24 de noviembre 2023 - 22:34

Cantinflas, cómico monumental

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El 21 de abril de 1993 la mayoría de los mejicanos estaría cenando frente a sus televisores cuando muy cerca de las 22 horas el canal oficial interrumpió abruptamente su transmisión.

“Cantinflas ha muerto” se oyó una voz grave.

El anuncio formal terminó allí, pero la programación ya no volvió a ser la misma. Ese y todos los canales ignoraron su programación habitual y dedicaron su tiempo a reproducir comentarios, entrevistas y fragmentos de las películas del cómico.

Sin interrupciones, la noticia se prolongó por la mañana en la primera plana de todos los matutinos.

México había perdido a un gran hombre.

Antes de la hora del almuerzo ya eran miles los que formaban cola para despedir los restos del actor en el monumental Palacio de Bellas Artes, donde se dispuso una guardia de honor.

Incluso el presidente mexicano Carlos Salinas de Gortari, le presentó allí sus respetos. “Cantinflas exalto los valores y la dignidad de nuestro pueblo” dijo entonces.

Una dignidad, que no impidió a ese pueblo, un pueblo que va mucho más allá de las fronteras mexicanas, llorar a su payaso más querido.

Si el encuentro con la muerte hubiese formado parte de una de sus películas, seguramente Cantinflas la habría enredado con una catarata de palabras, a cual más confusa. Pero no. La figura de la muerte rondaba a Mario Moreno -su nombre verdadero- desde que los médicos diagnosticaron cáncer pulmonar, apenas cinco semanas antes.

Y el final lo sorprendió sin sus bigotes de siempre, esos que colgaban de la comisura de los labios como si fueran a caérsele. Y sin aquellos pantalones que siempre se le escurrían hasta debajo de la cintura. Despojado también de su camiseta agujereada y del sombrero barato que coronaba al personaje y en el que, hacía ya tanto tiempo se había instalado la fama.

Ya no tenía puesto el disfraz con el que fabricaba sonrisas.

El célebre actor mejicano habría cumplido en agosto de ese triste 1993 sus 82 años. Pero su muerte el 21 de abril se lo impidió.

Se permitió una broma en su lecho de moribundo

-¿Sáben que tengo escrito mi epitafio?. Dice:

“Parece que se ha ido, pero no es cierto”. Y tenía razón: Cantinflas no podía irse.

Algunos datos. Fue el sexto hijo de una familia de quince hermanos. Tuvo una infancia y adolescencia muy humildes.

Fue lustrabotas, taxista, boxeador y hasta aprendiz de torero.

Hasta que un día –y hay días que se abren para no cerrarse más-, un circo alza su carpa en su pequeño pueblo. Está determinado su destino. Fácil o difícil siente que ya no querrá otro.

Pasan los años. se ha casado, tiene un hijo y filma su primera película como protagonista: “Ahí está el detalle”. Un éxito total. Luego casi sin pausas, 50 películas más: “El Extra”, “El Circo”, “Los Tres Mosqueteros”, (una parodia), “Gran Hotel”, y tantas otras.

Ya es un hombre de fortuna. Y allí muestra su riqueza interior. La que no puede sufrir bancarrotas. Y se dedica a cruzadas benéficas para los pobres, de México primero, y de otros países después.

A su mano abierta la guia un corazón muy abierto.

Fue amigo de Sandrini –este filmó varias películas en México-. Eran parecidos en el humor limpio, en la posibilidad de hacer reir y llorar, en el mensaje positivo en sus películas.

Tiene 55 cuando muere su esposa, con la que vivió 30 armónicos años. Y la muerte de un ser muy querido no siempre mata. Pero siempre marca. Y a Cantinflas lo marcó.

Aunque vivió 26 años más hasta los 81, en que un cáncer se llevó al payaso más querido de México.

Fue la suya una especie de doble muerte. Por el actor irreemplazable y por el hombre, generoso y solidario.

Y un aforismo final para el ser humano Mario Moreno y para el actor Cantinflas.

“Cuando coexisten, grandeza en el creador y talento en la creación, la inmortalidad los espera”.

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