Cualquiera que recorra en estos días las exposiciones de museos y galerías porteñas puede descubrir las diversas vertientes del arte contemporáneo que se cruzan en la actualidad. Pero el fenómeno más llamativo es la consagración de una estética que rompió con el predominio de la pintura expresionista en la Argentina, movimiento cuyo fin se decretó en el Centro Cultural Rojas hace ya casi una década, cuando Jorge Gumier Mayer propició una estética que determinó el ablandamiento de fronteras entre los géneros -instalaciones, fotografía, video.
El contenido al que quiere acceder es exclusivo para suscriptores.
El mejor ejemplo de esta apertura se puede apreciar en el Premio Banco Nación, en la obra de Ana Gallardo realizada con perejil, «abortivo por excelencia de las clases bajas», como explican. Pero sobre todo, Gumier Mayer dejó atrás el compromiso del artista con la sociedad, prefirió regodearse con la belleza y rescatar lo que denomina: «El modelo doméstico, ese placer privado mostrado en público». A Marcelo Pombo se le atribuye una frase que resume este quehacer artístico signado por el individualismo: «Sólo me interesa lo que está a un metro de mí».
Así, este placer privado elevó el status de las manualidades femeninas, el cotillón, el diseño y una ornamentación excesiva. Con esta inspiración, las obras de los artistas que hace años se exhibían en el Rojas adquirieron una impecable calidad que se puede apreciar hoy en la sala Cronopios del Recoleta. Claro, tampoco pasa inadvertido el vacío absoluto de significado de gran parte de las obras. «Parece Londres», decía un espectador, elogiando el sobresaliente esteticismo del montaje. Fabio Kacero, artista que se resistió a explicar su obra al jurado del Nación, actitud comprensible dado que no se trata de la ilustración de ninguna teoría que justifique un discurso, presenta uno de los trabajos más interesantes. Una estructura acolchada con la apariencia fría y distante de un envoltorio que seduce con su cáscara, aunque la ausencia de contenido es explícita.
Sin embargo, las reflexiones sociopolíticas no se extinguieron totalmente, y así lo demuestra la obra de Graciela Sacco en Diana Lowenstein, artista que trabaja el deseo, el hambre y la exclusión social como tema. Su instalación de cucharas con una boca abierta grabada en cada una de ellas crea un clima desestabilizador. Como el que logra al montar un espacio casi en penumbras con cortinas cerradas de estilo «veneciano» color marfil, que sobre su superficie, y en sutiles tonos ocres, ostentan fotografías de extrema violencia tomadas de los periódicos.
Dejá tu comentario