En la tarde del miércoles pasado se dieron cuenta de lo que se les iba a venir, así que pusieron todo al aparato mediático a trabajar fuera de horas, buscando pertrechar los funcionarios y medios amigos con cualquier argumento que sirviera para el control de daños. El problema es que el daño ya estaba hecho, el número de pobres en Argentina es el mayor en casi 20 años.
Con la hiperinflación estábamos mejor
Sí… al menos de acuerdo con lo que sostiene el propio Gobierno. Durante las hiperinflaciones de Alfonsín y Menem había menos pobres en la Argentina, es decir, estábamos mejor.
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La ventaja de “hacer teatro”
Según lo que marca el “manual de primer grado” sobre estrategia comunicacional política, arrancaron la mañana del jueves lanzando una serie de trascendidos, sobreactuando de manera que cuando se conocieron los números, estos no lucieran tan nefasatos: “malo”, duro”, horrible” fueron las versiones de los funcionaros en “off” de la mañana.
Lo otro que hicieron fue deslizar que el INDEC iba a informar que el 55% de los argentinos éramos “pobres”.
Esto tenía cierta razón, si bien resultaba casi un insulto a la probidad de Marco Lavagna y su gente, que con la llegada del nuevo Gobierno por fin tienen las manos libres -aunque como tantos, no el presupuesto- para hacer su tarea como debe hacerse.
De 2016 a esta parte, el Observatorio de la Deuda Social Argentina de la Universidad Católica Argentina (ODSA-UCA) venia sobreestimando los informes del INDEC, o si se quiere el INDEC subestimando los de la UCA, en unos 3 puntos (de 1.6 a 5.1). Lo que hicieron entonces fue sumar ese tres al drama del 52% de los argentinos pobres que informaron los de la Universidad a principios de mes. Tan difícil no era.
Cuando fue el turno del mini-vocero Presidencial (lo de “mini” es por su escalafón de cuasi ministro, ¿hay que aclararlo?) Manuel Adorni, le dedicó inusuales para un diletante como él (sin contar lo que consagró en las respuestas), más de 20 minutos, esto es el 78% de su tiempo a hablar de la pobreza, o para ser más precisos de la culpa del kirchnerismo en esto del incremento del número de pobres y sobre como Javier Milei nos salvó de caer en el averno económico/social.
Habla Manuel Adorni y, mete la pata
Si unos días atrás comentaba como el Papa podía meter la pata, ¿porqué Adorni no puede hacerlo?
Los dos párrafos más interesante del vocero fueron:
“La última híper de los argentinos en el 89-90, bajo el gobierno de Alfonsín, llevó la pobreza de 20% en mayo, a 47% algunos meses después en octubre, derivando en una catástrofe económica y social”
“Cuando hablamos de hiperinflación y de lo importante de haberla evitado, y uno toma esta referencia de cómo se incrementó la pobreza con la última hiperinflación conocida en la Argentina, la pobreza se hubiese llevado de cerca de 40% a cerca del 95%, hubiésemos entrado en un mar de pobreza absoluta en la Argentina si no se evitaba la hiperinflación”.
Argentina, un “pozo ciego” para las estadísticas
Cuando hablamos de la pobreza en argentina, hablamos de una de las cuestiones más vapuladas por los políticos. De hecho, no tenemos ninguna serie de largo plazo que nos permita estudiar seriamente la cuestión.
En teoría, lo más consistente es la información del INDEC, que entre 1988 y 1992 solo computaba la situación en Capital Federal y el Gran Buenos Aires. Ese año incorporó otros nueve aglomerados del interior del país, y en 2003 se agregaron otros 17 que para 2016 trepaban a 31 en total, lo que llevó a que la base de la serie se modificara todo el tiempo.
Esto sin contar que los datos del INDEC durante la “intervención 2007-2015, resultan por lo menos cuestionables y que la decisión de no publicar más los datos sobre la pobreza en 2013 abrió la puerta a un “vale todo”
Por ejemplo, a mediados de 2015 la presidente aseveró ante la FAO que la pobreza en argentina estaba debajo del 5% y la indigencia era menor al 1,27% Por esa época la CTA decía que eran17,8% y 4,7% mientras en la UCA nos hablaban de 29% y 6%. Si bien Cristina no lo dijo, esto hubiera sido el nivel de pobreza más bajo en más de 40 años, inferior al 11,4% de la OECD, 13,5% de los EEUU y el 23,7% de la Unión Europea de ese año.
Hablando de la gente del Observatorio de la Deuda Social, es claro que a pesar del buen trabajo que realizan habitualmente, tampoco son inocentes del todo. La “reestimación” que hicieron en 2019 ante la furia macrista, cuando redujeron su proyección para el tercer trimestre del 39,2% al 34,3%, muy elegante, no fue. ¡Ah! El numero final que reportaron: 39,9% cuando Macri ya no estaba en el poder.
Ellos escogieron las armas
La realidad es algo muy complejo, sujeta a innumerables luces, pero la gente del Gobierno es gente “sencilla”, muy “sencilla”. Puede ser que sea por esto que sus grandes mentes vienen evidenciando una tendencia a realizar extrapolaciones aritméticas simples, tal vez demasiado simples, y obviar cualquier factor que pudiera molestarlos en el ejercicio de apuntalar -¿vale decir, “vender”?- su relato.
De los dichos de Adorni surge que en sus estimaciones el Gobierno está utilizando un empalme simple de las distintas series de pobreza -sin ningún ajuste-, lo que genera una visión por lo menos controvertible, pero… ¿quién es uno para cuestionarios?
Así que vemos que usando los guarismo oficiales, durante la Hiper 89-90 la pobreza osciló entre 25,9% y 47,3% -casi seis puntos bajo del valor actual-, alcanzando en promedio durante el periodo a algo menos de 30% de la población.
Como pasar del 40% al 95% de pobres
Casi da vergüenza explicar esto…
Cuando el mini-vocero afirma que, de haber caído en un proceso hiperinflacionario y tomando como referencia el salto de la pobreza en la hiper de Alfonsín, la pobreza hubiese pasado ahora “de cerca de 40% a cerca del 95%”, lo que hace es dividir aquel 47,3% de máxima por un inexistente 20% y luego multiplicar este factor por el dato previo al actual sobre la pobreza, 41,7%. Resultado, una pobreza de 98.6%, que redondea al 95%.
Como bien recuerda Adorni, en aquel entonces vivimos una catástrofe económica y social, pero no es cierto que en mayo de 1989 la pobreza alcanzaba al 20% (la última vez que estuvo tan baja en tiempos de Alfonsín había sido en la primer mitad de 1987). Según el INDEC era el 25.9%, saltando en octubre al 47,3%.
De acuerdo con estos números esta vez el máximo seria de un nefasto 76,2%, lejos del terminal 95% que esgrimió, pero aun terrible… tan terrible como una administración “de economistas”, que no conoce sus números ni hace bien las cuentas
“Si mi abuela tuviese ruedas, seria bicicleta”
Mas allá del error numérico, tenemos el problema de “la hiperinflación”.
En su discurso inaugural -y desde antes- Javier Milei sostenía en referencia a la gestión anterior que “Nos dejan una inflación plantada del 15.000% anual”.
Esto hablaba de un incremento de los precios de más del 51% mensual, posiblemente una exageración causada por la embriaguez de la victoria electoral (hay distintas especulaciones acerca de en qué basó esta cifra, ninguna muy fundada, más allá de que 15.000 sea la mitad de “30.000”), ya que una semana más tarde el presidente se mostraba algo más cauto y reducía su estimación a 7.550%, el equivalente a 45,2% mensual.
Entre las dos declaraciones, a horas de asumir y de presentar el plan del Gobierno, el ministro de economía, Luis Caputo -buscando no contradecir a su jefe- afirmaba “Íbamos a una inflación del 15.000%”; pero agregaba: “Los precios están aumentando a un ritmo del 1% por día, prácticamente”, “Estamos con un paciente que está en terapia intensiva. La inflación da 3.700%, una razón de 1% diario”.
Esto lo reiteraba a la mañana siguiente el vocero, precisando “…hoy la inflación corre en torno al 3.678% anual, este 1% de inflación diaria nos deja inmersos en una hiperinflación”. Aquel 1% diario resultaba algo más congruente con lo que habían estimado por entonces las consultoras privadas para la primer quincena de diciembre, que iba del 0,87% diario de LCG al 1,16% de Ecolatina.
Lo que hacía el Gobierno era simplemente tomar la inflación diaria promedio de esos primeros quince días de diciembre y elevarla a la potencia de 365, en un ejercicio aritméticamente correcto, políticamente entendible, pero económica y lógicamente ridículo.
Seguramente no le gustará al Gobierno si decimos -empleando su misma lógica- que la inflación de los próximos doce meses será de más del 62% mensual, cuando acaban de presentar en el presupuesto una proyección de 18% para todo el 2025 y el establishment económico habla de algo en torno al 45%. Y tienen razón, no es serio.
Una hiper que nadie -lógico- esperaba
La definición clásica sobre que es una hiperinflación es la de Philip Cagan (“The Monetary Dynamics of Hyperinflation”, 1956), que comienza cuando la inflación supera el 50% mensual y finaliza en el mes a partir del cual cae al menos por un año debajo de este nivel. Con algunas variantes esta es la acepción que usa el FMI, Carmen Reinhard, Hanke-Krus y el mundillo de la alta economía, en el que claramente no se encuentran Milei, Caputo, Adorni y Cía., quienes claramente parecieran emplear su propia y cambiante definición.
¿Podemos descartar que de ganar Sergio Massa el país no hubiera caído a la larga o a la corta en un proceso hiperinflacionario? Realmente no. ¿Podemos afirmar que de ganar Sergio Massa el país hubiera caído a la larga o a la corta en un proceso hiperinflacionario? Realmente no. Ambas aseveraciones son contrafactuales, que pueden ser divertidas para la especulación, pero sin ninguna validez en el mundo real.
No es que las consultoras que responden al REM del Banco Central sean mucho más serias ni precisas que el Gobierno, pero la inflación media que estimaban en octubre pasado, para los doce meses siguientes era de 196%, en noviembre trepaba a 227%, en diciembre caía a 213% y en enero a 183%.
Es decir, lo más granado de los economistas y analistas económicos del país, nunca pensaron seriamente que la hiperinflación de la que hablaban Milei y Cía. era una posibilidad.
Antes de las elecciones el Gobierno de Fernández ya venía reduciendo la base monetaria -un “sine qua non” para la caída de la inflación según los monetarista- y las señales eran que, una vez finalizada la contienda electoral, el Gobierno comenzaría a revertir el sobregasto (si quiere agregarle, disparatado, electoralista, corrupto, etc, es usted bienvenido).
De hecho, aun manifestando sus criticas desde un principio las declaraciones de Gabriel Rubinstein, quien fuera en la practica el ministro de economía mientras Serio Massa hacia campaña, ensalzaron muchas de las medidas tomadas por "el Toto", al punto de enfrentarse con algunos de sus colegas que cuestionaban el rumbo económico de la nueva administración, mostrándose incluso más ortodoxo que el propio gobierno
¿Qué hubiera pasado si Massa ganaba la elección?. Muy probablemente Rubinstein hubiera sido su Super Ministro de Economía.
Pero, como decíamos, la realidad es compleja y lo prudente es no “profetizar” como verdades absoluta lo “que iba a pasar si…”
Por suerte la gente tiende a ser más lista que los políticos y, más allá de las rimbombantes declaraciones de los libertarios sobre la amenaza de una hiperinflación en ciernes, esto nunca fue un tema que le quitara el sueño a los argentinos.
No todos los gatos son pardos
Aunque a los monetaristas y keynesianos les gusta pensar de otra manera, no todos los procesos inflacionarios son iguales y por lo tanto no todos tienen el mismo efecto sobre la sociedad y sus componentes.
Entre mayo de 2002 y junio de 2004 la pobreza marcó un máximo histórico, afectando en promedio al 58,2% de los argentinos (el pico fue en 61.5% en mayo 2003), con una inflación promedio de 0.86% mensual.
Entre octubre de 1988 y mayo de 1990 la pobreza afecto en promedio al 38,6% de los argentinos y la inflación promedió 42%
Entre diciembre de 2023 y junio de 2024 la pobreza llego al 52,9% y la inflación promedió 10,41% por mes.
Considerando únicamente estos tres eventos, podríamos comenzar a armar el caso que en situaciones extremas la relación entre la pobreza y la inflación es inversa.
De hecho, en los primeros seis meses de la hiper 89-90, con una inflación mensual promedio de 25% (en los seis previos de 15%) la pobreza se redujo en 6 puntos porcentuales, luego se disparó 21 puntos (inflación de 47%) y en el último tramo (inflación mensual de 48%) se redujo 5 puntos, evidenciando que este tipo de procesos no son lineales y pueden estar también asociados a caídas en la pobreza.
No tan dramático, pero igual de significativo, es que entre 1959 y 1989 el nivel de pobreza en los EEUU se redujo mientras la inflación se aceleraba.
Dejando de lado las discrepancias, en general la evidencia empírica tiende a señalar que el efecto de la inflación tiende a ser más veloz sobre los bienes y servicios que sobre los salarios, por lo que este “lag” actúa como una especie de impuesto sobre los ingresos de las personas, reduciendo su poder adquisitivo (para no atiborrar, no voy a citar autores aquí, así que quien los quiera, pídalos).
Pero la inflación no afecta a todos por igual, ya que la canasta de consumo y la importancia de los salarios como parte de los ingresos totales varia entre los distintos niveles sociales. A medida que vamos bajando, la incidencia de los bienes y servicios sobre los ingresos totales va aumentando, por lo que el peso de este “impuesto inflacionario” se vuelve cada vez mayor (lo que llamamos “la desigualdad inflacionaria”).
Entonces, cuanto más crece la inflación, más rápidamente crece el número de personas que abandonan la clase media y media baja, tendiendo y cayendo en la pobreza, si definimos “pobre” como “aquellas personas y familias cuyos ingresos no alcanzan a cubrir sus necesidades básicas”.
Cuando llegamos al final de la escala socioeconómica, el efecto adverso de la inflación comienza a ser menos gravitante, ya que la dependencia de un salario para subsistir es menor y la capacidad de ahorro de los indigentes es -lamentablemente- nula.
Esto explica cosas como que en los países de menores ingresos la relación entre la inflación y la pobreza y especialmente la indigencia, pareciera ser estadísticamente insignificante, sino es que negativa, y máxima en aquellos de ingresos medios e insignificante en los de ingresos altos.
A su vez, esta relación adversa entre la inflación y la pobreza no es algo lineal y solo pareciera ser significativa arriba del 40% anual, cuando podríamos decir que el “impuesto inflacionario realmente comienza a funcionar”.
El factor ¿olvidado?
Mas allá de todos los cuestionamiento que se puedan hacer, sería estúpido discutir que el aumento de la inflación no se asocia -en general y a mediano/largo plazo- a un incremento en el número de pobres. Más inflación, menos poder adquisitivo; más gente con menor poder adquisitivo, mayor cantidad de pobres. Listo…
O no tanto, porque aquí estamos hablando de un fenómeno que afecta de manera gradual a la pobreza, que puede darse en un escenario económico expansivo o contractivo, y que si se prolonga en el tiempo bien puede derivar en una pobreza crónica.
Frente a esto tenemos las recesiones, que suelen aparecer dentro de un espacio acotado de tiempo, teniendo un impacto mucho más inmediato, directo y significativo sobre la pobreza, ya que en lugar de una caída del poder adquisitivo que va empobreciendo a la gente de a poco, se asocian a una abrupta caída económica, destrucción del empleo y caída de los salarios, por lo que su efecto sobre la pobreza tiende a ser mucho más severo, especialmente en el corto plazo.
Jugando con las expectativas de la gente
Pocos antes de asumir, Javier Milei había reconocido que, al implementar su plan, el país caería en un proceso estanflacionario (recesión con inflación) lo que ratificó en su discurso de asunción el 10 el diciembre pasado.
A partir de entonces fueron muchas las veces que habló acerca de la disminución e inminente caída de la inflación, a lo que incluso puso fecha pero las palabras "recesión", "estanflación" y siumilares fueron borradas de su vocabulario y el de todo su Gabinete.
La visión de los monetaristas es que lo único que pueden controlar en la economía es la inflación, vía el manejo del circulante de los Bancos Centrales -y hasta cierto punto las tasas de interés-, pero no pueden controlar ni influenciar el crecimiento económico de largo plazo que depende de cuestiones estructurales y que llevan más tiempo para ser modificadas (por esto la importancia en la designación de Federico Sturzenegger)
Si bien admiten que una rebaja significativa de la inflación puede golpear de manera temporal al crecimiento, para ellos los beneficios de la caída inflacionaria mas que compensa estos costos.
Lo más que pueden hacer entonces es generar un ambiente estable, que incentive el ahorro y la inversión esencial para una economía sana, que permita su crecimiento. Intentar reducir la desocupación o la pobreza apelando a la emisión, solo deriva en una mayor inflación sin modificarlas apreciablemente (critica a la Curva de Phillips).
Un rol significativo en todo esto juega el manejo de las expectativas de la gente que, a través de las presiones salariales, ahorro y gasto, impactan de manera directa sobre la inflación y el crecimiento, generando profecías autocumplidas (por eso la importancia de Santiago Caputo)
Se entiende entonces, más allá de alguna referencia circunstancial, la obstinación del Gobierno a no hablar sobre recesión o estanflación y no formalizar la idea de una recuperación económica.
“Es la recesión/estanflación,… ¡estúpido!”
El Gobierno sabía que la pobreza iba a crecer durante los primeros meses de su administración, lo que no había podido estimar es en que magnitud ya que no computaron ni enfrentaron el efecto más significativo de la recesión.
La realidad es que la Argentina ya se encontraba inmersa en un proceso recesivo desde mayo de 2022, que cuesta no definir como estanflacionario al menos desde agosto de 2023, cuando la inflación mensual se ubicó de manera persistente arriba del 10% mensual.
Lo que posiblemente nadie previó -ni ellos mismos-, es que este proceso se iría acelerando con la llegada del nuevo Gobierno.
En octubre del año pasado, el FMI proyectaba un crecimiento del 2.8% -en realidad un “rebote” tras la caída 2023- para la Argentina durante 2024.
En enero, pegaba un giro de 180º y comenzaba a hablar de una caída de 2.8%, un valor que mantuvo en su revisión de abril.
En julio reducía su expectativa a -3.5% y mantenía inalterable la idea de un crecimiento de 5% en 2025.
Para poner las cosas en perspectiva, esto es la mayor caída del PBI no asociada a una crisis en casi 40 años, y un crecimiento de la economía argentina de 1,64% en los dos primeros años de la gestión Milei, no demasiado diferente al 1.3% anual al que viene haciéndolo desde 2010 .
Si bien ya hay algunas señales que estaríamos saliendo del proceso recesivo, la realidad es que no son univocas y la depresión económica podría continuar por un tiempo más, con lo que la situación de la pobreza continuaría siendo desastrosa.
De Pilatos a Milei
Podemos discutir si -en el corto plazo- los procesos deflacionarios son capaces de reducir la pobreza como postula la tesis keynesiana y admitió parcialmente el mismo Milton Friedman (la evidencia es que el impacto depende de las demás políticas que acompañen este proceso), lo que no podemos cuestionar es que las recesiones la incrementan.
A pesar de esto, desde un punto de vista comunicacional, la inflación tiene una ventaja: es fácil echarle la culpa a los que vinieron antes. Las recesiones, que afecta mucho más significativamente y de manera contemporánea el incremento de la pobreza, no.
Esto enfrenta al gobierno a un problema. Aun siendo cuestionable y erróneo, no pueden vincular el incremento de la pobreza a la recesión/estanflación por la que está transitando el país.
No pueden desde un punto de vista teórico -se suponen incapaces de controlar significativa y velozmente el crecimiento económico- y no les conviene desde un punto de vista práctico, porque implicaría reconocer su propia responsabilidad en el incremento del número de pobres.
Entonces lo más fácil es lavarse las manos y culpar a la inflación y a la “herencia recibida” por la disparada en el número de pobres.
Estábamos mejor con la hiper
Desde ya que nadie esta haciendo una apología por las hiperinflaciones y que el país vuelva a caer en uno de estos funestos episodios.
Pero cuando el Gobierno intenta malamente apelar a la falacia que nos salvaron de una hiperinflación -sin dudas nos han sacado de una Inflación exagerada- y que de no ser por ellos hoy la pobreza había alcanzado un nivel inimaginable, dejando de lado cualquier otro factor, la respuesta solo puede ser: “Estábamos mejor con la hiper”.
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