15 de febrero 2024 - 11:50

Sobre el film "Zona de interés" y la estirpe de los asesinos

Se estrena hoy la película inglesa de Jonathan Glazer, doble candidata al Oscar (Mejor Film y Mejor Film Internacional), sobre la vida del carnicero de Auschwitz, Rudolf Höss. Esta nota se ocupa también de los hijos de muchos jerarcas nazis.

Zona de interés: la planificación de las matanzas en Auschwitz

"Zona de interés": la planificación de las matanzas en Auschwitz

¿Qué pasó con la familia de Rudolf Höss, el comandante de Auschwitz, donde murieron aproximadamente tres millones de prisioneros? El film “Zona de interés” cuenta lo bien que vivía esa familia, justo al lado del campo de concentración más grande del imperio nazi. Después, él terminó colgado de la horca, en ese mismo lugar donde antes reinaba. ¿Y la familia? ¿Y los hijos de tantos otros jerarcas nazis? Crease o no, la hija mayor de Höss se hizo modelo de alta costura, se casó con un norteamericano y terminó como empleada de confianza de una fina tienda de ropa de dueños judíos en Washington. Alguna vez se cruzó con Verushka, la famosa modelo que de niña también había vivido en Auschwitz, pero del lado de adentro.

A la caída del nazismo, Rudolf Höss escondió a los suyos en una granja y él se ocultó en otra, con nombre falso. Pero los ingleses localizaron a la familia y empezaron a golpear al hijo mayor, hasta que la madre desesperada terminó revelando el escondite de su marido. Cuando lo rodearon, él dijo llamarse Franz Lang, un simple campesino, hasta que le quitaron el anillo de compromiso. Ahí decía clarito “Rudolf und Hedwig”. Ya preso, alcanzó a escribir sus memorias, mientras era interrogado por un fiscal judeo-polaco.

De esto hay un film israelí con Romanus Furhmann, “The interrogation”, y de las memorias (hace poco reeditadas en español, con prólogo de una de sus víctimas más célebres, el escritor Primo Levi) surgió la novela de Robert Merle “La mort es mon métier”, mi oficio es la muerte. En 1977 los alemanes la adaptaron para el cine como “Aus einem deutschen Leben”, una vida alemana, con Gotz George, hasta entonces galán de acción y aventuras. Significativamente, allí el personaje no se llama Höss, sino Franz Lang.

Ese film, que oportunamente difundió el Instituto Goethe, dedica unas pocas escenas a la vida familiar del verdugo: la elegante esposa dando indicaciones al mayordomo que arregla los floreros, una hija con tamaña Estrella de David en el vestido, porque están jugando a nazis y judíos, y un diálogo donde la mujer al fin comprende que el marido sería capaz hasta de matar a sus propios hijos, si un superior se lo ordenara.

Klaus (1930), Heidetraut (1932), Brigitt (1933), Hans-Jurgen (1937) y Annegret (1943), se llamaban los niños. En un libro estremecedor, “Hijos de nazis”, la historiadora Tania Crasnianski investiga cómo vivieron su infancia y cómo rehicieron su vida los vástagos de algunos jerarcas famosos. Hubo quienes se afirmaron en el nazismo, como Gudrun Himmler (repelida por su hija Katryn, que escribió “Los hermanos Himmler”), o insistieron en la inocencia de sus padres, como Edda Göring (“Papá no era un fanático. Podía leerse la paz en sus ojos”), o rastrearon cielo y tierra para enfrentarlos, como Rolf Mengele, que al cabo de 21 años pudo encontrar al famoso Angel de la Muerte. Se vieron una sola vez y discutieron sin entenderse.

Otros vivieron perturbados como Niklas Frank, hijo del Carnicero de Cracovia. “Odio a ese bastardo que arde en el infierno y me obsesiona”, dijo, y agregó “Desde niño, estaba convencido de pertenecer a una familia de criminales”. Parte de razón tiene: su madre lucraba con las pieles compradas a bajísimo precio en el guetto, y su hermana mayor fue, años más tarde, gran propagandista del apartheid sudafricano.

Otros tardaron bastante en darse por enterados, como Monika Goeth, que recién cuando vio “La lista de Schindler” empezó a considerar que su padre no había sido precisamente un héroe de guerra. En cambio, los seis hijos de Goebbels no tuvieron oportunidad de decir nada. Sus mismos padres los mataron junto con ellos mismos, cuando ya era evidente la caída del régimen.

¿Y los Höss? Con nombres cambiados, se fueron perdiendo en el anonimato. Solo una confesó, ya anciana de 80 años, su nombre y sus recuerdos: Brigitt, desde su hogar en North Virginia. Paradójicamente, eran lindos recuerdos, porque “el padre era muy bueno con sus hijos, jugaba con ellos, les leía cuentos, les tenía bastante paciencia, traía regalos”, y jamás dejó que supieran lo que pasaba fuera de su alegre e inocente círculo. Es así, hay asesinos bestiales que, con los suyos, dentro del hogar, son personas encantadoras.

Brigitt tuvo una holgada infancia en sucesivos barrios militares junto a los campos de Dachau, Sachsenhausen y Auschwitz. Después, claro, le tocó una adolescencia de privaciones y ocultamientos durante la posguerra, pero pronto se fue convirtiendo en una jovencita hermosa y delgada, así qne se instaló en España, donde había unos cuantos refugiados nazis, y llegó a ser modelo de alta costura de la casa Balenciaga.

Alguna vez se cruzó con otra modelo alemana, seis años menor, Verushka, nacida Vera G. von Lehndorff. También ella había conocido los campos en su temprana infancia, pero del lado de adentro, junto a su madre y sus hermanas. No eran judías, sino que el padre, un aristócrata prusiano enfrentado a los nazis, integró el fallido complot para matar a Hitler, por lo que fue condenado a muerte, sus bienes confiscados y su familia entera castigada.

A mediados de los ’60 Brigitt se casó con un empresario norteamericano con quien recorrió medio mundo y se instaló en EEUU, rebautizada Bridget. Después vendrían otros dos maridos, hijos, nietos, y un empleo de 35 años en la prestigiosa casa de alta costura Saks Jandel, en Washington, cerrada en 2016.

Allí se vestían las esposas de los políticos más encumbrados, y también Liz Taylor, con modelos de Dior, Yves Laurent y otras firmas de similar renombre. El dueño se llamaba Ernst Marx, judío berlinés. En algún momento ella le confesó su origen. La respuesta fue noble: los hijos no tienen la culpa. Y la mantuvo en el puesto, que era de jerarquía (otra clase de respuesta dieron sus padres en los interrogatorios: “Yo solo cumplía órdenes”, “Yo no sabía nada”).

El pasado de Brigitt se mantuvo en la mayor discreción, hasta que en 2013 apareció Thomas Harding, el investigador inglés que estaba elaborando un nuevo libro: “Hanns y Rudolf”, sobre su tio abuelo Hanns Alexander, el rico judío que escapó a tiempo con su familia, se incorporó al Ejército Británico y allí tomó la misión de encontrar a Rudolf Höss y enviarlo a juicio.

Por largos años, Harding buscó a las hijas de Höss, para tener un relato equilibrado con la penosa historia de esos dos alemanes tan opuestos. Brigitt, ya con 80 años de edad, le dio ese equilibrio, e incluso accedió a aparecer en un reportaje de la BBC. Ahí dice francamente que no tiene respuesta para la doble personalidad de su padre. Se siente dolida. Y se siente también que, cuando estaba sola, muchas veces habrá canturreado en voz baja aquella melancólica canción “Oh, Mein Papa” tan popular en los ’50 (aquí la cantaba Elder Barber, “Oh, mi papá, tan bueno fuiste para mí…”).

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