Sitian Rio para preservar el turismo presidencial
El gobierno de Brasil no tiene problemas para militarizar la seguridad en una ciudad, en este caso Rio de Janeiro, porque reconoce que el tema ya se le fue de las manos. No es eso lo que se ve en la Argentina. El gobierno de Lula da Silva no apela a la receta militar porque comparta una ideología de derecha, sino por puro pragmatismo. Sabe que el narcotráfico se ha hecho dueño de buena parte de esa ciudad e intenta revertirlo o, cuando menos, contener la amenaza mientras dure la visita de los presidentes de la región. Un incidente mayor allí en los próximos dos días sería un golpe fatal para la imagen de Rio. Para eso se reforzó masivamente la cantidad de efectivos federales, estableciendo un cerco para blindar Copacabana, sede de los encuentros. Los turistas están de parabienes: al menos por dos días podrán olvidarse del peligro de ser asaltados.
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La ola de violencia desatada por las mafias del narcotráfico, que en la última semana de 2006 causó la muerte de al menos 25 personas, amagó con volver el martes, cuando la policía mató a cuatro presuntos delincuentes y dos nuevos colectivos fueron incendiados en la favela de Mangeuira. En los alrededores del Copacabana Palace no se llegó a tanto. Los hechos delictivos se limitaron a algunos turistas asaltados, despojados de sus cámaras de fotos.
El área está reforzada desde el martes por soldados y agentes de las tropas de élite de la Fuerza Nacional de Seguridad (FSN), que acompañarán a las comitivas desde el Tom Jobim hasta el Copacabana Palace Hotel, donde se realizará la cumbre con los presidentes de Brasil, Luiz Lula da Silva; la Argentina, Néstor Kirchner; Venezuela, Hugo Chávez; Uruguay, Tabaré Vázquez; Paraguay, Nicanor Duarte Frutos, y Bolivia, Evo Morales, como invitado; además de la chilena Michelle Bachelet, el ecuatoriano Rafael Correa y el colombiano Alvaro Uribe.
Pero la presencia militar, a la que se suman la marina, fuerza aérea y organismos de seguridad del Estado y municipio de Rio, no logró amedrentar a agresores que esta madrugada incendiaron dos vehículos en la favela Brás de Pina, y otro, en la avenida Brasil, en la zona norte.
El cuerpo de bomberos consideró que la quema de vehículos «es una práctica común en la región». Aun así los siniestros evocaron las imágenes de terror que empañaron el fin de año en Rio de Janeiro. La madrugada del 28 de diciembre un grupo de 30 hombres, encapuchados y armados, prendieron fuego a un ómnibus que atravesaba la avenida Brasil rumbo a San Pablo, con 28 pasajeros en su interior.
Los ataques, calificados por Lula da Silva como « terroristas», llevaron al gobernador de Rio, Sérgio Cabral, del Partido Movimiento Democrático Brasileño, a solicitar al gobierno federal el envío de las tropas a la ciudad, donde fue reforzado de inmediato el patrullaje en la zona norte. Esto, el 3 de enero, no impidió que un grupo de agresores interceptara un vehículo que transportaba a seis turistas europeos, a quienes trasladaron a una favela vecina, Holanda, donde les robaron todas sus pertenencias. Los turistas fueron robados pocos minutos después de su arribo a Rio de Janeiro, y en el mismo trayecto que atravesarán los invitados a la cumbre del Mercosur, en su traslado hasta el Copacabana Palace.
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