura «Navegando en un mar tormentoso, proa al sol en un barco de hierro», realizada en bronce, plomo, hierro, plata, oro y laca sobre madera, adquiere un sentido trascendente, y también un cáliz con la eucaristía, una pala con su herrumbre presentada como un must de Cartier, y hasta la imagen de los féretros malolientes que en 1991 la artista consiguió en el cementerio de Chacarita, y luego de fregar con lavandina, acomodó sobre una alfombra persa en una sala con paredes doradas del Cultural Recoleta. La instalación, «Wotan Vulcano», lleva los nombres de los dioses de la guerra y del fuego, elemento purificador. Al final de la muestra, que es el fin de la vida, hay unas fotos que reproducen una obra infinitamente triste que también desapareció. Se trata de la instalación «Lo que el viento se llevó», armada con los esqueletos semidestruidos de un parasol y unas miserables sillas de jardín corroídas por la herrumbre que componen la viva imagen de la desolación.

    Vistas desde la retrospectiva, algunas obras de principios de los años 80, unos torsos realizados con materiales de descarte,con viejos maniquíes, resortes, o un caño de escape que configura una columna vertebral, parecieran prenunciar la enfermedad. En «Liliana Maresca con su obra», una serie de fotografías de 1983, Marcos López retrata a la artista desnuda con los torsos de materiales reciclados sobre su cuerpo, y logra unas imágenes donde resuenan los tormentos de Frida Kahlo. López volvería a fotografiarla diez años más tarde y también desnuda, esta vez recostada con un gesto tan burlón como seductor sobre un gran collage con los rostros de políticos y militares de turno y con María Julia Alsogaray envuelta en pieles, incluida. Los temas sociales y políticos están presentes, pero Maresca establece una saludable distancia, se separa de la retórica doctrinaria a través de la ironía, o al parodiar ella misma determinadas situaciones.

    Hay dos obras conceptuales y provocativas en extremo, que si bien pueden verse como una crítica al mercado o el consumismo, transmiten una urgencia desesperada, son testimonios de la desafiante actitud que enfrenta un destino adverso. Una, de 1992, es un cartel similar a cualquier anuncio comercial que ostenta un número telefónico, la fecha de apertura y cierre de la muestra y un mensaje lapidario: «Espacio disponible. Apto todo destino. Liliana Maresca, 23-5457». La otra obra, de 1993, es una serie de retratos con poses eróticas que se publicó en la revista «El libertino» parodiando el estilo del arte en los medios de Roberto Jacoby, Eduardo Costa o Raúl Escari. Se trata de un cartel publicitario cruzado por la leyenda «Maresca se entrega todo destino 304-5457», donde figura la siguiente aclaración: «La escultora Liliana Maresca donó su cuerpo a Alex Kuropatwafotógrafo, Sergio De loof-trend setter, Sergio Avello -maquilladora-, para este maxi aviso donde se dispone a todo».

    La obra y la documentación, expuesta en su conjunto, le brinda a Maresca una dimensión difícil sino imposible de descubrir ante piezas aisladas, no sólo aparece el perfil de una activa protagonista de los desbordantes años 80 sino que también se revela como precursora de varias de las vertientes que afloran en los 90. Lauría pone el acento en la incomparable energía vital, el erotismo, el modo de enfrentar el deterioro y la muerte, y con especial esmero estudia a la artista como alquimista.

    La muestra rastrea la influencia que ejercieron Víctor Grippo y Emilio Renart, que fue su maestro, exhibe el quiebre que se produce en la obra a partir de 1987, cuando le diagnostican la enfermedad y deja finalmente a la vista una artista excepcional.

    La exposición del Castagnino es una producción conjunta con el porteño Centro Cultural Recoleta, que la exhibirá más adelante, y cuenta con un catálogo realizado con la contribución del Malba. A esta publicación se suma el libro «Liliana Maresca. Documentos», una recopilación de Graciela Hasper editada por el Centro Cultural Rojas en 2006, con un impecable texto de introducción de María Gainza.
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