7 de septiembre 2020 - 11:16

CUENTOS DE LA PANDEMIA XVII: "Te quiero"

Hace unos meses fui a visitarla. Estaba tan sola, tan desamparada, con un barbijo caído a un lado de la cara, que me rompió el corazón.

Cuentos de la Pandemia XVII: Te Quiero (Ilustracion de Natalia Pizzacalla @natypizzacalla)

Cuentos de la Pandemia XVII: "Te Quiero" (Ilustracion de Natalia Pizzacalla @natypizzacalla)

CUENTOS DE LA PANDEMIA es una sección de Ambito.com donde se publican cuentos breves, historias, relatos, crónicas o ensayos de ficción, vinculados a la pandemia del coronavirus Covid-19.

La vieja nunca me dijo te quiero.

Quizás porque no había tenido una vida fácil, le costaba expresar sus sentimientos. Había nacido en Asunción, en el seno de una familia conservadora y de rígidos dogmas morales. De modo que después de un frustrado matrimonio siendo todavía una niña, fue obligada a exiliarse en Buenos Aires, para evitarse los padres la infamia y la vergüenza de semejante deshonra. Así que con una pequeña valija de cuero marrón llegó a la gran ciudad llena de incertidumbres y sin ninguna certeza.

Y después, una serie de acontecimientos desafortunados en su nueva vida fueron templando su carácter, y modelando su personalidad. Nada fue fácil para ella, se casó con un buen hombre que provenía de una familia profundamente religiosa, que durante años no le perdonó a la vieja su indigno pasado, y la negó, y le impidió entrar a la casa, y le clausuró toda posibilidad de intervenir en las reuniones y en las cenas navideñas, como si fuera una hereje merecedora de semejante estigmatización. Pero ella, en silencio, siempre siguió adelante, ocultando sus tribulaciones detrás de una máscara absolutamente imposible de descifrar para nosotros.

Así que era más bien fría, resultaba difícil adivinar sus emociones, siempre se escondía detrás de su sonrisa, o tocaba en la guitarra guaranias tristes durante horas, que mi hermano y yo apreciábamos con deleite existencial. Pero nunca me resigné. Siempre esperaba un te quiero que nunca llegaba, le acariciaba la cara y se lo decía, para recibir siempre una sonrisa como única respuesta.

El tiempo pasó, nacieron mis hijos, a los que llené de te quiero para que nunca les faltara lo que yo no tuve. La vieja también era distante con sus nietos, seguramente el afecto que tenía por ellos era profundo, pero nunca tuvo la capacidad de transmitirlo.

Con los años también, el deterioro indigno se fue apoderando de su cuerpo, hasta perder la alegría y el brillo en los ojos. Ya había dejado de cantar, había dejado de reír, y se sentía una extraña en el cuerpo de vieja que el tiempo decidió para ella. La vida es como una caja de pandora, hay que llegar a viejos para saber que es lo que nos toca.

Hace unos meses fui a visitarla, y en la puerta de la casa una ambulancia presagiaba malos augurios. Fui corriendo la última cuadra, y unos metros antes de llegar, dos médicos vestidos con escafandras y trajes de astronauta llevaban a la vieja en una camilla. Estaba tan sola, tan desamparada, con un barbijo caído a un lado de la cara, que me rompió el corazón. Uno de ellos se me acercó, me dijo que le habían hecho un estudio de rutina y le habían detectado síntomas compatibles con coronavirus. Que si bien su cuadro no aparentaba gravedad, preferían internarla por su edad avanzada. Ni siquiera la pude despedir, los hombres la subieron rápidamente y solo llegaron a indicarme a donde la derivaban. Levanté la mano para saludarla, pero no recibí respuesta entre la confusión y el desconcierto del momento.

Así que la llevaron al hospital Durand. Fueron dos o tres días de internación, en los que perdí toda noción de tiempo y espacio. Son crueles los centros de salud, allí no pasan las horas y las luces blancas de los pasillos estimulan una alienación lisérgica.

El último día me acerqué hasta el vidrio que separaba su habitación del pasillo. La vieja estaba como dormida, llena de cables que horadaban su cuerpo, y una máscara de oxígeno que le cubría casi toda la cara. No podía evitar contemplarla, hubiera dado lo imposible por abrazarla y acariciarle la frente. Repentinamente abrió los ojos y se quedó un largo rato mirándome. Y de pronto, pude distinguir, entre la opacidad y el esmerilado de la máscara empañada, que sus labios pronunciaban un te quiero.

Fue la última vez que la vi.

Cuentos de la Pandemia XVII Te Quiero Ilustracion de Natalia Pizzacalla.jpg
Cuentos de la Pandemia XVII:

Cuentos de la Pandemia XVII: "Te Quiero" (Ilustracion de Natalia Pizzacalla @natypizzacalla)

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CUENTOS DE LA PANDEMIA I: "Clase a distancia en cuarentena"

CUENTOS DE LA PANDEMIA II: "La Rabia"

CUENTOS DE LA PANDEMIA III: "Qué día es hoy"

CUENTOS DE LA PANDEMIA IV: "Retorcijones"

CUENTOS DE LA PANDEMIA V: "La casa de los sordos"

CUENTOS DE LA PANDEMIA VI: "El amante pandémico"

CUENTOS DE LA PANDEMIA VII: "WENYI"

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CUENTOS DE LA PANDEMIA IX: "Olivia tiene miedo a salir"

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CUENTOS DE LA PANDEMIA XII: "Una excursión al mundo exterior"

CUENTOS DE LA PANDEMIA XIII: Despertarse cada mañana y preguntarse: ¿qué día es hoy?

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